Liz Dust y Hugáceo Crujiente son el alter ego de Miguel y Hugo. Personajes cargados de estética y contenido, diseñados por las personas que hay detrás: artistas que se proyectan como se quieren ver en el espejo de cada camerino. Pertenecen a dos generaciones diferentes de drag queens, dos perfiles muy diferenciados de la transformación plástica de una persona. Ahora, que llega el conocido show Rupaul’s Drag Race a nuestro país, ellas se proponen como candidatas y se reafirman para demostrar que la performance drag puede ser arte, una acción de libertad con la que ayudan a romper estereotipos y ejemplificar los géneros no binarios
VALÈNCIA. A ambos les encanta la ubicación propuesta para la sesión de fotos: el Mercat Central y su entorno, el mejor photocall de una Valencia de postal. Por la puerta de la Lonja, donde hace unas horas pasaba la Reina de España durante la gala de Premios Jaume I, ahora van a posar dos reinas drag. Hugáceo Crujiente, que acostumbra a dibujarse como se pretende mostrar en cada aparición, informa previamente de que va a acudir “un poco montada”, que en el argot drag se refiere a la transformación de la apariencia de las personas; un vestuario, complementos y maquillaje que convierten a Hugo y a Miguel en dos de las drags valencianas más conocidas en las redes: Crujiente y Liz.
Liz Dust ha llegado en patinete eléctrico. En alguna ocasión le ha gustado definirse como “una ecotravesti”. Las apariciones que hace en la noche están cargadas siempre de humor. Aunque también ha hecho performances más artísticas, actuando en teatro, guionizando espectáculos propios y participando certámenes de escénicas experimentales. Al llegar, decide cambiarse de vestuario en plena calle y añadirse complementos, ante sorpresa de las viandantes. Ironiza con su apariencia barroca, de mujer excesiva y sensual: “el éxito está en el minimalismo”.
Liz Dust (33 años) asegura que nació con el travestismo dentro. “El hecho de travestirte, que tiene que ver con emular el otro género, lo he llevado desde niño, siempre que tenía oportunidad me travestía en mis actividades. Ahora, en una obra que estoy haciendo, Diosas, hablo de cuando le pido a mi madre que me haga un disfraz de Sailor Moon y ella no me deja porque es un disfraz de niña”. Como todo: cuando más se lo prohibieron, más quiso ahondar en esa exploración personal. Desde hace siete años lo ha profesionalizado, y hoy trabaja en restaurantes, bares de copas, teatro, e incluso ha hecho visitas guiadas a museos.
En el caso de Hugáceo Crujiente, que pertenece a una generación más joven, lo drag “llegó al ver que yo podía llevar mi creatividad a otros niveles que no conocía; lo mío es más básico porque empecé al ver el programa de Rupaul, y descubrí formas de expresión que no conocía”. Hugo es ilustrador, trabaja dibujando sobre el papel. Con esta nueva habilidad podía transportar los trazos imposibles y coloridos vibrantes a su propia anatomía. “Todas las ideas locas que tenía las podía convertir en espectáculo, en un personaje de estética exagerada, me gusta convertir una pieza pictórica en algo físico, llevándolo a lo performativo y teatral, de lo que siempre me ha picado un poco la curiosidad porque mi padre es actor de teatro”.
Crujiente, al contrario que Liz, no proyecta un personaje sexualizado, sino más bien su cuerpo y su cabeza son un lienzo donde cada día puede aparecer un rasgo nuevo de plasticidad. Es un prototipo drag bastante habitual, que en el show estadounidense ha tenido ya referentes, como Pearl, Vivacious o Yvie Oddly. “El pasado fin de semana hicimos un cabaret erótico, y mi personaje contó mi propia historia en una obra de teatro en la que muestro la evolución de la masculinidad a la feminidad y la experiencia del arte”. Liz hace hincapié en que “cada uno escoge su discurso, pero al final lo que todos tenemos en común es una disconformidad, y el drag es un desahogo”.
“Lo mío es una hiperfeminidad, todos los clichés de la mujer construida por el cine, tengo una amiga que lo define como femenino sagrado. Travestirse es un fin, pero también es un medio, es un canal para llegar a otras cosas”, sentencia Liz. Para Hugo, ahora la clave es conseguir profesionalizar este proyecto; “quiero conseguir llevarlo a otro terreno, porque por amor al arte se pueden hacer muchas cosas, pero tengo que conseguir lucrarme de esto”. Liz apuntilla que lo que le sucede a Hugo “es lo más interesante y es el momento perfecto para que cambie todo, hay que romper el hielo y apostar por esto”.
En cuanto a la llegada de Rupaul Drag Race a España, tanto Liz como Hugáceo coinciden en que es un arma de doble filo, “porque por una parte normaliza y por otra establece una fórmula de lo que debe ser una drag”. “El programa les ha dado la herramienta para encasillar”, dice Hugo. Y Liz entiende que su realidad es “muy diferente, y no quiero que un programa de televisión pueda desvirtuar mi propia identidad”. Afirma que “tendríamos que divagar sobre qué debe hacer cada uno con su drag, y no establecer el reality show como la finalidad de todo esto”. Para Hugo, “hasta que no sales en el programa no te toman en serio; si hoy Liz saliera en el programa estaría en otro nivel”.
Hugo reconoce que, pese a tener un padre actor, sus aliados en esto son sus amigos. “Me rodeo de gente creativa, de gente que ha hecho ilustración, diseño gráfico, joyería, y al moverme en la noche de relaciones públicas empecé a conocer gente con inquietudes similares, que es la que me ha apoyado”. Su familia en el mundo drag es esa, porque la real no le ha apoyado: “mis padres no entienden esto y hay espectáculos que no se los cuento a mis padres porque me genera inseguridad, porque no muestran un apoyo, sino más bien un rechazo, aunque también tiene que ver que son de otra generación”.
Liz Dust se muestra como una admiradora de Hugáceo Crujiente. “Creo que tiene que estar en otra liga, mucho más allá de Rupaul. Y tengo una cosa muy buena; soy un poco cazatalentos, y la primera vez que lo vi montado pensé que era muy potente, que Hugo es muy guay”. Liz explica que ha vivido mucha acción y reacción en su trayectoria: “he repartido muchos flyers en Ruzafa y no me han regalado nada, y en València ahora me respetan, pero me lo he ganado. Esto no es una empresa, somos personas, y esto de ser drag no es una cooperativa”.
El tema de la identidad y el género se ponen en juego en el momento de travestirse. Porque un hombre cis tiene que hacer un proceso de feminización al adoptar el rol de drag queen. De hecho, Liz habla de un grupo de crossdressers, hombres heterosexuales que ocasionalmente se disfrazan de mujer, y que frecuentan el Turangalila, el restaurante en el que actúa. “A veces travestirse lo que hace es reafirmar el propio género, y como hay una disconformidad te vas a lo opuesto, aunque hoy en día, ¿qué es ser hombre y qué es ser mujer?”. Para Hugáceo, hay otro concepto de identidades y hay referentes y estímulos por todas partes. Lo suyo lo define “como quien pinta un cuadro, soy un maniquí al que le cae pintura por encima”.
Hugo transmite historias a través de la imagen, y ahora lo lleva al terreno de su propio desfile arty. Para él, Palomo Spain ha sido un antes y después: “ha logrado feminizar a chicos súper andróginos y delgados, pero Gucci o Versace son mis verdaderos referentes”. Liz Dust mantiene contacto con muchas travestis valencianas que se han referido a la Belle Epoque, que fue un reclamo valenciano, que incluso imitó el Cirque du Soleil. Lo inició una mujer transexual, Dolly Van Doll, que durante los años 70 y 80 pasó en València y montó una especie de music hall, donde “había muchos hugos, era un baile de máscaras, con espectáculos muy refinados que existieron, que daban cabida a lo queer y que hoy se han enterrado en el olvido”.
Si finalmente alguna de las dos fueran a la versión española del reality Drag Race, ya tienen claro cuál sería su lip-sync favorito, la prueba de play-back con la que se eliminan a las candidatas. Hugáceo desearía alguna canción de La Oreja de Van Gogh. Y Liz cree que lo que más le gustaría interpretar es Un año de amor, de Luz Casal. Ahí se marca la diferencia entre generaciones milenial. En cuanto al snatch-game, una prueba de imitación, Crujiente preferiría huir de la parodia habitual de las travestis y se convertiría en La Mona Lisa, “me gustaría ir hecho un cuadro”.