València per a qui l’habita. La única casa que puedo pagar está en Sims. No vull que Alberto i Júlia se’n vagen del barri. De qui és aquesta ciutat?. Yo solo pido poder vivir en mi barrio. Vivenda i salut mental: drets fonamentals. Alquileres, justos YA. No hi havia a València dos amants com nosaltres, perquè no ens podem permetre viure ací. El problema no está en las pateras, son los cruceros. Pel dret a la llar. València s’ofega. València no està en venda. Se vende artículo 47.
València expresada con rotulador sobre cartones, en lonas que cuelgan unos minutos de sus Torres, en los cánticos espontáneos de 50.000 personas, que salen de sus barrios y convergen apretados por la c/Serranos, las plazas Manises, Verge y Reina, hasta el Ayuntamiento. Otra vez a la plaza del Ayuntamiento.
Lo que pasó el sábado en València no fue una manifestación al uso, fue la espita por la que derrama el sentimiento de expulsión de tu propia ciudad. El de todas aquellas personas que no solo no pueden comprar una vivienda, sino que ven imposible acceder a un alquiler que ya supera los 1.600 euros de media. El de quienes viviendo de alquiler ven como más de la mitad del salario de dos personas, porque uno no puede permitirse vivir solo, se va a principio de mes a la cuenta de ahorro de su casero o a la cuenta de resultados del inversor propietario del piso. El de quienes saben que cuando se acaben los cinco años de su contrato tendrán que buscar fuera de su barrio, del que se sienten parte, o incluso fuera de su ciudad. Dejaran de tener su rutina, su horno, el bar donde toman algo o el camino que hacen por las mañanas para ir trabajar. Y el de muchos que sin tener estos problemas quieren seguir teniendo vecinos y vecinos. No solo visitantes. Comercios y no solo tiendas de alquiler de bicicletas, bajos transformados en apartamentos, almacenes de maletas.
Porque el sentimiento colectivo es que nos están robando la ciudad.
Y aunque sería un error pensar que esto solo ocurre en València, eso no es ni consuelo, ni excusa. Aunque sería un diagnóstico equivocado decir que esto es fruto de unos meses o tiene una solución sencilla, la realidad es que en el último año el vaso ha desbordado, se ha acelerado la dinámica de ciudad mercancía. Se ha llegado más lejos que nunca de cualquier equilibrio. Se ha cruzado la línea.
Por eso, lo primero que se necesita es sentir que desde las administraciones no solamente se ha entendido el mensaje, sino que se está dispuesto a dar la batalla por València. Porque de eso va: de perder o recuperar la ciudad. Ver que existe la empatía y la valentía de hacer, a costa de tambalear tótems como el de la sociedad turística y la propiedad inmobiliaria.
Dos ideas que en nuestro país han operado como dogma. Asociadas a prosperidad e incluso apertura democrática, sobredimensionadas en su aportación o contempladas sin ponderar sus pies de barro. Ladrillo y turismo han sido, para nuestro pesar económico como denunció hace unas semanas el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas, señas de identidad más definitorias que himnos o banderas.
Y a un país de turismo y ladrillo, la economía Airbnb y miles de millones de euros globales buscando donde extraer rentabilidad, se lo pueden llevar por delante. Empezando por sus ciudades. Empezando por las más frágiles a estas dinámicas. Las que tienen gobernantes que dicen que serán turísticas o no serán. Las que consideran que intervenir para garantizar el derecho a la vivienda es liberticida. Las que los tienen, pese a que el mandato constitucional es “impedir la especulación” para garantizar ese derecho. Artículo 47. 47 razones.
Por eso, que en València más de la mitad de las viviendas se estén comprando sin hipoteca, es decir ni por familias corrientes ni para vivir en ellas, es contrario al pacto constitucional.
Que haya 11.000 viviendas dedicadas a apartamentos turísticos, mientras esto impide que familias se queden a vivir en su ciudad es contrario al pacto constitucional.
O que un casero o un fondo de inversión fije un precio de alquiler imposible y que sea más rentable en nuestra ciudad tener un piso que una nómina, es contrario al pacto constitucional.
Y si la manifestación obliga a escuchar, la situación obliga a hacer.
A aplicar la ley de vivienda, que será imperfecta, pero en Barcelona ha conseguido reducir el precio en el último año, mientras aquí se disparaba. A no permitir definitivamente la apertura de apartamentos turísticos y caducar las licencias de los que ya existen. A prohibir que en una ciudad tensionada como la nuestra se pueda comprar una vivienda que no sea para vivir en ella. Como han hecho en ciudades como Utrecht.
Obliga a cambiar los pilares de desarrollo de nuestra ciudad, que son los de nuestro país. Por eso empiezan a surgir comparativas con el 15M. Y si bien no hay dos movimientos iguales, descrédito político, problemas para vivir, brecha generacional, sentimiento de injusticia… están y riman 13 años después, se consoliden o no acampadas.
Hace pocos días se le otorgaba el premio Nobel a tres economistas que precisamente habían demostrado que las instituciones inclusivas, las que permiten alcanzar los objetivos económicos y sociales de la gente, hacían funcionar a los países y las extractivas, en las que las élites controlan los recursos (viviendas, suelo…) y se centran en su beneficio elevado a corto plazo, los hacen fracasar.
También rima con València. Rima con ladrillo. Rima con turistificación.
Sabemos por qué fracasan las ciudades. No dejemos que pase. Recuperemos València.