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CRÍTICA DE CINE

‘Alita: Ángel de combate’: un ciborg de piezas reutilizables

15/02/2019 - 

 VALÈNCIA. Uno de los éxitos más importantes en la carrera de Robert Rodriguez a nivel crítico fue la adaptación de la novela gráfica de Frank Miller, Sin City (Ciudad del pecado). El director consiguió configurar una meticulosa traducción de las viñetas a través de una caligrafía visual de esencia pulp en la que la imagen lo era todo. Ahora, después de algunos años alejado de las grandes producciones, une esfuerzos con James Cameron, en la tarea de productor, para trasladar a la pantalla las novelas manga de Yukito Kishiro “Batlle Angel Alita”.

Cameron descubrió el cómic hace casi dos décadas, antes de embarcarse en Avatar, cuando Guillermo del Toro le recomendó un cortometraje de anime basado en Gunnm, un manga ciberpunk de nueve volúmenes de Kishiro. A partir de ahí se adentró en el universo del mangaka y se obsesionó con la visión que ofrecía del futuro y con la búsqueda de la identidad de los personajes. Vio en la historia de la protagonista, una joven ciborg con amnesia, la posibilidad de hablar de algunos temas que siempre le habían interesado alrededor del hombre y la máquina. 

La acción tiene lugar en el siglo XXVI, cuando Alita (Rosa Salazar), se despierta en un mundo futuro que no reconoce al mismo tiempo que no logra recordar quién es. Será acogida por Ido (Christoph Waltz), un compasivo ciber-doctor que le dará un nuevo cuerpo y una nueva vida tras encontrarla en un depósito de residuos abandonados tras el gran cataclismo que terminó por fracturar el planeta hace cientos de años. Alita tendrá que acostumbrarse a vivir en la Ciudad de Hierro, en la que reina la paz en apariencia, ya que en realidad está dominada por toda una red de corrupción que encabeza Vector (Mahersala Ali) y descubrir pistas sobre su pasado y sobre su verdadera identidad.

Alita: Ángel de combate se convierte así en una película de aventuras adolescente en la que, como dictan los nuevos tiempos, se subraya el mensaje de empoderamiento femenino. La protagonista, poco a poco irá tomando conciencia de su ser, y también de su fuerza y sus capacidades para imponer su voluntad y lograr erigirse como heroína de la función. Pero, además de este importante elemento, lo que de verdad se le da bien al tándem Rodriguez / Cameron es la creación de los espacios en los que transcurre la acción y la forma en la que nos sumergen en ese mundo a través del estupendo uso de las herramientas digitales. Como si se tratase de un videojuego, de forma inmersiva nos adentramos en esa metrópolis que está construida sobre los restos de una civilización avanzada y que podría considerarse como un gigantesco campo de refugiados que se caracteriza por la mezcla entre culturas. 

Como ocurre también en buena parte de los mangas que se adscriben a la corriente cyberpunk (por ejemplo, Akira (1988), el clásico de Katshuhiro Otomo), además del desarrollo de la tecnología y la estética del apocalipsis y de la destrucción, también encontramos un fuerte componente de crítica política y social, normalmente a través de la descripción de un poder dictatorial que ejerce opresión sobre el pueblo.

Aquí ocurre algo parecido a través de un sistema de clases que se divide entre los de arriba, una ciudad situada en un nivel superior en una nave gigante donde viven los elegidos, la élite, y los de abajo, el resto del planeta donde se amontonan los deshechos de la sociedad, es decir, el resto de la población. Una metáfora efectiva, pero quizás demasiado obvia. Y es que es ahí donde radica uno de los problemas de Alita: Ángel de combate, que encontramos en ella muy pocos ingredientes verdaderamente originales o auténticos. Todo lo que aparece en la película nos recuerda a algo que ya hemos visto, y esa sensación termina por confirmarse cuando aparece en escena el espectáculo deportivo al que juegan los personajes, el “Motorball”, que remite directamente a “Rollerball”.

Eso no quiere decir que el cóctel de referencias no funcione, pero al final da la impresión de que la propia película está hecha con retazos de otros cuerpos, como le ocurre a la propia Alita, convirtiéndose en un monstruo de Frankenstein compuesto por demasiadas piezas utilizadas. En ese sentido, es el personaje femenino es el que termina ganando la partida, algo que no era nada sencillo por esa mezcla entre entidad real y digital (confeccionada, como no podía ser de otra manera, por el mismo equipo que Avatar), al que se tenía que enfrentar la actriz Rosa Salazar. Estupendo personaje, sobre todo en los momentos de acción pura y en la relación paterno filial que entabla con Chistoph Waltz. Lástima que la cota de romanticismo teen y la trama con el joven Hugo (Keean Johnson) resulte tan poco estimulante.

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