La nueva película de Suso Imbernón y Juanjo Moscardó rompe con el amor normativo y plantea las relaciones abiertas como una forma tan sana como las demás, siempre que se cimente sobre la sinceridad y la confianza
VALÈNCIA. La concepción tradicional del amor, basada en el concepto idílico de la pasión eterna entre un hombre y una mujer, ha quedado totalmente desfasada. Esto no quiere decir que la percepción normativa sea la equivocada, pues precisamente es la diversidad lo que permite que se puedan dar todo tipo de situaciones. Sin embargo, históricamente, las sociedades han tenido una visión del amor demasiado limitada, demasiado sesgada por lo establecido, demasiado discriminatoria con otras formas de amar, tan válidas como las afianzadas.
Hoy en día, las cosas empiezan a cambiar. Al menos entre las nuevas generaciones, la libertad de experimentar, de acertar y equivocarte sin que ello suponga tener que hacer un juicio de valor y, en definitiva, la libertad de que cada uno haga lo que le venga en gana, está mucho más interiorizada. Y en este contexto, surgen pequeñas píldoras que evidencian lo mucho que ha cambiado el mundo. Amor en polvo es una de ellas. El nuevo largometraje valenciano dirigido por Suso Imbernón y Juanjo Moscardó; guionizado por María Laura Gargarella y María Minguez (además de por Moscardó); y protagonizado por Lorena López, Enrique Arce, Macarena Gómez y Luis Miguel Seguí; muestra desde la comedia una realidad en la que el amor cobra un nuevo sentido: huye de las etiquetas, de la tradición entendida como algo inherente, del romanticismo ideal y del fueron felices y comieron perdices.
A lo largo de 75 minutos, Amor en polvo cuenta la historia de dos parejas: la primera, Pablo y Blanca (Enrique Arce y Lorena López), constituye en un primer momento la representación de la pareja de toda la vida. Pero no una pareja normal, sino aquella en la que la decadencia ha acabado por hartar a los dos de una forma u otra: el está frustrado porque ha renunciado a una plaza como arqueólogo por seguir con ella, y ella lo está porque sus vidas han caído en la más profunda y absoluta monotonía. ¿El problema -y, en suma, la crítica de fondo de Imbernón y Moscardó-? La falta de comunicación.
Desde el inicio de la cinta (una divertida escena en la que todo es tan monótono que ambos mantienen una conversación durante el coito), Blanca y Pablo hablan de hacer un intercambio de parejas. Él no está muy convencido, pero termina por ceder. Es ahí donde entra la segunda pareja: Mia y Lucas (Macarena Gómez y Luis Miguel Seguí) acceden al intercambio. Ellos no se conocen de nada, y acuden al restaurante donde se han citado con Pablo y Blanca. Una discusión de última hora impide que estos dos últimos acudan a la cita, y a partir de ahí la película irá combinando las dos descabelladas situaciones: la normatividad y el abatimiento de la primera, y la mentalidad abierta y la sensualidad de la segunda.
El contraste entre estos dos extremos invita en todo momento a la reflexión. Por un lado, a través de la pareja madura, Amor en polvo presenta un problema endémico patente en muchas relaciones: la falta de comunicación. Por no sincerarse el uno con el otro, llega un punto en el que la frustración mutua remite en rencor, y a la mínima todo explota sin que ninguno de los dos entienda la reacción del otro. El guion de Gargarella y Mínguez presenta la metacomunicación (es decir, aquella comunicación que habla de la comunicación misma) como elemento resolutivo a todos los conflictos. La necesidad de hablar las cosas con sinceridad, empatía y confianza se muestra como única solución a una retahíla de discusiones que rozan el absurdo (lo cual no hace que se olvide su verdadera profundidad). Además, son discusiones con las que el espectador se puede llegar a sentir totalmente identificado.
Esa decadencia inicial choca con la situación que se desarrolla en el restaurante. Mia y Lucas no se conocen, pero ambos han ido allí con la intención de llevar a cabo el intercambio de parejas, así que la sugerencia y la carnalidad son palpables en el ambiente, que en algunos puntos llega a ser obscenamente cómico. Imbernón explica para Culturplaza que marcar ese choque ha sido la intención expresa de ambos directores: “Nos interesaba mucho hablar de una pareja que lleva mucho tiempo y de otra que se acaba de crear y vive casi la evolución entera de una relación en tan solo una noche, todo en una misma cita”.
Y parte de la gracia de Amor en polvo es que dosifica las discusiones (porque, al fin y al cabo es una comedia de discusiones) de manera que, cuando una de las parejas está bien, la otra está necesariamente mal. “Nos gusta el vaivén de discusión y reconciliación continua. Queríamos esa estructura”, añade Imbernón. Y con esto hacen ver al espectador que la vida está llena de claroscuros: ni idealizaciones baratas, ni relaciones horribles.
Amor en polvo nace con una pretensión humorística que se ve perfectamente cumplida: es una película muy divertida. Sin embargo, junto a esa frescura y rapidez, el filme profundiza en sus personajes de manera, en ocasiones, desgarradora. Según el actor Luis Miguel Seguí, “tiene mucho drama aunque sea una comedia. Hay momentos en que se te encoje el alma, ves la realidad de la tristeza que puede llegar a vivir una pareja: las cosas que pueden llegar a decirse cuando la comunicación, el amor y el sexo en la pareja no están bien”.
Según Lorena López “es muy interesante porque ves dinámicas de pareja que le ocurren a todo el mundo en un momento u otro, ves los deseos de cada uno, las frustraciones y la capacidad de abrir la mente hacia otras posibilidades, sin tabúes”. Además, añade que “no es una comedia de risa fácil. Es blanca y amable, pero los diálogos están muy bien construidos, lo cual va a ayudar a que se interioricen y se luche así con los prejuicios”.
Por su parte, Enrique Arce explica que Amor en polvo va a venir muy bien porque “la gente está en un momento en el que necesita reírse”. Hace una analogía con nuestra propia cuarentena, y afirma que “la película habla de un confinamiento a nivel de parejas”. “Si no hay comunicación -añade-, las cosas se enquistan. Hay que buscar nuevas formas de entendernos, herramientas para que la pareja vuelva a revivir”. Y es de eso precisamente de lo que habla la película: de amistad, de comunicación, de encontrar formas de ilusionarse de nuevo ante monotonía a la que puede llegar la normatividad.
Por otro lado, Amor en polvo naturaliza el feminismo de una manera muy informal y bien traída. En cierto momento, el personaje de Blanca dice: “¡Ya está bien de que a las tías nos follen! ¡Aquí follamos todos con todos”. Lorena López opina en la línea del personaje al que da vida. Afirma que “la sociedad tiene una visión muy falocéntrica de todo” y en el asunto que nos concierne, “del sexo”. “Siempre parece que el que penetra es quien tiene el poder en la relación".
Y en relación con esto, López agradece el trabajo de los guionistas de la producción, puesto que “han hecho un trabajo muy bueno de lenguaje”. Explica que “asuntos como este han de expresarse de manera explícita, pues la manera en que lo hagamos dará un sentido u otro al asunto”. Amor en polvo muestra a la mujer como figura que lleva la iniciativa, que no va siempre al rebufo; y lo hace sin comercialismos baratos.
Por otro lado, el largometraje plantea una interesante reflexión que se va desarrollando desde el principio hasta el final: En las relaciones, ¿la pasión se acaba?
Es evidente que así ocurre. El principio de las relaciones suele llevar consigo la fogosidad y la intensidad de lo desconocido. Con el tiempo, eso tiende a agotarse, pero es algo que no debería concebirse como algo malo, pues ese desconocimiento puede dar paso a algo que, a menudo, es incluso más bonito: la certeza de saber que estás con quien quieres estar.
Esta reflexión se plantea en la película, pero de forma un poco distinta. Introducen una variable nueva: ¿para qué voy a renunciar a la pasión, si puedo tenerlo todo? Y de ninguna manera se equivoca si partimos de que cualquier opción es tan válida como las demás (siempre que se cimente sobre la confianza). En un momento dado, el personaje de Macarena Gómez dice: “Los problemas del amor siempre van a estar ahí, lo que pasa es que asociándolos al sexo lo único que vas a conseguir es follar menos”. Y en otro momento, Lorena López se pregunta: “¿Por qué contenernos si los dos sentimos la misma pulsión y hemos encontrado algo que nos puede funcionar?”. A través de la trama, la película invita al espectador a reflexionar sobre esto.
El codirector y coguionista Juanjo Moscardó explica que “no deberíamos obsesionarnos con lo normativo, con la idea de que lo que es, tiene necesariamente que ser”. Cuenta que es algo que se suele ver, que la gente se autoimpone una manera de vivir, y que eso no hace más que generar frustraciones y desengaño. “Lo ves en la sociedad, en amigos y conocidos. Hay veces que me digo: «¡pero si no sois felices, tío! Probad otra cosa, o incluso romped». La vida son cambios, y no hay que tener miedo a ellos. Ahora, eso no quiere decir que no haya que luchar, pero si ves que lo que tienes no va a ningún lado, ¡déjalo! Lo importante es ser feliz".