CASTELLÓ. Dice Anna Millo (Benicàssim, 1994) que si pudiera no dormir nunca -excepto ahora que estamos en cuarentena- sería la persona más feliz de mundo. Y la creemos. Esta artista de Castellón tiene un grupo de música jamaicana, The Dance Crashers, también forma parte de una orquesta, La Kinky Band, y además ha puesto su voz a la Borriana Big Band, es profesora de canto y hasta hace poco estaba estudiando oposiciones de secundaria de inglés, ya que es graduada en Traducción e Interpretación. "Me estaba costando llevar una rutina de estudio porque entre semana estaba viviendo en València, que hay actividades todos los días y además tenía que ir a cantar. Pero es que los fines de semana, claro, también los tenía prácticamente todos ocupados. Dedicarte a la música te quita vida social, el poder hacer viajes y estar con tus amigos, pero yo lo disfruto y es lo que me gusta", asegura.
Ahora hablamos en pasado porque la crisis sanitaria ha rebotado todos sus planes y su rutina, como los de cualquiera, pero tampoco así Anna Millo puede frenar su nervio por cantar. Hasta la fecha ha participado en al menos tres conciertos en streaming: uno organizado por el grupo Mafalda, otro enmarcado en el Apocaladies Fest donde solo participaban mujeres y en el tercero se recaudaban fondos para la población de Santa Marta en Colombia, donde no se tienen ni de lejos los mismos medios que en Europa para hacer frente a una pandemia. También, en paralelo, a través de The Dance Crashers lanzó hace apenas unas semanas 'Tuyo', el tema de Rodrigo Amarante que Narcos popularizó con su intro. Una preciosa versión a ska que ha sido ilustrada por la castellonense Raquel Villanueva.
El camino de Anna Millo empieza a los cuatro años cuando da sus primeras clases de canto y piano. Pero además, cuenta con ese extraordinario plus de pertenecer a una familia de músicos. No obstante, son sus profesores de música en el instituto los que la animaron a introducirse poco a poco en la profesión. "Tenían mogollón de proyectos y me animaban a formar parte de ellos", cuenta. A partir de ahí es cuando empieza a explorarse como artista sin tener muy claro a qué género pertenecer. (En el caso de que haya que pertenecer a alguno.) "Todavía me estoy descubriendo. Como cantante en The Dance Crashers llevo años formándome en la música jamaicana, pero también me gusta mucho el soul, el blues o el rock".
Hablemos ahora de su grupo. The Dance Crashers es pura genética valenciana. Sus orígenes lo sitúan en Alfafara, un municipio del norte de Alicante, aunque gracias a los diez miembros que componen la agrupación ésta ha echado raíces tanto por Castellón como por València o incluso en Barcelona. Ahora bien, más que por su geografía lo importante de este grupo es su filosofía que, tal y como autodefinen en su página web, se centra en "profesionalizar una afición como es la música jamaicana". Y lo hacen siguiendo una fórmula clara: "Nos interesa un estilo puro, sin mucha fusión, siendo fieles a los orígenes, pero con una sonoridad y harmonías modernas que aporten frescura a los temas". Unas letras que cantan, además, en valenciano e inglés.
"Hay una inclinación general por pensar que la música es un hobby y no una profesión real, cuando hay gente que puede pasarse toda la vida formándose para esto. Pero además, en el caso de la música jamaicana, aunque es muy guay y nace con un propósito muy bonito, no se la tiene tan en alza. Hay ciertas zonas como en Reino Unido donde sí se la valora, pero aquí por lo general se reconoce únicamente el reggae, porque se hizo más popular y comercial en algún punto de la historia. De ahí que al grupo le interese mostrar la música jamaicana a la gente, sobre todo mis compañeros que han mamado de este género desde que eran pequeños. Todos comparten esa afición. Yo llegue más tarde y me gustó un montón", argumenta.
Aun así, mostrar la música jamaicana no es un reto tan complicado como parece. Aunque como dice Anna Millo "no hay un circuito concreto" para este estilo, sí que está bastante metido. "Es una música agradable de escuchar. La valores o no, entra muy bien al oído. Quizá tenemos más complicaciones por las letras en inglés. Porque eso, quieras o no, crea una pequeña barrera". Sea como sea, los valencianos han recorrido durante dos años escenarios tan encumbrados como el Rototom y el Festivern o salas más comerciales como la Apolo en Barcelona.
Una experiencia que trasladaron en 2018 a su primer elepé Fabolous Coconut, donde quedaron patentes las influencias de grupos clásicos como The Skatalites, y que ahora volverán a registrar en su segundo trabajo. "Lo único bueno de esta situación es que nos ha venido relativamente bien para componer. Aunque somos muchos, nos organizamos bien y nos está sirviendo para perfeccionar el disco. Cuando salgamos de aquí nos meteremos en el estudio."
Mientras tanto la banda va haciendo boca de la música que se viene y recientemente han publicado 'Horitzons'. Un trabajo que de nuevo llega autoproducido. "Es difícil entrar en una discográfica si empiezas desde cero, pero tampoco estamos interesados. Nos autogestionamos y hacemos nuestro propio camino como banda sin atarnos a nada ni nadie. Siendo libres de hacer la música que queremos, hablar de lo que queremos y cómo queremos", justifica la cantante, y añade: "En nuestro caso alcanzar la popularidad significa poder vivir de esto. Nos encantaría tenerla, pero si para alcanzarla hemos de cambiar algo de nuestra forma de tocar, componer o vivir la música, no nos interesa. Nos mantenemos firmes a nuestro estilo y a la manera que tenemos de entenderlo".
Diez personas son suficientes así para aguantar la estructura de The Dance Crashers. Una banda que desde el extrarradio aporta sus canciones jamaicanas, muchas de crítica social, pero también otras que sencillamente ponen voz a cosas mundanas. "Nuestro primer disco fue muy variado porque el nexo de unión era la conversación que pueden tener dos amigas en el bar. Las letras hablaban de todo lo que se puede hablar con dos cervezas: intentas arreglar el mundo, tu relación acabada, piensas en viajes... Mil historias". Cada miembro aporta para ello su granito de arena. "Todo el mundo quiere y debe opinar. Aunque después se lo pasemos a una persona que es la que tiene la figura de productor. Él le da la forma y lo amolda. Pero todos estamos abiertos a dar ideas".
Otro mundo es el de La Kinky Band. Aquí Anna Millo también está estrechamente ligada al ska y a la música jamaicana, pero se toma más licencias para interpretar otros estilos como el rock o la pachanga. Aun así, no es una orquesta al uso. Como cuenta la cantante "es como si te fueras de gira con tu grupo". "Aunque es jodido porque son muchas horas y es algo que al final cansa, lo disfrutamos mucho porque los temas son super fieles a los gustos de los miembros de la banda. No es una orquesta que toquen pasodobles y reggeaton". En su lugar es más fácil encontrar versiones de Camela hechas con reggae o un remix con algunas de las series de dibujos míticas que se retransmitían en TV3 hace años.
El de este año iba a ser su décimo aniversario y, aunque todavía lo es -eso no cambia-, no está siendo su celebración como sus miembros esperaban. Cada año en las fiestas de la Magdalena La Kinky Band arranca el repertorio nuevo y una gira que les lleva hasta todo tipo de verbenas. Por eso es aquí donde la cantante, al igual que muchos otros músicos, ve más mermados sus ingresos. Aunque muchas actividades se estén aplazando, también cabe la posibilidad que todo acabe por cancelarse. "La época fuerte de las orquestas empieza a partir de la primavera, es cuando empieza el bucle de conciertos hasta finales de verano. No sabemos qué pasará porque todo pende del mismo hilo, pero de momento el verano sigue programado", razona Anna Millo.
Ella, en todo caso, sigue viviendo de la música: "Actualmente lo hago. Ahora en este momento de cuarentena no, pero normalmente sí. Ojalá vivir de hacer música siempre, es algo que me encantaría. Lamentablemente está difícil, porque tienes que buscarte otras salidas. Siempre tiene que haber un 'plan b' y es una mierda porque te quita tiempo. Ahora vivimos en València, que es un punto más neurálgico, y por allí nos movemos bastante".