Analicemos la situación actual: 4.008.789 personas en paro, 8.900.000 pensionistas, casi 1 millón de personas en ERTE, más de 8 millones de estudiantes en enseñanzas no universitarias y 1.700.000 estudiantes universitarios.
Para casi 47 millones de habitantes, la población activa se sitúa en menos de 19,5 millones de personas, o lo que es lo mismo: el 41% de la población asume el peso de todo un país. Vistos los datos, está claro que hay que hacer algo, mucho diría yo.
Al hilo de ello, volvemos a la reforma del mercado de trabajo, o “contrarreforma”, la que al parecer se pretende. Más allá de abordar los problemas estructurales de este país, parece ser que pretende más deshacer o eliminar reformas pasadas, primando las cuestiones o ideas políticas por encima de las necesidades de nuestra economía.
Atacar a reformas pasadas podría significar:
Plantear nuevamente el retorno a la ultraactividad de los convenios, reforzando los convenios sectoriales. Pregunta: ¿se regula mejor las necesidades de una empresa concreta con un convenio de sector que con un convenio de empresa?
Restringir o endurecer la subcontratación.
Limitar la capacidad del empresario de modificar las condiciones de trabajo, limitando o dificultando la misma.
Revisar las causas del despido, endureciéndolas.
Simplificación de la contratación, así como el establecimiento de mecanismos para evitar o reducir el uso de la contratación temporal.
Potenciar instrumentos como alternativas al despido (nuevo diseño de los ERTE).
Modernización de las políticas activas de empleo.
Futuro de las pensiones, penalizando las jubilaciones anticipadas e incentivando la permanencia en el mercado de trabajo.
Cotización de los trabajadores autónomos por ingresos reales.
¿Queremos apostar por la creación de empleo, por la creación de riqueza?
Si queremos crear riqueza, generar empleo y, en definitiva, combatir el paro, como vengo insistiendo en los últimos tiempos, no hace falta inventar recetas nuevas cuyo resultado desconocemos.
Hablar del mercado de trabajo, de la creación de riqueza, necesariamente debe pasar por la flexibilidad de las relaciones laborales y del mercado de trabajo: en la entrada al mismo, mediante la contratación; durante la vigencia de la relación laboral, para la conservación de la misma, atendiendo a la flexibilidad de modificar el vínculo en atención a las necesidades concretas de cada momento, y en la salida del mercado de trabajo, mediante la extinción del contrato.
Respecto a la contratación, más que los diferentes tipos de contratos que puedan establecerse, lo importante es que exista facilidad de que una persona se incorpore al mercado de trabajo, en mi opinión. Hacer dificultosa la entrada es tanto como poner un freno a la iniciativa del empresario, temor a embarcarse en nuevos retos. Tal vez la clave no se encuentre en la forma del contrato, sino en hacer crecer nuestra economía, para que, con ello, necesariamente se cree empleo. Creación de riqueza es igual a creación de empleo, es un viejo axioma.
En relación con la flexibilidad durante la vigencia de la relación laboral, entendida como aquella que permite modificar y adaptar el vínculo laboral a los continuos cambios y vaivenes que pueden acontecer en la empresa y en el entorno en el que opera la misma, nuevamente una dificultad o retroceso en la misma, supone una petrificación de las relaciones laborales y un aburguesamiento en las mismas.
Y finalmente, flexibilidad en la salida del mercado de trabajo, es decir, en la extinción del contrato. Y en las jubilaciones.
¿Qué reforma necesitamos? No lo sé. Pero lo que sí sé es que no quiero una reforma que dificulte la entrada en el mercado de trabajo, no haciéndola atractiva al empresario; que dificulte las adaptaciones a las continuas realidades cambiantes; y finalmente, que complique la salida (no caprichosa), o lo que es lo mismo: la capacidad de la empresa para acometer los ajustes de plantilla (insisto, no caprichosos) que entienda convenientes para posicionarse y reposicionarse en el mercado, en definitiva, permanecer en una economía cambiante.
Buenas ideas no entienden de colores, sino sobre todo de sentido común. Politizar la reforma laboral, huyendo de las necesidades concretas en estos momentos, es un error. Omitir las recomendaciones de Europa es una huida a ninguna parte.
Es un momento de no sacar las banderas, de abstenerse de posiciones herméticas, e hincarle el diente a lo importante. Confiemos en el diálogo social, en los negociadores. Desearles, como a los toreros, suerte al salir a la plaza. Eso sí, no le den la espalda al toro.
Santiago Blanes Mompó. Socio Área Laboral de Tomarial.