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NOSTRADAMUS YA LO SABÍA / OPINIÓN

CIS, ¿me lo dices o me lo preguntas?

Foto: PIXABAY
17/05/2021 - 

Lo que pensamos determina lo que somos y lo que hacemos. Lo que hacemos y lo que somos determina lo que pensamos. Lo decía el autor de Un mundo feliz. Sea al servicio de un ministerio o del Ibex, extraer números en el territorio fronterizo de las intenciones, que conectan las emociones y las acciones, alimenta ese veneno de la sociología, préstamo teatral de Rodolf Sirera, que es sondear la realidad social. Aunque los estudiosos consensuarán antes el origen del coronavirus que el perímetro del concepto, todavía nos encaja la definición “lo que nuestra existencia no tiene de natural”, que escribiera el padre de la sociología metropolitana de l’Horta Josep Vicent Marqués, tan apreciado otrora. Al escapar de los designios inescrutables de la biología, nuestra identidad depende de cómo se concreta esa huida, salpicada de “las circunstancias sociales en las que somos educados, maleducados, hechos y deshechos”, se puede leer desde hace cuarenta años en No es natural.

Que el planeta se apiade de esta contradicción absurda nuestra: desertamos de la naturaleza para acabar naturalizando lo desnatural en nosotros. Y aún se extrañan algunos de que exista algo como el índice de felicidad mundial de Naciones Unidas, para radiografiar el bienestar de más de 150 países a través de una ensalada de parámetros: el apoyo social, la libertad para tomar decisiones clave en la vida, la generosidad, la confianza, el PIB per cápita y la corrupción. El fútbol queda fuera, por lo que los nórdicos se reparten el podio. El único índice global de felicidad en el que España reventó la estadística fue en 2010, en Sudáfrica, hasta ahora.

“La ciencia de las encuestas es como la magia de las vacunas. Rozan el oxímoron, el arte de los contrarios. Mientras lo segundo atribuye un don divino a los investigadores, lo primero dota de exactitud a un carácter impreciso”

Detrás de las encuestas de la felicidad está la consultora estadounidense Gallup, una de las firmas internacionales veteranas en interrogar la opinión pública. Con un cuestionario que supera el centenar de preguntas, los encuestadores Gallup indexan la violencia o el optimismo, la ley y el orden o el trabajo en el mundo interrogando a 1.000 residentes de cada uno de los 160 países que analiza, lo que pretende representar el 98% de la población adulta mundial. Además de tomarle la temperatura a la aldea global, esta organización de encuestas también está acostumbrada a armar jaleo en las vísperas electorales y jornadas postelectorales de Estados Unidos. Desde 1960, cuando vaticinó un empate entre Nixon y Kennedy, a 2012, cuando, tras fallar con Obama y Romney, anunció que perfeccionaría su metodología enfatizando las preferencias de los votantes considerados con una mayor probabilidad de votar --sin tener en cuenta que los votantes potenciales también puedan mentir.

La ciencia de las encuestas es como la magia de las vacunas. Rozan el oxímoron, el arte de los contrarios. Mientras lo segundo atribuye un don divino a los investigadores, lo primero dota de exactitud a un carácter impreciso. Esto no discute que la intuición ayude en algo a la investigación básica, y que en los sondeos haya una sesuda aritmética. A fin de cuentas, “la encuesta es un arte, pero es en gran medida un esfuerzo científico”, resumía acertadamente un artículo en Nature sobre la crisis de las encuestas, de 2016.

Foto: Wikimedia Commons

A muchos se les escapa que hoy resulta más fácil apreciar las formas en que fallan las encuestas electorales, cuyo estudio ha evolucionado desde los años sesenta, aunque los encuestadores se enfrenten todavía a los mismos problemas. La casilla “no sabe/no contesta” es el eslabón perdido de nuestra evolución, el Big Bang del Universo, los circuitos neuronales del cerebro. Acotar la muestra a los sospechosos de no votar o los indecisos representa todavía un misterio.  Y sus soluciones se enfrentan a una dosis sana escéptica del público. No lo olvidemos, las encuestas no pretendieron reflejar las sociedades al 100%, sino ser igualitarias, etiquetando perfiles por edad, sexo, ingresos, nivel de estudios… para dar voz a toda la sociedad, y no solo a una élite. Pero retratar siempre supone sesgos.

Si en el libre mercado Adam Smith avistó una mano invisible, las comitivas de asesores políticos ven algún tipo de diseño oscuro oculto en las discrepancias numéricas entre los pronósticos demoscópicos y la realidad de las urnas. Pero las encuestas no son bolitas de azúcar que prometen curar enfermedades, como tampoco la sociología es una pseudociencia. Desde que le nombraran presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas en 2018, no ha parado de repetirlo José Féliz Tezanos, él no es un adivino, ni el CIS tiene una bola de cristal, aunque la sociología cuantitativa es mucho más que un barómetro flash.

Aunque su utilización trascienda el ámbito de la opinión con respecto a los partidos políticos, es en el ritual electoral donde más se discute la utilidad de las encuestas. Los sondeos son como la industria del cine español, siempre están en crisis. El escepticismo nos acompaña desde su origen doméstico cuando los diarios estadounidenses enviaban postales a sus lectores hace más de un siglo.

En un artículo del Times, en 1943, George Gallup, periodista y estadístico, fundador del American Institute of Public Opinion, la institución pionera en adecentar las encuestas de opinión, desafió a los críticos --que señalaban las encuestas de Gallup como una mala influencia en el cuerpo político al alentar como los lemmings  a pensar lo que todos los demás piensan-- afirmando que, en un gobierno basado en el sufragio, “la cuestión no es si la opinión de una persona es inteligente, sino si el juicio colectivo de todo el pueblo es inteligente. La democracia no requiere que todo hombre sea filósofo; sólo requiere que la suma total de todas las opiniones sea sólida”.

La opinión pública no nace, se hace

A Gallup no se le aceleraría el pulso al leer el tuit de Michael Reid, comentarista sobre España y Latinoamérica de The Economist la noche del 4 de mayo: “La única persona que debería dimitir esta noche es José Félix Tezanos, el encuestador oficial, que ha hecho sondeos partidistas a expensas de los contribuyentes. Su encuesta de finales de abril fue la única que tuvo a la izquierda ganando. Es un escándalo”. Semejante queja en la red social cuenta con antecedentes dentro de la casa, de la sociología de hace medio siglo.

“Las encuestas no pretendieron reflejar las sociedades al 100%, sino ser igualitarias, para dar voz a toda la sociedad, no solo a una élite”

En una conferencia en 1972, Pierre Bourdieu, el gran fustigador de la mundialización, antes o al mismo tiempo de arrojar al mundo conceptos como la “violencia simbólica”, “la política de la despolitización”, “la autonomía de los distintos campos”, se avanzó a todos los que piden hoy la cabeza de Tezanos. Atajó de raíz el problema de las encuestas de opinión negando la mayor con “la opinión pública no existe” y “no hay nada más inadecuado para representar el estado de la opinión que un porcentaje”. La opinión pública no nace, se hace, y las encuestas devienen industria.

Tres postulados distorsionan los sondeos, por mucho rigor metodológico que haya en la recogida y el análisis de los datos, según el sociólogo francés: “Toda encuesta supone que la producción de una opinión está al alcance de todos; que todas las opiniones tienen el mismo peso; en el simple hecho de plantearle la misma pregunta a todo el mundo se halla implicada la hipótesis de que hay un acuerdo sobre las preguntas que vale la pena plantear”.

El conocimiento científico se define por sus preguntas más que por sus respuestas. Y si tuviera que depender de los barómetros del CIS, la ciencia lo tendría claro, si se miran algunos ejemplos:

Pregunta 12, estudio 3231 de noviembre de 2018: Hay personas que creen que tenemos un cambio climático, mientras que otras lo niegan. Por lo que Ud. sabe, ¿cree que actualmente hay un cambio climático?

“La casilla ‘no sabe/no contesta’ es el eslabón perdido de nuestra evolución. Acotar la muestra a los sospechosos de no votar o los indecisos representa todavía un misterio”  

Pregunta 6, estudio 3279 de abril de 2020: ¿Cree Ud. que en estos momentos habría que prohibir la difusión de bulos e informaciones engañosas y poco fundamentadas por las redes y los medios de comunicación social, remitiendo toda la información sobre la pandemia a fuentes oficiales, o cree que hay que mantener libertad total para la difusión de noticias e informaciones?

Pregunta 27, encuesta postelectoral de las últimas elecciones catalanas: ¿Cree Ud. que habría que aprobar una reforma del actual Estatut para posibilitar que, sea cual sea el resultado de las elecciones, gobierno el partido que ha obtenido más votos y escaños, como se plantea en los estatutos autonómicos del País Vasco y Asturias?

Más que los errores de representatividad, cuyo desafío se multiplica con las redes sociales y el microtargeting, las preguntas deberían sonrojar a la institución. Como decía Bourdieu hace medio siglo, el problema no está en la muestra, sino en la subordinación a intereses políticos, que el poder de la encuesta se acomode como instrumento de acción política para camuflar que el estado de la opinión es un sistema de fuerzas y tensiones.

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