VALÈNCIA. Carme Portaceli no se encuentra entre los lectores que tras adentrarse en Cien años de soledad minusvaloraron La casa de los espíritus por hallar puntos, símbolos y audacias en común entre ambos exponentes del realismo mágico. “La obra de Gabriel García Márquez es magnífica, pero la de Isabel Allende me dejó impactadísima. Como pasa siempre, las obras de los hombres van por delante. A ella, nadie le hacía esa publicidad”, lamenta la dramaturga y directora.
A la primera mujer en comandar el Teatre Nacional de Catalunya, la forma en que la novela relata un siglo de la historia de Chile a través de los entresijos de cuatro generaciones de una misma familia le trae a la memoria una frase del filósofo Emilio Lledó, quien apunta que la genialidad de Antonio Machado no solo estaba en su capacidad de expresar su alma y lo que le pasa, sino de dejarnos ver el país que hubiéramos querido tener y no tenemos. “Del mismo modo, Allende nos permite ver cómo funciona la esencia humana y qué pasa con ella cuando el mundo se transforma”.
Portaceli ha necesitado décadas y un bagaje previo de 70 obras para sacar adelante una adaptación teatral de esta saga, pero cuando se ha decidido, ni la covid-19 ha podido impedirlo. Los días 14 y 15 de agosto se estrena en Sagunt a Escena.
- ¿Qué complicaciones te ha supuesto subir a las tablas una novela tan laberíntica?
- El problema ha sido el tiempo. Era una preocupación compartida con Anna Maria Ricart, con la que ya adapté Jane Eyre y Mrs Dalloway. Contrariamente a la película de Bille August, que se sirve de una elipsis que le quita profundidad, nosotras queríamos contener a las cuatro generaciones. Precisamente, por lo que dice el personaje de Alba al final: “A Pancha García la violó mi abuelo. 40 años después su nieto viola a la nieta de mi abuelo y quizás mi hijo violará a una de su familia en una cadena de odio imparable”. No era sólo cuestión de decirlo. El tiempo tenía que pasar. En teatro hay que recurrir a la abstracción y así lo hemos hecho, en nuestra obra pasa un siglo.
- ¿Qué cobra más importancia, la realidad o la magia?
- Yo entiendo que son lo mismo. Para mí la magia es algo inexplicable. La vida es magia, qué sabes qué te va a pasar mañana. Como dicen los biólogos, es tal el azar de que todo se haya dado para que el ser humano exista... La otra realidad, esa que da lugar a desgracias como el golpe de estado, poco tiene que ver con la magia y es lo que hay que sacar de este mundo.
- Has valorado que en la novela se puede apreciar cómo la política planea por encima de las cabezas de las personas sin que tengamos nada que ver con ella. ¿De qué manera se pone de manifiesto en la actualidad?
- 15 días antes de que ganara Trump ya había problemas racistas en los colegios, con lo que su lenguaje en la campaña ya empezaba a sacar esos instintos de la gente. Lo más grave es qué escuchamos y cómo lo escuchamos. El problema de la oposición en este país no es lo que diga, sino cómo se carga las instituciones con lo que dice. Después de eso, es tal la onda expansiva de su tono, que nadie las respeta. Desde que el periodismo discute públicamente sobre la política, ha bajado de nivel de manera impresionante. No puedo ver ningún programa de tertulianos políticos. Esos ruidos, ese mal gusto, ese amarillismo son terribles. Me producen una gran angustia.
- ¿Qué papel juega en esta dinámica la batalla por la audiencia y el clickbait?
- Acuérdate de que a Zapatero lo llamaban Bambi porque era un tipo que no iba a la yugular. Se burlaban de él. La casa de los espíritus, en contraste, es una lección de tolerancia.
- ¿Por qué es extrapolable esa tolerancia instada en una novela del siglo XX al siglo XXI?
- Porque es una obra tan buena que forma parte de la literatura universal. La casa de los espíritus ya es un clásico, así que tendrá todas las lecturas en todos los tiempos. En estos momentos, la tolerancia nos hace mucha falta, porque el siglo XXI es el siglo de la diferencia. De ahí que haya tantísimas manifestaciones fascistas contra lo diferente, porque la diferencia y su aceptación están viniendo sí o sí.
- Isabel Allende ha contado que escribió la novela a modo de carta espiritual dedicada a su abuelo moribundo, del que no pudo despedirse por estar exiliada en Caracas. ¿En quién pensabas tú cuando decidiste montarla?
- En todas aquellas personas que podemos luchar porque las cosas puedan ser un poquito más suaves, vivir algo mejor y que podamos mirarnos a los ojos. Pero también en Isabel Allende, porque escribió una novela que es un antes y un después en mi carrera.
- ¿Qué aspecto de la novela es la que te dejó tan honda huella?
- El poder que tiene el mundo femenino. Esas mujeres cuyos nombres están asociados a la luz: Nívea, Clara, Blanca, Alba, que conforman una saga de personas que dejan a los demás en paz, dándoles la posibilidad de ser felices siendo como son. El otro día veía un documental maravilloso titulado The Feminister (Viktor Nordenskiöld, 2019), sobre una ministra de asuntos exteriores sueca que intenta mediar en el conflicto palestino-israelí, y después de darse cuenta de que todo es un yo la tengo más grande, llega a la conclusión de que si a las mujeres nos dejaran intervenir, ese problema, seguramente, ya no existiría. En sus propias palabras, a las mujeres, primero se nos ignora, después se nos burlan, a continuación, luchan contra nosotras y al final, ganamos. Si aguantas todo eso, ganas porque no es ninguna aberración lo que estás proponiendo.
- Pero, ¿quién aguanta esa erosión durante tantos años?
- Personas como yo, que somos muy cabezotas. Es una cuestión de carácter, solamente, no tiene más mérito. La parte mala es que hay veces que no hay que luchar más, porque ya has perdido mucho tiempo.
- Tu aguante te ha convertido en referente. Fuiste la primera directora del Teatro Español y ahora del TNC.
- En estos momentos está sucediendo algo interesante, la existencia de referentes femeninos para hombres y mujeres. Es importante que se nos conozca más y que se sepa la lucha que hemos acometido. Hay cosas muy graves, como las referencias en los Juegos Olímpicos a Paula Badosa como la ex novia de David Broncano. Es muy fuerte que no tenga nombre, pero lo más fuerte de todo es que la prensa titule así. En ese sentido, es fundamental todo lo que sea ayudar a tener referentes femeninos. Dicho esto, hay que estar al quite, porque es difícil, no te lo permiten así como así.
- A este respecto, ¿en qué consiste el programa 365 mujeres al año que has puesto en marcha en el TNC?
- El programa es una réplica de 365 Women A Year, en el que en 2014 participó la dramaturga Beatriz Cabur. La intención es no dejar de hablar de las mujeres ni un día del año, en cualquier ámbito en el que hayan estado invisibles, que son todos. Creamos igual que ellos, pero no se ha hecho caso nunca. De hecho, es algo que continúa: en los colegios, las lecturas obligadas siguen siendo de hombres. Así que tienes que ir a decir que esto no se puede permitir y convertirte en la madre pesada y puntillosa.
- ¿Cuál es el criterio de selección de las mujeres que integran este programa?
- Encargamos obra nueva a autores y autoras sobre estas mujeres sin límite de edad. Desde mujeres médicas, aventureras, científicas, escultoras, políticas… Tomasa Cuevas, Matilde Landa, Maruja Mallo… Te preguntas, por ejemplo, por pintoras del noucentisme. Parece que no hubo ninguna, porque no salen en ningún sitio, pero claro que las hubo. La intención es ser justa. Y como las mujeres tienen que romper con todo y no tienen mucho que perder, son mucho más transgresoras, lo que resulta más interesante.
- Tú misma llevas años aplicándote esa máxima, con la puesta en escena de obras escritas por y sobre mujeres, como Només són dònes, sobre las miles de mujeres presas en la Guerra Civil, y las adaptaciones de obras como Mrs. Dalloway, de Virginia Woolf, y Frankenstein, de Mary Shelley.
- Todo no puede ser un mundo masculino. Hay que buscar figuras femeninas como Troyanas o Jane Eyre, y darles la lectura que crees que tienen. La protagonista de la novela de Charlotte Brontë era una mujer que luchaba por su independencia y su libertad. Para otra persona puede ser una mujer que se enamora y se siente engañada, pero para mí ese no es el tema, para mí el amor está ahí para explicar cómo lucha por su dignidad. Hay que dar otras ópticas. No puede ser que siempre se enseñe un polvo encima de la mesa donde en 20 segundos y por detrás la mujer alcance el clímax, porque nosotras sabemos que es mentira. Es una fantasía y una proyección.