VALÈNCIA. Estimado Carlos:
Disculpa la familiaridad con la que te escribo estas letras, sobre todo teniendo en cuenta que nunca tuve el placer de conocerte. Atendiendo a la máxima que desaconseja conocer a nuestros referentes quizás fuera mejor así aunque, según cuentan quienes compartieron mantel contigo, me da en la nariz que nos podríamos haber convertido en buenos camaradas. Al hilo de esto intuyo que te horrorizaría el grado de exhibicionismo ramplón que impera hoy en día en las redes sociales por parte de artistas y otros agentes culturales; ¿te imaginas lo anticlimático de descubrir en tiempo real la dieta, las vacaciones, las filias o los dedos de los pies de Grosz, de Torres-García, de Gómez de la Serna? Disculpa la digresión.
Como imaginarás, quiero hablarte de la exposición Viatge a Corfú. Carlos Pérez. L’home-museu que acoge estos días el Centre del Carme Cultura Contemporània en la sala que lleva tu nombre. La han comisariado tus amigos Francesc Pérez i Moragón y Rafael Ramírez Blanco, y les ha llevado toda una vida de amistad y un par de años de investigación. Acompañan la muestra un breve documental dirigido por Joan Dolç —director editorial de la revista Lars con quien tanto colaboraste— y un libro en el que unos cuantos colegas tuyos glosan tu figura.
Debo confesarte que hace años que estudio —de una manera casi obsesiva— tus textos, los catálogos de tus exposiciones, los autores que te interesan. Te parecerá una locura, pero he invertido incluso absurdas sumas de dinero en adquirir algunas de tus publicaciones que se cotizan como objeto de coleccionista: Aladdin Toys, Grosz. Obra gráfica, Infancia y arte moderno… auténticas joyas que —estarás de acuerdo conmigo— deberían poder estar a disposición de todo el mundo y no solo de quien pudiera pagarlas. Son numerosas las instituciones internacionales que cuelgan en Internet sus catálogos agotados en PDF, pero esa costumbre, por el momento, no ha llegado a nuestros museos. ¡Qué podemos esperar si ya ninguno de ellos cuenta con librería! Por otra parte, he leído también tus libros ilustrados Alfabestiari —ilustrado por ti sobre textos de Francesc Pérez i Moragón—, Kembo. Incidente en la pista del circo Medrano —ilustrado por Miguel Calatayud—, Fish and Chips —ilustrando con tus textos los dibujos de Marcelo Fuentes — o Buffalo Bill Romance —con los collages de Dani Sanchis— y no dejo de recomendarlos a todo el mundo como las maravillas que son. No te extrañará que decidiera titular el festival y feria del libro ilustrado —que dirijo junto a tu amiga Paula Pérez i de Lanuza— con el nombre de Baba Kamo, inventado por ti, en sincero homenaje.
La primera vez que fui consciente de tu enorme labor para la museografía en València —por otro lado, injustamente invisible y escasamente reconocida aun hoy— fue al conocer que habías sido el responsable de trazar las líneas expositivas del MuVIM, a partir de 2005, junto a Román de la Calle. Las artes gráficas, el cartel, la fotografía… dieron sentido a un museo acabaría convirtiéndose en referencia como museo de las ideas. Un museo que sabía conjugar las llamadas alta y baja cultura en equilibrio sobre el trapecio. Un lugar al que daba gusto acudir y que había ocupado —a diferencia de otras instituciones— un lugar preeminente en el mapa mental de esta Capital de la Tierra de la Modernidad Imposible —como tú solías llamar a València— al que ir como quien va al horno o a la fuente: por necesidad y sin la solemnidad de los santos lugares. Terrible lo que pasaría después. ¡Qué te voy a contar!
No viví tus etapas en otros centros de arte pero las he podido rastrear, por fortuna, gracias a tus publicaciones, que ahí quedan de testigo y que me han servido muchas veces como faros en medio de tanta espesura. Pero disculpa, no quiero irme por las ramas, que no tengo mucho papel: la exposición. Es cierto que, mal que nos pese, hay que explicarla a quienes no te conocían, como se explica un monumento de una antigua batalla o un templo cuya advocación desconoce el interlocutor. Y es que solo el Centre del Carme ha tenido la decencia de reivindicarte como mereces y eso que fuiste conservador del IVAM, del Reina Sofía y del MuVIM, ¡casi nada! Y claro, como te mantuviste siempre en un discreto segundo plano —y convendrás que el mundo de la gestión cultural no es todo lo sexy para el gran público— hay que contar a la gente toda la retahíla de cosas que eres: pedagogo —creador de materiales didácticos por influencia de Montessori, Decroly, Freinet o la Bauhaus—, investigador, experto en las vanguardias del siglo XX, comisario de exposiciones, pintor y músico diletante, escritor, guionista, condecorado por las repúblicas chilena, checa y francesa por tus contribuciones a la cultura…
Viendo la cantidad de carteles y de publicaciones que se exhiben en la exposición, resulta increíble —y motivadora— tu capacidad para sumar proyectos, ideas o equipos de trabajo, manteniendo un extraordinario rigor y una inagotable curiosidad. Como un manantial que no cesa. Tu atención por el mundo de la infancia, sin tratar a los niños como si fueran imbéciles, tu determinación por reivindicar autores olvidados, materiales humildes y populares, elementos que otros consideraban de segunda e inaceptables en un museo —de Bibendum a los paquebotes transatlánticos, de los teatros de papel al mundo del jazz—, y esa visión holística y transversal —lo que recuerda Juan Manuel Bonet con el apelativo de exposiciones tutti frutti—, con un gran sentido del espectáculo en el sentido más puro de la palabra. El “instruir deleitando”, tan horaciano, tan erudito y popular, tan circense y científico.
Y menuda colección, la tuya. Los comisarios han reproducido las paredes de tu casa de la Finca Roja y allí están tus carteles, tus juguetes, tus dibujos originales… ¡qué maravilla! Hasta han llevado tu piano, tus gafas, tu teléfono… es cierto que esto último impresiona un poco pero imagino que tus amigos no quieren olvidar ni el más mínimo detalle de ti.
Por cierto: tus amigos. Han escrito como doce prólogos tremendamente cariñosos para el libro; Francesc Pérez i Moragón —escribe seguramente el más íntimo y emotivo—, Salvador Albiñana, Adolf Beltran, Juan Manuel Bonet, Vicente Ferrer, Jorge García, Vicente García-Huidobro —que vino desde Chile para la inauguración—, Mercè Ibarz —autora también del libro L’amic de la finca roja en el que habla de su amistad contigo y de algunos personajes importantes para ambos como Buñuel, Salvat Papasseit, Ángeles Santos, Mercé Rodoreda…—, Françoise Lévèque, Joan Llinares, Josep Monter —personalmente, el que más he disfrutado por todo lo que ayuda a comprender vuestra época— o Claustre Rafart.
Es verdad que se echan en falta reflexiones tuyas sobre el arte, la museografía, la pedagogía, la infancia… creo que muchos podríamos aprender muchísimo leyendo tus notas, pero se trata más bien de un homenaje a modo de hacer y pensar que de un manual; y no está nada mal, ¿eh?, para una vez que un museo homenajea a alguien que verdaderamente lo merece…
Tengo que despedirme ya pero no quisiera hacerlo sin antes agradecerte toda tu dedicación entusiasta —más de cuarenta exposiciones como ideólogo o colaborador—, el modo en el que tu criterio y tus gestiones contribuyeron a consolidar la colección del IVAM —especialmente, por el fondo Grosz - Heartfield— y tu honradez y tu ética en el trabajo que te llevaron a no callar ante los desmanes y el despotismo de quienes se apropiaron de la cosa pública para sus réditos personales y políticos. Ojalá que tu ejemplo cunda y esta exposición contribuya a ello. Creo que no exagero al decirte que, incluso sin saberlo, conseguiste hacer que esta ciudad fuera un poco menos la Capital de la Tierra de la Modernidad Imposible.
Espero que, en tu último viaje, consiguieras hacer escala en Corfú para comerte unas ostras con Edward Lear.
Con admiración, afecto y gratitud.