VALÈNCIA. Te hayas portado bien o no tanto, lo que es seguro es que el año dos mil veinte se te debe haber hecho muy cuesta arriba —en realidad el año es un concepto muy vago que ni siquiera compartimos todos los seres humanos, de hecho vivimos en años diferentes incluso en el mismo territorio, pared con pared—: sea como sea, dos mil veintiuno no vendrá con un pan debajo del brazo, aunque sí con una vacuna, con varias, para ser exactos. Acaba diciembre, empieza enero: este tiempo bisagra es sensible a los regalos y a los propósitos. Un gran deseo lo ocupa todo: que esto termine de una vez. Otros pequeños deseos se esconden en sus pliegues: en la medida de lo posible, estaría bien poder regalar y recibir regalos.
Es la costumbre, y la ilusión. La costumbre muta, claro, porque aunque uno se empeñe en aferrarse a la noche del cinco al seis de enero, la cita se ha adelantado. Va ganando el señor que pasó del probable verde al rojo por una campaña de una marca de refrescos, pero también él, en su desconcertante afabilidad, comienza a desdibujarse, a volverse borroso: ¿es Santa Claus, o Papa Noel? ¿Por qué no el Ded Moroz ruso, la entidad precristiana de larga barba residente en el país de los muertos del que salía a través de un pozo y que provocaba heladas con una vara, y que desde hace una tiempo reparte regalos a niñas y niños con la ayuda de su nieta Snegurochka? El sincretismo todo lo asimila: ¿regalos de un hombre del Norte en Nochebuena coincidiendo con las estrenas, o por la mañana en Navidad? ¿Renos, carbón, u oro, incienso y mirra? ¿Ficción infantil temporal, o realismo temprano? ¿Siguen existiendo los catálogos de juguetes que incluían una plantilla de carta al final, se han convertido en una aplicación, en un renacido, pletórico y mágico código QR?
La costumbre nos habilita en estas fechas para hacer un esfuerzo menor o mayor —lamentablemente, no hay que olvidarlo, hay quien este año por primera vez no podrá regalar, y hay quien lleva ya mucho sin poder, quizás desde siempre— con el objetivo de adquirir obsequios para los demás y para nosotros mismos, y como esta sección se llama La librería, vamos a vender en ella algunos títulos, que luego, si el interés es compartido, se podrán adquirir en las librerías reales de nuestros pueblos y ciudades, esas que habitan unos singulares personajes, libreras y libreros, profesionales de la ilusión en celulosa. Vamos allá:
Holobionte Ediciones es un sello atrevido que no para de acertar. Por aquí hemos hablado ya de sus libros. No estaría de más apuntar para la carta dos títulos: David Bowie, posthumanismo sónico, de Ramiro Sanchiz, y Políticas de la Nueva Carne. Perversiones filosóficas en David Cronenberg, de Jorge Fernández Gonzalo. Casi nada. El primero es un repaso a la figura del “alien venido del futuro para cruzar y alterar todos los límites, hackeando la industria musical, infectando el pop a través de lo performativo, lo masculino a través de lo femenino, lo humano a través de lo extraterrestre”, que a la vez es un ensayo sobre la naturaleza humana que conecta con las teorías del posthumanismo crítico. Hemos empezado fuerte. El segundo libro holobióntico desarrolla la idea de que la Nueva Carne es el gran tema de esta época, un tema en cuyas entrañas-idea nos adentraremos a fuerza de diseccionar la filmografía del inquietante cineasta canadiense. Todavía en el terreno del pensamiento, sería recomendable desplazarnos hasta Materia Oscura Editorial para conocer al la Unidad de Investigación de Cultura Cibernética (CCRU), un colectivo interdisciplinario fundado en 1995 en el departamento de Filosofía de la Universidad de Warwick, liderado por Sadie Plant y después por Nick Land: la CCRU aunó filosofía, especulación tecnocientífica y una mítica basada en el horror y el weird del siglo XX. Escritos 1997-2003 —CCRU— es parte imprescindible de su obra.
Fusiones, agregadores de suscripciones, Big Data, visionados compulsivos: si como tantos otros consumidores de cine y series te has visto arrollado por la oferta cada vez mayor de plataformas de contenidos, hasta el punto de que o bien te has bloqueado y sigues con la primera a la que te abonaste, o bien te has abonado a todas pero ves dos porque no te da la vida, puedes hacerte con un ejemplar de Streaming Wars. La nueva televisión que la especialista en nuevos modelos de distribución audiovisual Elena Neira ha publicado en Libros Cúpula. Muy útil para comprender la nueva industria del entretenimiento.
“Es creencia, tanto de los británicos como de los españoles, que cuando los monos dejen el Peñón de Gibraltar, los británicos también se irán. Cuando en 1913 el número de monas quedó reducido a tres, Londres se alarmó. Se ordenó al Regimiento de Artillería Real proteger los monos que quedaban y se otorgó una cuantiosa subvención para comprarles olivas, algarrobas e higos, aunque no nísperos japoneses, porque les hacía vomitar”. Con esta cita de Susan Fleming abre Inventario de monos, de Galgo Cabanas, alias híbrido de Mario de los Santos y Óscar Sipán: este es el punto de partida para una ficción que híbrida historias de espías, noir y novela psicológica. En el catálogo de Pregunta Ediciones.
El bonaerense Marcelo Luján ganó el VI Premio Internacional Ribera del Duero con los seis relatos que publica Páginas de Espuma y que constituyen La claridad: seis cuentos que anuncian, en sus palabras, “todo lo que deseamos y no alcanzamos, los miedos y los arrebatos, el amor y la traición, y los pequeñísimos instantes de dicha”. En los relatos de Luján la violencia es un factor estético, igual que la claridad “es un concepto-excusa para fortalecer su antítesis [...] puesto que el brillo es más brillo cuando se contempla desde la oscuridad”.
Y para concluir esta carta, poesía. Piscina fuera de temporada, de Carolina Otero Belmar en Ay del seis poesía, dice: “Esta galería es urna / que guarda el tiempo. / La forja blanca de las sillas, / el mosaico de piedra en la mesa, / pared de cemento despintada... / Creo que esa planta inmortal / —ya ni la riego, ella sola / bebe de la lluvia suburbana— / estuvo aquí desde El Principio”. Y también: “En boca cerrada / no entran sombras; / los fantasmas / se mantienen a raya / si no los mencionas”, o: “Aquel hombre / con el rostro mordido por el invierno / tiembla un vaso de alcohol mítico”. Los mitos abren, los mitos cierran. Y esta sería una manera perfecta de despedirse.