VALÈNCIA. Hace unos días, la movida cumplió 40 años. Ya es un fenómeno lo suficientemente viejo como para analizarlo con perspectiva. Pero me temo que, dado el apetito por los titulares polémicos, nos vamos a hartar de leer visiones negativas del asunto. Un asunto que, por supuesto, ha de ser revisado y analizado sin filtros nostálgicos, sin que ello suponga la demolición total de sus méritos. Estos son algunos de los argumentos que se me ocurren a la hora de destacar algunos de ellos.
La movida surgió de modo espontáneo. No fue algo planeado como tampoco lo fueron el movimiento hippie, el Mayo del 68 o el grunge. Fue un movimiento único porque, aunque musicalmente nació a partir del punk, se desarrolló adaptando esa inspiración a las circunstancias sociales de nuestro país. Los cantautores y los grupos de folclore ya habían asumido el compromiso político para luchar contra los estertores de la dictadura. Una vez muerto el dictador, una nueva generación compuesta por gente de diversos estratos sociales, ideológicos y artísticos, tomó el relevo. El cambio generacional supuso también un cambio de planteamientos. Los implicados eran conscientes -era imposible no serlo- de que se gozaba de una libertad que hasta hacía poco fue inexistente. También había conciencia de que aún quedaba mucho por conquistar, pero eso no impidió que se impusiera el pop, las guitarras, los colores chillones, las letras intrascendentes, quizá porque no era necesario. El discurso politizado y comprometido dio paso al escapismo, que es el pilar sobre el cual se han construido la gran mayoría de bandas y artistas surgidas del rock y el pop.
Los cantautores no dejaron de estar de moda por ser cantautores. Los cantautores dejaron de estar de moda igual que dejaron de estarlo los cantantes melódicos. Todas las corrientes musicales tienen su momento álgido, y eso implica también un momento de declive popular. De la misma manera que puede jugar a favor para que algo emerja, es también determinante para que el interés hacia ese género mengüe. Cualquier artista que se dedique a la música popular y haya tenido una trayectoria lo suficientemente larga, ha experimentado eso. Le pasó a Elvis, le pasó a los grupos de tecnopop y también los artistas relacionados con la movida, que en los años noventa se convirtieron a apestados para la industria. También es cierto que en España, cualquier músico es susceptible de ser olvidado y despreciado cuando merece todo lo contrario. Aquí somos así, pero de eso no tienen la culpa ni Gabinete Caligari ni Víctor Coyote ni Carlos Berlanga. De hecho, ellos y muchos otros más han tenido que luchar duro para no ser engullidos por ese agujero negro que es la indolencia del público.
Se valoraban más las ideas que la técnica. Una de las cosas que trajo el punk es que cualquiera podía hacer música aunque no supiera ni coger un instrumento. Primaban el entusiasmo y la energía. Y esa cosa tan maravillosa que es que cuatro amigos se reúnan para hablar de lo que aspiran a hacer aunque carecieran de la técnica necesaria para ello. La historia de la música pop está llena de ejemplos así, gente que no tuvo miedo a su inicial ineptitud y se atrevió a hacer canciones y a tocarlas. Lo realmente preocupante habría sido que, dos o tres o quince años después, esa gente hubiese seguido tocando rematadamente mal. Pero lo imperdonable hubiese sido que no se compusieran buenas canciones, y de eso la movida no anda escasa precisamente. Como el punk, la movida trajo un refrescante cambio de paradigma. No hacía falta ser Rick Wakeman o Led Zeppelin para atreverse a subirse a un escenario. Eso sí, como suele ocurrir en otros ámbitos de la vida, hubo impostores que aseguraron abrazar con alegría aquella frivolidad cuando en el fondo lo que más lamentaban era no ser Frank Zappa. Son los que ahora sienten la necesidad de confesarse. Yo, desde luego, sigo encontrando maravillosas las imperfecciones del primer single de los Pegamoides o de Derribos Arias, igual que encuentro maravillosas las de los primeros discos de B-52’s o Ramones. Benditas sean.
La movida también aportó su cuota a la lucha por la igualdad de género. Lo mismo que el punk en otras ciudades del mundo, la movida, sin que hubiese un motivo establecido, hizo que cambiara radicalmente el rol femenino en la música pop. De repente, las mujeres podían tocar instrumentos habitualmente destinados a los varones. Podían componer sus propias letras y vestirse como les diera la gana, rompiendo estereotipos. Que en Londres existiera Siouxsie y en Nueva York estuviera Patti Smith fue algo revolucionario. Pero que en un país condenado a ser rancio como lo era entonces España, tuviera a adolescentes empoderadas como Alaska y Ana Curra saliendo en la tele, no es ninguna tontería. Marta Cervera estaba en Aviador Dro, Clara Morán en Oviformia y Mavi Margarida en Línea Vienesa. Las Chinas eran un grupo exclusivamente femenino. La formación de Monaguillosh contaba con la aportación fundamental de dos mujeres. Rubi se convirtió en uno de los iconos de la new wave en castellano. Y no olvidemos que dos de los programas de televisión más importantes de la época, La edad de oro y La bola de cristal, fueron creados y conducidos por mujeres; que Patricia Godes era de las pocas periodistas musicales del momento y que, además, ya luchaba entonces contra los estereotipos; que Mariví Ibarrola captaba con su cámara lo que pasaba en clubes y conciertos.
Y también ayudó a normalizar lo marica. Al igual que la presencia femenina, el protagonismo que cobraron los artistas gays fue aceptado entonces como algo de lo más natural. Pero eso no debería restarle importancia al hecho en sí mismo. Porque, hay que recordarlo una vez más, este país estaba enterrado en un pozo de caspa. La transgresión musical y cinematográfica de Almodóvar no tenían precedentes en ningún campo artístico. La movida no habría existido sin sensibilidades y talentos como los de Bernardo Bonezzi, Joe Borsani, Carlos Berlanga, Nacho Canut, Guillermo Pérez Villalta, Sigfrido Martín Begué, Javier Furia, Pablo Pérez Mínguez, Fabio McNamara, Costus, Will More, Tino Casal… Y aunque, al igual que en el caso femenino, solamente hablo de Madrid, el efecto contagio fue absoluto. Valencia, Sevilla, Vigo también se beneficiaron de ese impulso que facilitó la visibilización de un colectivo que hasta 1995 estaba, por ley, penalizado en la llamada ley de peligrosidad social. La new wave, el punk y el tecnopop abrieron las puertas a una nueva estética masculina. Un hombre podía maquillarse o ponerse falda o pendientes más allá de la orientación sexual que tuviera. Esto ya se había inventado años atrás con el glam, pero al vivir en una dictadura, era una opción inviable que sólo comenzó a practicarse aquí a partir de la movida.