La pianista publica su undécimo trabajo, 'Perifèria', un disco que se acompaña por primera vez de la voz de Enric Verdaguer
CASTELLÓ. Clara Peya lleva mucho tiempo dedicada a la música. Tanto que a sus 35 años ha publicado once discos. Por eso, cuando dice que no conoce otra forma de desahogo es complicado no creerla. La artista catalana consigue trasladar sus emociones a la música con canciones que no canta, pero sí toca. Letras a las que ponen voz otros, pero que siempre vuelven a ella.
Con el piano como centro de gravedad para componer, Clara Peya presentará el próximo sábado, a las 19:30h, en el Auditori de Castelló su último trabajo Perifèria. Un álbum que mezcla el sonido que emite un piano de pared con una electrónica más minimalista. Por lo que hace al mensaje, sus composiciones se detienen en todo lo que se sale de la norma.
Para hablar con mayor profundidad sobre su universo -un universo que todavía muchos no comprenden-, la compositora atiende a las preguntas de Castellón Plaza. En su visita a la ciudad la acompañarán además Enric Verdaguer con su voz, Vic Moliner en el bajo eléctrico y Dídac Fernández con la batería y la electrónica.
-Tu disco habla de lo difícil que es encajar en una sociedad que todavía ve la diferencia como una amenaza. También da voz a los márgenes y a esos espacios vacíos que no quieren que veamos pero están...
-Más que vacíos, habla de los lugares vaciados. Para hablar de periferias creo que era importante hacerlo colectivamente. Tenemos la mala costumbre de hablar sobre nosotros, pero es muy necesario poner el foco en algo que no se ve y que, como no se ve, parece que no existe. Vivimos en una sociedad que nos obliga a estar contentos y nos pide que pongamos buena cara cuando no nos ofrece nada. Nos presiona para vivir dentro de la norma y de unos cánones, donde la mayoría de gente no entramos. De alguna manera, lo que trato es de poner el foco en esto, llevándolo al extremo de cualquier periferia. Hablo de las mías como mujer, pero soy blanca y de clase media. ¿Dónde quedan las otras periferias? En el disco hablo de la periferias de las periferias, las personas migrantes. A quienes se les explota, pero no se les pone rostro. Son pilares que hacen que la estructura europea se mantenga, pero ni los vemos ni los sentimos. En el disco trato de servir de altavoz de esta periferia. No trato de apropiarme de algo que no he vivido.
-Precisamente una de las canciones más profundas es 'Mujer Frontera', cantada por Alba Flores y Ana Tijoux. En ella denuncias la explotación laboral que viven las jornaleras de Huelva. Mujeres que como dice la canción, "son horizonte y la cuerda floja que se tensa en el declive".
-Sí, estas personas no pueden decidir ni si quieren vivir. Solo pueden sobrevivir. A mi personalmente me cuesta vivir, no he aprendido a hacerlo, todos mis problemas tienen que ver con eso. Pero puedo permitirme el lujo de no saber todavía cómo hacerlo, porque tengo los medios posibles para sostenerme. Estas mujeres migrantes solo tratan de sobrevivir, nada más.
-En tus anteriores trabajos ya ponías empeño en tratar cuestiones tan complejas como la salud mental. Hace un año que vivimos en un periodo de constante intranquilidad y adaptación, lo que ha provocado que cada vez más personas sufran depresión o ansiedad. Sin embargo, ¿crees que no se atienden lo suficiente estos problemas?
-No, nos pasamos 24 horas escuchando a la gente hablar de salud, pero no de salud mental, sino de la del virus. No se piensa en todas esas criaturas que han aprendido que a la gente no se le toca ni se le abraza. Y hay quienes ahora tienen miedo y pánico a relacionarse, porque todos los mensajes que nos llegan hablan de individualismo. Debemos preocuparnos por nosotros y los nuestros, pero no por el resto. Se ha perdido un sentimiento de colectividad. Por eso creo que después de la pandemia, lo que vendrá será una necesidad imperiosa de explotar. El equilibrio mental está pendiente de un hilo. En mi entorno lo veo, la gente está cansada, no saben qué les pasa, pero están tristes. Suena fuerte pero están desmotivados, abatidos. Creo que tenemos la necesidad de sostenernos los unos a los otros, pero todo lo colectivo ha quedado abolido, lo cual es peligroso.
-Lo que haces rompe con la relación que tradicionalmente se ha dado entre compositor-cantante-músico. Tú eres quien compone y toca, pero, no cantas y aun así tu nombre aparece al frente del proyecto. Parece que, de algún modo, has conseguido también sacar de la 'periferia' a la figura del compositor, poniéndolo al frente del disco...
-Bueno, como hago música, pero no canto, hace tiempo que no se me ubica en la industria. Lo que quería era situar la música instrumental en el centro, como también lo está la música vocal. Pero, la palabra también me gusta, sirve para hablar de hechos concretos, le da más fuerza. La música instrumental es muy abierta y abstracta. Si lo que quieres es hacer lucha social, necesitas concretar. De ahí la idea de hacer un disco cantado. Aunque en cada álbum contamos con un cantante distinto para que nadie lo lidere y darle mayor peso a la parte instrumental. Creo que esto lo hemos conseguido y está muy equilibrado también sobre el escenario.
-¿Cómo ha sido trabajar con Enric Verdaguer? ¿Qué fue lo que te convenció de él para que esta vez tus canciones fueran cantadas a través de una voz masculina?
-Sabía que esto era algo que tendría que justificar en cada entrevista, porque fue una sorpresa, pero hace mucho tiempo que tenía ganas de trabajar con la voz de Enric. Después de una gira super intensa con Magalí, no quería un perfil parecido. Enric parte de una masculinidad no normativa; te da delicadeza, suavidad y dulzor. Mientras que Magalí daba fuerza y algo más diabólico y frío. Creo que este contraste es interesante.
He necesitado muchos discos para que se entienda quién soy, ha sido un proceso muy largo. Cuando hago una canción intento que una vez salga ya no me pertenezca. Aspiro a que sea de todo el mundo. Esto es muy difícil de lograr, pero evidentemente cada uno hace su propia interpretación de las canciones y se la lleva a sus vivencias y su historia.
-Aseguras que este disco ha sido el emocionalmente más difícil de hacer. Teniendo en cuenta el ritmo con el que publicas música, a disco por año, ¿no te planteas esperar más hasta lanzar nuevo trabajo?
-No, aunque el ritmo lo dicta la discográfica, yo cobro sentido haciendo música. Todavía no he encontrado la manera de sentir sin hacer música. Ir al estudio me alivia, me sitúa en un lugar en el que estoy más tranquila.
-Como artista y mujer activista siempre te has ubicado en los márgenes de la sociedad. Sin embargo, en 2019 se te concede el Premio Nacional de Cultura. ¿Qué significado cobra este este galardón unos años después?
-La verdad creo que les iba muy bien dármelo porque soy mujer, activista e instrumentalista, pero no nos olvidemos que vengo de tocar piano en un conservatorio. Pertenezco a una clase media, no soy una persona migrante, entro en la cuota que se acepta de la sociedad. Personalmente estoy muy agradecida, hace ilusión que te reconozcan las cosas, pero todavía no ha recibido el premio ninguna persona migrante. La representación todavía ha de ser más diversa. Creo incluso que sería importante deshacerse de estos galardones. Yo al menos, trato de que no sea una carta de presentación. Cuando me preguntan por él, pienso que hay tanta gente de mi alrededor que lo podría tener y no lo tiene.
-Ahora que la industria musical, al igual que todas, está adaptándose a la nueva normalidad, ¿es un buen momento para echar la mirada atrás y cambiar ciertas prácticas?
-Es un super momento. Muy necesario que lo hagamos. La cosa es que la incertidumbre de no saber qué pasará nos está quitando mucha energía. A nivel de colectivo estamos muy desorganizadas, pero pronto nos tendremos que poner y hacerlo.
-¿Tienes alguna idea de qué podría cambiarse?
-Uff, es una pregunta complicada. Hace falta generar referentes, promover la diversidad en los escenarios, cambiar los patrones... Que las mujeres tengan mayor recorrido. Llegan a una edad en las que, al no estar sexualidazadas, ya no interesan. Me da la sensación de que la vida de los hombres en ese sentido es más larga que la de las mujeres.