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OFENDIDITA / OPINIÓN

Contra la equidistancia

Foto: EFE
30/05/2021 - 

No es que quiera enmendar la plana a los grandes estudiosos del alma humana, pero a veces, basta con una mínima interacción para conocer con claridad meridiana la esencia absoluta del saco de huesos antropomorfo que tienes al lado.

Un clásico es observar cómo una persona trata a los camareros y a los becarios. Si cuando traspasa la frontera del bar se convierte en un dictadorzuelo mezquino y soberbio. ¡Pam! Ahí tienes un alma más oscura que el futuro de esos niños murcianos obligados a amar España a ritmo de himno nacional. Y la misma premisa aplica en aquellos que fingen que los estudiantes en prácticas de su empresa son subhumanos esclavizados a su servicio. Radiografía exprés del cretino sideral. En esta antropología de baratillo que practico, recurro también a la palanca mágica del pero. Nunca una conjunción adversativa explicó tanto sobre las bodegas de la mente. “Yo no soy racista, pero”; “Los gais en su casa que hagan lo que quieran, pero”.

En los últimos tiempos, a estas sencillas ecuaciones para ahondar en la psique de nuestros conciudadanos, se ha sumado también otra fórmula casi infalible. Como el hierro incandescente de marcar ganado pero aplicado a las relaciones interpersonales. Hablo de (redoble de tambores): ¡la equidistancia! Sí, sí, ya sabéis, esa tendencia a no posicionarse jamás cuando se plantean cuestiones de calado. Jamás jugársela, jamás alzar la voz por algo mínimamente importante, jamás defender ninguna causa que no sea la autopreservación. Y considerar además esa tibieza como una postura de la que sentirse orgullosos. Así, acusan a los demás de crispación, ponen los ojos en blanco, diseñan un mohín condescendiente y adoptan la mesura. Una pretendida moderación se convierte en el eje dominante de su presencia pública. Nunca significarse por nada que pueda resultar controvertido, nunca tomar partido. Ese alcanforado “No te metas en política” se amplía aquí a cualquier posible compromiso social.

Estos equidistantes renuevan edición tras edición su abono a un festival que siempre tiene como cabeza de cartel a Todos los extremos son malos. Tan fans de eso de que “la virtud está en el término medio” que deberían hacerse camisetas en las que ponga Aristóteles, te como la boca. Cero grados, ni frío ni calor. Son los auténticos ni-ni (y no esos chavales criminalizados hace años por estar paralizados ante la falta de opciones), tras cultivar con éxito el Ni machismo, ni feminismo (spoiler: son machistas) y el Ni de izquierdas ni de derechas (spoiler, son de derechas), se encaminan ahora hacia nuevas rutas discursivas. De hecho, ya han empezado a enseñar la patita lanzando unas cuantas aproximaciones disimuladas al Ni fascismo, ni antifascismo. Porque, ya sabéis, todos los extremos se tocan; ni los buenos son tan buenos, ni los malos tan malos etcétera, etcétera, etcétera. 

Lo vimos muy bien hace algunas semanas durante los bombardeos de Israel en Gaza. Mientras nos llegaban noticias de la masacre de cientos de palestinos, de casas destruidas, de niños asesinados y de edificios de medios de comunicación atacados (sí, sí, todo cuarteles generales de Hamás, que tienen alquilados más locales que Los 100 Montaditos), estos tibios profesionales se dedicaban a proclamar a los cuatro vientos que era todo muy complicado y que no podían posicionarse con ningún bando porque la violencia está muy mal. Teníamos los ojos llenos de muerte y horror, pero ni con esas.

Foto: Mohammed Talatene / Dpa

Se ha citado tanto eso de que "si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor", que nombrarlo de nuevo suena ya a leer una frase de sobrecillo de azúcar. Sin embargo, no por manoseado deja de ser cierto. Porque ahí radica precisamente la trampa de la equidistancia, en que en un buen hatajo de ocasiones enmascara la voluntad de ir a pies juntillas con la hegemonía. Acurrucarse como un polluelito en el nido del poder. ¡Ay, qué a gustito se está ahí! Eso sí, de tapadillo, sin tener que mojarte ni correr ningún riesgo, no vaya a ser que te impliques en algo y te salga un eccema. Lo que viene siendo un silencio cómplice de toda la vida.

Vamos, que esa supuesta neutralidad está construida del mismo material que los decorados egipcios de Terra Mítica: de cartón piedra. La prueba más obvia es lo mucho que se apresuran los equidistantes a recordar su equidistancia, no vaya a ser que les confundan con subversivos peligrosos. Porque hay una diferencia nada desdeñable entre no tener una opinión férrea sobre ciertos asuntos (de hecho, qué terrible la gente que da la turra con cualquier materia, da igual que sea la carne vegetal, los Tercios de Flandes o el concurso de Reina del Maíz de 1967 en Iowa, su sabiduría no conoce límites) y ponerte de perfil sistemáticamente cuando el statu quo se ve mínimamente cuestionado. ¡Mírame, mírame, no soy problemático, no voy a arruinar ninguna sobremesa defendiendo nada que pueda resultarte inoportuno! Unos compañeros de trabajo divinos para afrontar un ERE o plantear cualquier reivindicación laboral, sí, sí. La grisura como leitmotiv.

La equidistancia te regala una vida mucho más cómoda, claro que sí. No tienes que molestarte en hacerte preguntas, en equivocarte, en entrenar la empatía. Es suficiente con ver pasar los conflictos desde la barrera y pasarte los días regando tu jardín de café descafeinado. Porque en el reino de la tibieza, el dolor ajeno no tiene cabida; porque, oye, eso no va contigo. Y que cada palo aguante su vela.

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