Esconder el rostro con una capucha bajo la impostura del derecho a la libre manifestación con fines catastrofistas, por el continuo achaque y achique a las libertades individuales de los ciudadanos, es de insensatos. No es momento ni tiempo de seguir incendiando las respetables calles del país para reavivar la kale borroka, ni darle alas a un soterrado gamberrismo inglés con el único fin de saquear tiendas y comercios. El embrutecimiento no conduce a nada. La violencia gratuita menos. Un contenedor, un adoquín, o una bengala no pueden servir de armas arrojadizas como ejercicio legítimo para contrarrestar al vigente estado de derecho que dicta restricciones a la movilidad de las personas en beneficio de la salud. No podemos seguir jugando a los clicks de Famobil. Ya somos mayorcitos. No soy negacionista, lo reconozco, pero respeto algunos argumentos porque todavía no sé el resultado de la última acta de los acuerdos adoptados por la junta directiva que forman los apóstoles del elitista y opaco Club Bildelberg.
Solo sé que se está cocinando un renovado orden mundial post pandemia. Habrá que esperar a que pase el insomnio que padecemos y sufrimos. No es una alucinación, ni un juego de rol. Es la vida real. Los muertos. Los positivos. Los asintomáticos. Allí estarán con sus opiniones Ignacio Ramonet, Juan Torres, Noam Chowsky, entre otros, para desvelar la encrucijada y dura realidad de la vida que no espera. No nos espera un mundo mejor, pero quizás otro mundo sea posible. Tampoco habría que seguir con las sirenas encendidas, ni alarmar a la población por la ocupación de nuestras vidas de un estado de alarma.
Atrincherados en esa inmovilista posición solo se está creando más pánico, ansiedad y confusión a la parte más vulnerable de la sociedad española. Ni debemos echar más fango al fuego. Un fango que también sufrió el gran pensador Umberto Eco. Dicho método de distorsión de la realidad es el tweet elegido casi a diario por los dos líderes españoles de los partidos bisagras que sostienen el bipartidismo. Y menos aún podemos estigmatizar señalando las ideologías de los geypermans primarios que el pasado fin de semana lo único que provocaron en las grandes vías de varias ciudades españolas fueron escombros y cenizas. Tasa que acabaremos costeando todos, incluso ellos o sus progenitores. ¡Gracias por la propina!
Aunque hay que preguntarse si toda esta algarada nocturna generada por un botellón de piedras y tornillos es una fotocopia a color de lo sucedido días antes en la capital del Imperio. En el país de la bota una minoría de jóvenes, porque hay que recalcar que son una minoría, han pasado del tifo al antitifo, abandonando las gradas para tomar las calles, porque empieza a escasear el pan y el circo lo tienen prohibido. En un aburrido y monótono calendario monopolizado por la pandemia, el mejor pasatiempo es el de apedrear a los carabinieri destrozando el mobiliario urbano. Desde que dejé de ser joven, jubilando mi eterna juventud sin dejar marchar mi espíritu rebelde e inconformista, me cuesta doblegar la curva para entender que la violencia sirva para justificar una causa justa. Existen otras alternativas, hasta para ponerle freno a los genocidios y atrocidades cometidos por los señores de la guerra. Pasé manos o menos a la reserva en la misma época que el respetado y comunicativo señor de la pipa y de rostro cubierto por un pasamontañas, el Subcomandante Marcos, abandonara aquella marcha justa, solidaria y armada, en defensa por los derechos de los indígenas en México.
Alguno de estos profesionales del alboroto, dueños de la intimidación, podrían tomar conciencia de él, y no solo la de la facha o el porte de cubrirse el rostro. Pero siendo periférico en un mundo global, me interesan más los verdaderos problemas de mis paisanos, lleven o no una bandera pegada a la muñeca. Me preocupan los continuos cierres de fábricas del sector automovilístico, naval, minero, ganadero o la bajada de las persianas de pequeños comercios, o el incesante cese de actividad de muchas pymes, dejando atrás a cientos de trabajadores y familias abocadas a un futuro negro e incierto. Esto es innegable. Y sí justificar que el necesario patriotismo es el de poder dar de comer a tus hijos, y no el de exigir una supuesta libertad, que aunque reducida, existe en una sociedad constitucional como la española, en la que bajo el anonimato de una peligrosa red, se esconde un virus desestabilizador más potente, feroz y eficaz que se extiende con mayor inmediatez que la propia covid 19. Hoy nos volveremos a acostar en el sobre con la sospecha de lo que parece a priori otra ola de vandalismo en las principales calles de nuestras ciudades. Me gustaría pensar que no será así, pero por desgracia creo que al contenedor de basura no le dejarán descansar.