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EEUU: un escenario dantesco digno del año 2020

Foto: EFE/EPA/ALEX PLAVEVSKI
4/11/2020 - 

Tardaremos en olvidar este año 2020. Por la pandemia, claro. Pero también porque otros acontecimientos que han quedado oscurecidos por la preeminencia del coronavirus están haciendo méritos para no desvanecerse en nuestra memoria. Las Elecciones Presidenciales estadounidenses constituyen un claro ejemplo de ello.

Allá por el mes de febrero, las encuestas favorecían ligeramente al candidato demócrata, Joe Biden, frente al presidente Donald Trump. Y entonces apareció la pandemia. La lamentable gestión de Trump, pródiga en declaraciones mitad triunfalistas, mitad negacionistas, redujo sus posibilidades a ojos de los medios y las empresas demoscópicas en Estados Unidos. Así que llegábamos a la noche electoral pensando: esta vez no será como en 2016, cuando las encuestas pronosticaban una victoria de Hillary Clinton y venció Trump. Esta vez la distancia es mayor y la victoria de Biden será clara.

Pues bien: ha pasado el día de las elecciones, tenemos el recuento bastante avanzado, y… es verdad que la situación no es como en 2016. No del todo, porque Trump aún no ha ganado, aunque lleve ventaja. Donde quizás sí estemos es en 2000, cuando la situación se enquistó por el recuento de Florida, y finalmente, semanas después, fue el Tribunal Supremo de Estados Unidos el que decidió dar por bueno el recuento y otorgar la victoria a George W. Bush. Entonces como ahora, teníamos un Tribunal Supremo con mayoría republicana, teníamos una victoria demócrata en votos y una victoria republicana en el Colegio Electoral (que ahora es sólo provisional, en el mejor de los casos para Trump).

Foto: DPA

El candidato republicano ya se ha lanzado a proclamar su victoria, sembrando dudas sobre la legitimidad del recuento de los votos por correo, que podrían decantar la victoria para Biden en los Estados que aún están en el alero en estos momentos (Wisconsin, Georgia, Michigan, Pennsylvania y Carolina del Norte). Es el estilo de Trump: echar gasolina al fuego y confiar en que su figura es incombustible. Ya veremos cómo le sale esta vez. Por el momento, los demócratas tienen que ir contra la corriente, y vencer en el recuento a la clara impresión que sacamos de la noche electoral: que las encuestas se han equivocado otra vez; que puede que Trump sea extremadamente impopular en el resto del mundo y no muy popular en su país, pero sí lo suficiente para plantear batalla; y que los demócratas, por segunda vez, se han equivocado al postular a un candidato sin carisma totalmente vinculado al establishment. Quizás Biden gane, pero lo hará por los pelos y con un ruido de fondo republicano que denuncie un supuesto “robo” electoral que le pondrá muchísimas dificultades en su mandato, y con el Senado previsiblemente manteniendo la mayoría republicana (aunque sea por la mínima).

¿Quién tiene más posibilidades de ganar? En estos momentos del recuento, yo diría que Biden, fundamentalmente porque hay algunos Estados (Georgia y Wisconsin, sobre todo) donde sólo necesita un leve empujón para hacerse con la victoria, y el voto que queda por recontar es tendencialmente prodemócrata. En otros (Michigan, Pennsylvania) la distancia es más grande, pero no imposible. Así que, a pesar de que Trump sale de la noche electoral con ventaja, como esto se debe en parte a la mayor querencia de los demócratas por utilizar el voto por correo, si tuviera que apostar lo haría por Biden. Pero no me hagan mucho caso, como claramente no había que hacérselo estos meses a las empresas demoscópicas y a los analistas que apostaron (apostamos) masivamente por Biden… y luego la cosa, en el mejor de los casos para nuestra apuesta, no estaba nada clara.

Al menos, los analistas que no estamos en EEUU podemos excusarnos con el factor corrector del distanciamiento: uno mira Estados Unidos y tiende a pensar que es un país más urbano, más abierto y cosmopolita de lo que es (más europeo, si es que Europa se parece a esa imagen tan complaciente que estoy haciendo del continente; que tampoco crean que se parece tanto). Vemos Estados Unidos con el filtro de las ciudades y la ficción audiovisual, e ignoramos que esa imagen no nos aporta todo el conjunto. En parte, por el sesgo que aporta el sistema electoral, basado en la victoria en el Colegio Electoral, compuesto a su vez por representantes de los Estados, donde en prácticamente todos los casos el vencedor en un Estado se lleva todos sus representantes, aunque sólo venza por un voto. Este factor determina que desde 1992 los demócratas han vencido en el voto popular en todas las Elecciones Presidenciales salvo en una (2004, Bush frente a Kerry); pero, sin embargo, los republicanos han vencido tres veces en el colegio electoral, y si finalmente se suma 2020 ya serían tres ocasiones en los últimos treinta años en las que el candidato más votado no resulta elegido presidente.

Foto: EFE/EPA/DIEGO AZUBEL

Por último, y en lo que se refiere a la distribución del voto, es muy pronto para sacar conclusiones a largo plazo, entre otras cosas porque el recuento no ha finalizado. Pero, desde mi punto de vista, en estos comicios se ha podido ver el principal cambio de largo alcance que puede darse en la política estadounidense en los próximos años. Y viene determinado por la inmigración. En unos comicios en los que Trump está mostrando bastante solidez respecto de 2016, sus principales pérdidas, por ahora, se producen en el Sur de EEUU, y sobre todo en los Estados fronterizos con México. De ellos, parece que Biden puede ganar Arizona, donde no gana un demócrata desde que lo hiciera Bill Clinton en 1992; gana con claridad en Nuevo México (Estado que ya era un bastión demócrata, pero ahora lo es más) y recorta distancias en Texas, donde Trump vence por seis puntos (venció por nueve en 2016).

Es un cambio que parece derivado de la inmigración y el voto latino, y que curiosamente no se produce en otro gran Estado del Sur donde el voto latino es crucial: Florida. Porque aquí los votantes latinos son en mucha mayor medida de origen cubano, a los que últimamente se han sumado los venezolanos. Florida es cada vez más claramente una “Cubazuela” republicana, mientras en la frontera con México asistimos a una marea de fondo que ya preocupaba en 2012 a Mitt Romney, candidato republicano (y, de hecho, le grabaron explicándolo en petit comité). Los republicanos, para compensar, y particularmente Trump, han logrado entrar en el “rust belt”, el cinturón del óxido, los Estados industriales que bordean los Grandes Lagos (Michigan, Ohio, Illinois, Pennsylvania, Wisconsin), antaño sólidamente demócratas, donde la crisis industrial y la globalización han desencantado a muchos votantes que han buscado cobijo con el Partido Republicano. Ahí y en el ya no tan “Sólido Sur” se disputarán estas elecciones. Ahí y en los tribunales, claro.

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