Acabamos de leer, con estupor democrático, cómo en el Preámbulo de una Ley Orgánica se vierten descalificaciones, de marcado sesgo partidista, contra el grupo político líder de la oposición.
Y se afirma, entre otros invectivas, que “desde la llegada al Gobierno del Partido Popular”...“se inició un proceso constante y sistemático de desmantelamiento de las libertades y especialmente de aquellas que afectan a la manifestación pública del desacuerdo con las políticas del Gobierno”.
O que la reforma laboral “no pareció suficiente y por ello se reforzaron, con ataques directos”...“para desplegar un entramado de leyes que asfixian la capacidad de reacción o protesta de la ciudadanía”.
Dejando al margen los muchos puestos de trabajo que rescató, desde el paro, la política económica de esos Gobiernos ‘populares’ -reconocida internacionalmente- tras el precipicio a que nos abocó la gestión socialista presidida por Zapatero, resulta inquietante que un texto así llegue a ser aprobado, y tristemente elocuente que no se haya oído a los representantes de la izquierda reprocharlo, ni siquiera desmarcarse. Cuando es una muestra intolerable de intolerancia, impropia de una democracia occidental.
En un momento (por cierto, electoral, será causalidad...), donde las vestiduras rasgadas y las intensas exigencias de democracia (que, por arraigados principios, y sin adulteraciones encendidas, comparto), se han lanzado a la primera línea de la campaña, mientras esa vara de medir no se aplica a normas como ésta que destilan agresividad política, respecto a una formación que ha sido co-esencial en los gobiernos constitucionales y a la que votan millones de personas. Ley Orgánica que, además, despenaliza la violencia coactiva en las huelgas, con efectos retroactivos respecto a los ya condenados por sentencia firme.
Porque esa es otra: para algunos expendedores de carnets de “demócrata-fetén”, lo de condenar la violencia, depende. De quién la cometa y de quién la reciba. Y basculan, en patente contradicción, de la exacerbada indignación si les concierne, a la laxitud comprensiva cuando afecta a otros. Al algo habrán hecho. O al, directamente, se lo merecen.
La democracia es incompatible con esta utilización de las instituciones. Pero el actual PSOE, que levanta muros y los traslada al BOE como instrumento de erosión del competidor político, ha convertido el ‘agit-prop’ en constante herramienta del ‘sanchismo’.
Colonizando instituciones, como el boletín o también un CIS en creciente descrédito. Abusando del Falcon, mientras se elude dar información transparente del para qué y el con quién. Asaltando la Justicia, lo que, Fiscal General aparte, ha supuesto que 2.500 jueces hayan tenido que pedir auxilio a Bruselas. Ocultando al Parlamento un ‘demoledor’ Dictamen del Consejo de Estado contra la autoatribución de Sánchez del mando y reparto de los fondos europeos por la crisis Covid. Potenciando las relaciones con un Gobierno como el de Venezuela, que adolece de déficit democrático alarmante, a cuyos ‘entornos’ les compramos aviones de quinta a precio de nave espacial...
Y también es ‘hoja de ruta’ continua de Pablo Iglesias, que se mueve bien en marcos tensionados, hasta con sus socios de gobierno. Que justifica los ladrillos, las agresiones de Alsasua o cómo fabricar cócteles molotov, pero centra su campaña en los (inadmisibles) envíos de sobres con balas, mientras mantiene cordial línea directa con los herederos de ETA, que las dispararon en la nuca de Miguel Ángel Blanco, Gregorio Ordóñez, Manuel Broseta, Francisco Tomas y Valiente, Fernando Mújica y, dolorosamente, tantos españoles. Que reclaman libertad de expresión a violentos condenados como Hasél, mientras marcan en sus videos a periodistas, como Vicente Vallés. Que les parece bien que a Leopoldo López no se le permita hablar en la Complutense... para no generar “crispación”. Que califican de “jarabe democrático” los escraches y amenazas, pero sólo cuando se dirigen a los demás.
Llámenlo como quieran, pero en esa desigual valoración de la realidad hay incoherencia. Doble rasero. Falta de respeto. Dramatización política. Superioridad moral. Y banalización de la mentira. Para algunos, solo existe auténtica democracia si gobierna la izquierda. Lo demás es anomalía. Como diría Borges, el infierno son (siempre) los otros. Hagamos lo que hagamos. Pero eso no es exactamente democracia: son, más bien, elecciones. Que ya nos conocemos.