Parece que a la segunda va la vencida, aunque a priori el preacuerdo de gobierno alcanzado ahora entre PSOE y Unidas Podemos no difiera en contenido a lo que negociaron hace apenas unos meses. Lo que si han cambiado han sido las formas, con una escenografía visual con abrazo incluido y varios apretones de manos (ojo con la presión del podemita) con los que simbolizar esta nueva unión en el comedor de gala del Congreso de los Diputados.
Se les ha visto contentos (mucho más a Pablo Iglesias) o al menos eso es lo que han pretendido transmitir con más o menos acierto. Sobre todo por parte de Pedro Sánchez, a quien desde el inicio le ha costado esbozar una alegría auténtica y hasta se le ha escapado una micro expresión de desprecio, entendida como superioridad moral, cuando ha apuntado: “el compromiso de ambas formaciones era propiciar una propuesta para desbloquear la situación en España”.
Sin duda, el más expresivo desde el punto de vista no verbal ha sido Pablo Iglesias, con una postura corporal expansiva y una sonrisa a la que no nos tiene acostumbrados (convertirse en vicepresidente no es para menos). El rostro de Sánchez, por el contrario, ha estado más contenido, dibujando una sonrisa social y un tanto amortiguada (eleva las comisuras labiales pero las mantiene muy apretadas y no hay apenas contracción del músculo orbicular de los ojos). Solo ha cambiado después del abrazo final, cuando ambos dirigentes han reducido al mínimo su distancia interpersonal (objetivo conseguido: tenemos por fin acuerdo para un gobierno progresista de coalición) y se ha escuchado en la sala un “oohh” un tanto sensiblero.
Parecía que Iglesias tenía prisa por sellar el pacto. Ha entrado el primero y rápidamente se ha situado delante de la mesa donde minutos después rubricarían su preacuerdo. Brazos a ambos lados del cuerpo, tronco dirigido hacia los periodistas y piernas ligeramente abiertas (recupera la posición de cowboy a la que nos tiene acostumbrados, consciente de que ha ganado la partida que perdió durante los últimos meses) en contraposición al cuerpo del socialistas, ladeado muy sutilmente hacia el líder de Podemos (aunque eso sí, el tiro de cámara impedía ver hacia dónde apuntaban realmente sus pies).
Curioso este primer apretón de manos (más bien un posado) y en el que Iglesias no sólo ha ejercido más presión de la recibida sino que se ha visto obligado a extender el brazo hacia un Sánchez que casi no ha despegado el suyo del tronco. Pero si algo ha llamado la atención en este primer momento ha sido la ausencia de contacto visual entre los líderes, lo que en comunicación no verbal se puede interpreta como falta de complicidad real. Tampoco la ha habido, aproximación ocular, cuando han firmado los papeles, cada uno mirando hacia un lado de la sala y manteniendo además una excesiva distancia entre ambos.
El clímax escenográfico ha llegado con el abrazo final y que tanto transmite desde el punto de vista del lenguaje corporal. Los dos dirigentes han acortado, ahora sí, distancias para fundirse en este “sentido” gesto (al que se adelanta Pablo Iglesias) que plasma su compromiso. Un abrazo simbólico con el que Pedro Sánchez ha tenido que mostrar inevitablemente más implicación que al principio del encuentro (acerca su cuerpo al de Iglesias y se permite agarrarlo por encima de la cintura) mientras el líder de Unidas Podemos frota la espalda del socialistas y hasta cierra durante unos segundos los ojos (señal inconsciente de disfrute emocional). Después de meses de desencuentro político, esta es la imagen que más ha llamado la atención. Será cuestión de seguir analizando sus gestos, ahora que han rubricado su maridaje.
Susana Fuster es periodista y experta en comunicación no verbal