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crónicas por los otros / OPINIÓN

El ejemplo de Mamma R 

Foto: MONIA ANTONIOLI

La historia de Mamma R es la historia de una mujer maltratada. Una más. Esta semana me contaba algún detalle más de su vida y no podía quedarme más perpleja de pensar en el calvario que sufren algunas mujeres por estos lares y por otros más lejanos 

5/01/2019 - 

Mamma R tiene dos hijos que mantener de hombres diferentes, como dicen por aquí same mother, different father, y ninguno de los padres se hace responsable de ellos. No tiene un trabajo fijo y cada mes hace imposibles por pagar el alquiler donde vive. Necesita conseguir 20 euros al mes. Mamma R es una víctima y una valiente al mismo tiempo. Ha vivido situaciones muy duras en su corta vida porque solo tiene 22 años.

La primera pareja que tuvo y padre de su primer hijo no vive aquí, en la isla de Lamu en Kenia desde donde escribo, no tiene contacto con él y no sabe ni dónde está. El padre de su segunda hija sí que vive en la isla, aunque sería casi mejor que no estuviera. No le ayuda, la maltrata. De vez en cuando le da algo de dinero si previamente acepta tener sexo con él. Y ella ha tenido que hacerlo en varias ocasiones. Pero ahora, de momento. ella ya no pasa por ahí, está cansada de que le pegue y que abuse de ella.

Me cuenta barbaridades cuando se quedó embarazada esta segunda vez, los maltratos que recibió esa barriga para que no naciera esa niña que es una bendición ahora, y los golpes que recibió ella dos días después de dar a luz. Terrible solo de contar.

Llego a la isla hace 5 años aconsejada por su madre porque su hermana vivía aquí. Pensó que aquí encontraría oportunidades para vivir mejor que en Nairobi porque en esta isla se necesita menos. Al principio su hermana la acogió, pero luego le dio la espalda porque no quería o no podía mantenerla. La dejó en la calle con un hijo.

Mamma R. se casó con este segundo marido que tanto la maltrata ahora, por necesidad y porque les iba a dar un lugar donde vivir y algo de comer.

Al principio recuerda que estaba bien con el pero él comenzó a beber y a dejarse influenciar por los comentarios de su madre que le decía que buscara a una mujer de la isla, más guapa y menos gorda, y no a una que venía de fuera. Estuvo un tiempo aguantando humillaciones, intentó marcharse de Lamu a Nairobi donde estaba su madre, pero volvió. Ya no tiene ni madre ni padre y dice que ahora no se marcha de Lamu.

Ella me contaba todo y esto y mucho más con todo lujo de detalle que hubiera preferido no saber. Nunca me lo imaginé porque desde que la conozco y compartimos tiempo juntas siempre tiene una sonrisa en la cara. Es una mujer valiente que se levanta cada día con fuerzas de sacar a sus hijos adelante, respetuosa y trabajadora. Un ejemplo de superación y de poner al mal tiempo, buena cara.

Toda esta charla tuvo lugar en el barco de camino al pueblo, veníamos de la escuelita Twashukuru donde nos encontramos cada mañana con nuestros hijos e hijas. Lo que yo no me esperaba es que cuando bajamos del barco, nos topamos con ese hombre maltratador que le hace la vida imposible de cara. Ese hombre que llegaba borracho a casa y que le pega por gusto delante de sus hijos y a los niños de vez en cuando también.

Ese hombre maltratador que no levanta ni dos palmos del suelo. No llega ni a los 25 años y tiene una fisionomía tan débil que parece impensable que pueda pegarle a alguien. Un hombre cobarde, despreciable y sin fuerza.

Tuve que saludarle. Me lo presentó como si nada. Yo no podía quitarme esas imágenes que se me habían marcado a fuego en mi mente. A ella se le venía muy contenta de presentármelo y yo estaba horrorizada. Sobre todo cuando cogió a esa hija de ambos que tanto ha maldecido. Le hubiera despreciado de todas las maneras posibles, pero aguanté, mantuve la compostura, le saludé con la mano y estuve todo lo sería que pude. Eso sí, mi mente no dejaba de insultarle y de despreciarle en silencio, fue la única manera que pensé podía hacerle daño. Él me sonrió y yo le quité la mirada. Me despedí de ellos y me fui a casa con ganas de vomitar.

Foto: MONIA ANTONIOLI

Allí se quedó ese maltratador, esa víctima y la niña de ambos que es una víctima más, quizá la más perjudicada en todo esto. Al día siguiente no pude contenerme y hablé con ella. Le pedí por favor que cuidara a sus hijos, y que les protegiera. Que la decisión de los adultos es de los adultos pero que sus niños no estaban decidiendo. Poca esperanza tengo que sirva de algo la conversación que tuve con ella, pero yo me quede un poco más tranquila. Triste pero tranquila.

Aquí en Lamu la violencia infantil y hacia la mujer es una de las realidades más crudas que yo vivo. Porque aquí los castigos aún están muy presentes y son castigos que duelen.

La violencia está muy interiorizada en este sistema social, desde la escuela todavía les enseñan a base de palos y en las casas los golpes no suelen ser una excepción. Siempre hay casos que se salen de los habitual pero no es el caso del que hablamos.

La educación, herramienta del cambio

Este es el capítulo que yo he vivido esta semana, pero cada semana somos testigos de alguna manera de uno u otro caso de violencia. Lamentablemente existen muchas Mamma R. En el mundo que conocemos en primera persona como es el caso que os cuento, o bien a través de medios de comunicación y las redes desde donde llegan noticias ocurridas en España y en el resto del mundo de maltrato y violencia también. Quizá el nivel de desarrollo y de educación ha conseguido que no sea tan habitual y que un caso de violencia con muerte incluida termine en escándalo, pero la violencia contra la mujer es una lacra social a escala mundial. Y por ello he querido comenzar este año 2019 escribiendo sobre la mujer, sobre este maltrato con el que convivimos y sobre la educación que deberíamos creernos de verdad como herramienta del cambio.

Erradicar y trabajar esta situación puede suponer una utopía si lo vemos a corto plazo, pero no es un imposible. Trabajar en la educación desde la infancia es la única herramienta que puede funcionar, pero se necesitan actuaciones serias, efectivas y profesionales y no sólo cara a los medios de comunicación y para ganar votos. 

La educación en valores contra la violencia contra la mujer a nuestros hijos e hijas debería ser nuestro principal propósito para este 2019 que acaba de comenzar.

Para que ellas no permitan situaciones que no quieren y para que ellos interactúan con respeto ante las mujeres. Para que salgan de sus casa y vuelvan a ellas sin capítulos de violencia, pero para ello hay que trabajar con todos y todas, no sólo con las posibles víctimas sino también con los futuros presuntos maltratadores.

Porque en el caso de Mamma R. además de trabajar con ella para que se marche de ese hombre, que proteja a sus hijos y que salga de esa violencia en la que vive, habría que trabajar con él, con el maltratador. Por suerte las últimas campañas de sensibilización al menos en España, están enfocadas también a trabajar con el maltratador y no sólo en que la víctima denuncie. Por suerte. Pero aún queda mucho trabajo y camino que recorrer sobre todo en este tipo de contextos donde yo vivo donde ahora y donde no imagino a ese hombre que vi el otro día, con esas gafas de sol que tapaban la mirada de un maltratador, sin dejar de sentir ese "derecho" de maltratar a Mamma R. y hacer con ella lo que se le antoje. Solo por ser hombre se siente con ese "derecho" y de alguna manera alguien le debería explicar que ese derecho no es ni legal ni legítimo. Un derecho que no existe.

Y pienso en esa educación hacia los hombres, hacia el sexo masculino que comienza desde la infancia, en los roles que transmitimos, en los comentarios que hacemos en voz alta sobre las mujeres y en cada uno de nuestros gestos. Y pienso en sí trabajáramos todo esto. En cómo podría evolucionar la sociedad. En que seríamos mejor personas y en que podríamos vivir en una igualdad real. Esa igualdad que ahora solo soñamos y que seguimos viendo tan lejana.

La semana que viene ... ¡más!

Foto: MONIA ANTONIOLI

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