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‘El extraño que llevamos dentro’, el origen del odio al descubierto con Arno Gruen

Las ideas del psicólogo alemán sobre los orígenes del odio y la violencia siguen plenamente vigentes en esta época de resurgimiento o destape de los monstruos del pasado

26/08/2019 - 

VALÈNCIA. Cuesta creerlo, pero a la vez la certeza que se vislumbra pone los pelos de punta: es muy probable que si ahora sometiésemos a votación algunos derechos fundamentales, retrocediésemos bastantes décadas en lo que a libertad se refiere, si no más. El retroceso, en cualquier caso, es un hecho: la infalible y demagoga fórmula que pone a un lado de la balanza la citada libertad y en el otro la seguridad sigue siendo un recurso estrella de quienes quieren acumular poder con fines cuanto menos turbios, y siempre peligrosos. No hay duda de que los problemas que atañen a las relaciones entre naciones casi nunca son sencillos, pero lo que no se debería perder de vista es que dentro de las naciones viven personas, que sufren de un modo no metafórico. En el plano de la abstracción, como en el reino intangible de los números, las naciones y los mercados libran batallas que casi siempre se saldan con la capitulación de los primeros, la pax romana de nuestros tiempos se impone a golpe de primas de riesgo y de fuga de capitales: la amenaza es tan letal que los representantes de la soberanía nacional agachan la cabeza y si hace falta sacrifican a un hermano, pero en el plano de lo material las mentes de millones de seres humanos padecen lo indecible ante un día a día sin esperanza y en demasiadas ocasiones, plagado de horrores, y los cuerpos se desgarran, son llenados de agujeros, saltan por los aires, arden o se llenan de agua. Eso es sufrimiento y agonía real, no un recurso literario.

Al mismo tiempo que los mercados azotan sin piedad el lomo de las naciones, las tensiones aumentan a pie de tierra: las carencias, menores o mayores, provocan que distintos mecanismos se pongan en marcha, porque crisis no significa oportunidad más que para unos pocos que pueden mirar el circo que ya comienza a prepararse desde su palco con una sonrisa, y así en la arena la mayoría se lamenta y ve cómo se les arrebata poco a poco lo básico, y dentro de esa mayoría pronto surge el odio, y ese odio, fácilmente maleable, es aprovechado por algunos para prosperar en medio del miedo al caos: cogen de las riendas ese odio y ese miedo, se montan encima y lo conducen no hasta la fuente del verdadero problema, con numerosos caños y difícil de localizar, sino hacia el más vulnerable, al que es más fácil culpabilizar y destruir en aras del bien común, que en boca de esta gente, siempre es sinónimo del lucro personal. De esta manera los gladiadores y las fieras saltan a la arena del circo dispuestos a hacer pedazos a los cautivos para deleite de los aspirantes a emperador y de los propios emperadores, que aplauden complacidos con el espectáculo. La representación existe, pero el odio es real, y corre como un huracán de casa en casa, como una plaga, como una infección. Los resultados siempre tienen que ver mucho con la catástrofe, el dolor y la muerte. Antes de la tormenta o de la enfermedad uno piensa que algo así no le va a suceder a él, que no va a sucumbir al virus del odio, pero el contagio es más sencillo de lo que parece. Siempre se puede encontrar un enemigo.

El fenómeno de la violencia -la consecuencia principal del odio-, y el origen del odio mismo, han sido ampliamente estudiados, pero no está de más seguir haciéndolo, y seguir visitando estas obras que nos ponen frente al espejo, obras como El extraño que llevamos dentro, el origen del odio y la violencia en las personas y las sociedades, del psicólogo alemán Arno Gruen, traducido por Arnau Figueras Deulofeu y publicado por Arpa. La perspectiva de Gruen parte de un conflicto entre el afán de ser amado de la niñez y la sumisión al poder parental, una primera adaptación y autotraición que para Gruen conlleva un odio a uno mismo residual y un poso de rebeldía latente que puede ser el germen de diversos odios y violencias posteriores, que en algunos casos, como el de Hitler, analizado en detalle desde los anteojos de la disciplina de la psicología social desde la que trabajó el psicólogo germano, puede evolucionar y escalar hasta las cotas que de sobra conocemos si se dan las circunstancias apropiadas, como un entorno humano afectado por la necesidad de una figura autoritaria en la que delegar sus impulsos deshumanizados. Juzguemos más acertadas o menos las tesis de Gruen en lo que respecta a la influencia de la dicotomía amor poder en la infancia, es innegable que sus conclusiones han sido y están siendo más que probadas en la actualidad: “Hitler desplegaba su papel de víctima [en referencia a las supuestas burlas de los judíos dirigidas a sus aspiraciones]. Este rasgo de sus discursos permitió a sus oyentes identificarse con él como víctimas y deducir que tenían derecho a vengarse”. El victimismo de determinados sectores de la sociedad y sus representantes políticos ante un sistema que los reprime y que trata de negarles el derecho a sus conquistas puede verse todos los días en televisión.

“Es significativo -afirma Gruen- que las autoridades estatales correspondientes siempre minimizan la violencia de la extrema derecha y la consideran «comprensible». A su violencia se le quita importancia considerándola una «pelea»”. No hay duda de que las ideas de Gruen guardan una estrecha relación con la forma en que se dan los hechos en nuestras sociedades. La propuesta del psicólogo para desactivar el odio pasa por un mayor respeto a la maternidad y a sus necesidades y una atención correcta en el periodo de la infancia para que la semilla del odio no eche raíces. Para soluciones a corto o medio plazo podemos acudir también a las ideas de otros autores como Jordi García, que en su Contra la izquierda publicado en los Nuevos Cuadernos Anagrama, además de un análisis lúcido sobre el estado actual de la socialdemocracia española, ofrece una reflexión interesante sobre cómo no jugar al juego del ruido y la histeria en los campos de batalla comunicativos que son las redes sociales, donde los viejos y nuevos representantes del odio, todo hay que decirlo, se manejan de maravilla con manos trucadas que les permiten ganar cuando consiguen sus objetivos y también cuando no lo hacen, precisamente porque aquellos que no defienden la patria se lo han impedido y por eso necesitan más apoyo para llevar a cabo su cruzada antes de que sea demasiado tarde y la horda culmine la invasión. La culpa siempre es del otro, los escrúpulos, por desgracia, también: hay que pedir permiso para rescatar, encerrar a los que sacan náufragos del agua y la selva la queman las oenegés

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