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El gran carnaval de Totalán

28/01/2019 - 

El padre de Julen se expuso ante los medios apenas transcurridos dos días desde la tragedia. Para entonces, algunas sombras hacían prever lo peor: el canon del reality show televisivo –aunque no solo en las televisiones– se iba a imponer a la ética periodística. Esas sombras son, entre otras, las de Juan José Cortés, ínclito “padre espectáculo” tras el asesinato de su propia hija y convertido desde hace tiempo en gestor de crisis mediáticas para estos casos.

Cortés combinó la portavocía de una familia de desconocidos con la capitalización del caso en el Congreso del PP. El asesor y militante de este partido reforzó desde esa tribuna la estrategia que se repite desde los crímenes de Alcàsser: si pretendes que alguien rescate a tu hijo de un pozo con 100 metros de profundidad, si sueñas con que un efectivo de más de 300 profesionales llegados desde cualquier rincón del mundo se dedique a modificar la orografía de una montaña con la tecnología y conocimientos más avanzados, estás obligado a exponerte. La presión de los medios y los expertos de la bajeza humana en estos acontecimientos, a un lado y otro del plató, utilizan este chantaje en 2019. Nadie parece interesado en cambiar el protocolo de actuación. ¿Razón? Dinero.

¿Es realmente necesario? ¿Han de exponerse madres y padres ante la que, sin duda, será la situación más inadjetivable de sus vidas? La transcripción de cada una de las declaraciones del padre de Julen ante las cámaras, cada vez que, con un semblante ido por la tensión y la falta de sueño, hace pensar que una o varias personas se han pasado 13 días convenciéndole de que sí. De que hay que salir. Hay que gestionar el calor de la noticia y que no decaiga el pulso informativo. Hay que controlar los tiempos, especialmente cuando sabes que van a pasar horas, quizá días, sin que haya nada que aportar. Hay que alimentar el ritmo para que no parezca terrible que durante cada informativo –por no hablar de los infotainments de mañana y tarde– conectes cada cinco minutos con Totalán a sabiendas de que no ha sucedido nada.

Ningún editor de informativos, director de periódico o representante institucional ha dado un paso públicamente para advertir a esos padres de lo contrario: no salgáis, no os expongáis, vais a disponer de los mismos medios, tened vuestro espacio, no estáis obligados. Efectivamente y no: pese a la cantidad de casos similares, eso no ha sucedido. El protocolo está establecido, genera rendimiento económico y las consecuencias están lejos de ser negativas. Huelga recordar que, tras la confesión del crimen de Mari Luz Cortés en directo en El programa de Ana Rosa, tras la imputación de ella misma como responsable de una serie de delitos y otros ocho periodistas, la juez archivó la causa. Entre otras razones, porque “la propia Isabel García –delatora y cómplice– ha dicho repetidamente tanto en la Policía Nacional como ante esta juzgadora que quería y le hacía ilusión estar en el plató de Ana Rosa Quintana, afirmando que se convertiría en una mujer importante”. Legitimidad.

Cuánto bien le hubiera hecho a la televisión pública española distinguirse en estos últimos 15 días emitiendo El gran carnaval (Billy Wilder, 1951) en vez de sumarse torpemente a las peores artes del duopolio televisivo. Un duopolio sin consejo audiovisual que le tosa –somos casi el único país de Europa sin este órgano básico para la democracia y vamos camino de ser el único en el mundo– y que llegó a sobreimpresionar en su emisión regular una ventana fija con una toma fija del lugar y los metros a los que estaba el equipo de rescate. Teleobjetivos con una toma fija que no aportaba absolutamente ninguna información, pero sí atención sobre el reality desplegado sobre una montaña a la espera de un final feliz. Las analogías con la película de Billy Wilder son todas, aunque por desgracia en nuestros televisores no tenemos ocasión de asomarnos a las discusiones internas sobre los límites de lo digerible.

El sensacionalismo da sus frutos. En apenas unos días se cerrará el mes de enero y habrá unos datos de share con los que salir a la calle un lunes más a vender publicidad. La audiencia, en su conjunto, reportará unas buenas cifras acumuladas en este inicio de año gracias a Julen (así de claro. No hay que esconderse en un eufemismo que identifique cómo ha subido la espuma desde el pasado 13 de enero). El año pinta regular para los grandes grupos audiovisuales, pero, en su conjunto, esta nueva caidita a los infiernos no ha sido de rédito exclusivo por parte de las plataformas audiovisuales: todas las ediciones digitales de la prensa que existía antes de la llegada del ADSL a España se han puesto a la altura de las circunstancias con directos de la nada, despliegues de enviados especiales, noticias y reportajes en paralelo y un sinfín de contenidos que, se confirma, han reportado generosos datos de usuarios activos online y millones de visitas. En tiempos de fragmentación de las audiencias y con la celebración de la caída de los medios de comunicación despectivamente tratados de millenials, a los tótems del rock’n’roll esta cuesta de enero les ha supuesto un auténtico trampolín de lanzamiento.

La rentabilidad de doble hélice en estos casos también acompaña a todo aquello de lo cual se deja de informar mientras el suceso está vivo. La cantidad de presiones económicas, políticas y públicas que se esquivan durante al menos 15 días (en este caso) y que, lejos de parecer un trabajo ímprobo en conjunto de cada uno de esos equipos, alivia en gran medida los tiempos y decisiones de esas semanas en las que no se posee una historia tan –por imaginar un calificativo en manos de los cínicos al mando– poderosa como la de Julen. Tan poderosa que en los medios más sensacionalistas de Europa, el tema ha ido en cabeceras, sumarios y portadas casi con la misma relevancia como si hubiera sucedido en sus tierras.

Los compañeros que toman parte del dispositivo tienden a soslayar sus responsabilidades con tres salidas comunes y en cascada: qué harías al saber que tu competencia está comiéndose el pastel mientras miras hacia otro lado; porqué eludirías el hecho noticioso y qué responsabilidad tiene la audiencia en todo esto. Por orden, a la primera, esa frase atribuida a tantos a estas alturas: ante la duda, periodismo. A la segunda, se responde con más facilidad: no cabe eludir nada. Ninguna información. Entre la elusión y buscar el teleobjetivo más caro del mercado para tener una imagen nocturna de las grúas en las que es imperceptible cualquier movimiento, entre eso y la información por centímetros del rescate con notificaciones al móvil, hay una escala de grises del tamaño de una pantonera. A la última, la responsabilidad del consumo incluye a los consumidores, pero de manera subsidiaria: quien emite marca el consumo. Quien emite puede informar o izar las lonas de un circo de dimensiones bíblicas cuyas consecuencias –quitados unos cuantos tuits y algunas columnas de opinión expiatorias– solo son positivas para el negocio. Del descrédito de los medios y del desgaste de los mismos, de la diferencia que existe entre el sistema global de comunicación de hace 10 años y del actual, hablamos otro día. Cuando se nos pasen los efectos del gran carnaval que hemos montado durante un par de semanas en Totalán y que, entre otras cosas, me ha servido para acumular unos cuantos clips en los que intuyo que los comparecientes no se reconocerán dentro de dos telediarios.

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