LA ENCRUCIJADA  / OPINIÓN

El letargo del consumo

7/07/2020 - 

Tras las primeras semanas de confinamiento se exteriorizaron protestas que abogaban por la apertura de las empresas no esenciales y, en concreto, por las prestadoras de servicios finales. Tras cualquier propuesta de este tipo siempre existe un interés concreto y, a menudo, directo; pero, incluso en ausencia de éste, bien podía pensarse que los valedores de la rápida apertura de puertas y persianas recogían el sentir económico del economista francés J.B. Say y su conocida proposición de que la oferta crea su propia demanda. 

En cualquier caso, en importantes círculos existía la convicción de que sólo restableciendo los flujos económicos habituales podía aspirarse a la recuperación de la normalidad; sin embargo, aun siendo una condición necesaria, puede que no sea suficiente cuando la crisis vivida aporta, junto a hechos propios de pasadas experiencias, características atípicas y desafiantes del conocimiento establecido. 

Comencemos por lo próximo. Existen sectores que se resisten a reiniciar su actividad porque, como en el caso del turismo, dependen de la apertura de fronteras, de la frecuencia y precio del transporte, de la confianza sanitaria que transmita cada destino turístico y de las consecuencias sobre la movilidad de futuros rebrotes del covid-19. La apertura de los establecimientos hoteleros, aun cuando fuera masiva, se presume que sólo tendría un efecto modesto sobre la demanda, insuficiente para generar economías de escala, -cuando existan-, e incapaz, en todo caso, de alcanzar los umbrales de rentabilidad. Un ejemplo de que el comportamiento de la oferta no siempre consigue despertar la demanda, ya sea final o intermedia.

 

Más allá de sectores que, como el turismo, albergan ciertos rasgos idiosincráticos específicos de la actual crisis, el aletargamiento del consumo obedece a razones bien conocidas. El número de trabajadores parados o sometidos a algún tipo de ERTE constituye un factor relevante. En la mayor parte de los casos los ingresos salariales se han reducido y las perspectivas inmediatas son inciertas: ¿habrá regreso al empleo?, ¿el ERTE será el preludio de un futuro despido? Una inquietud, -la del futuro laboral-, que incluye a empleados y profesionales de empresas cuyo ritmo de recuperación se resiente ante la debilidad de la demanda interna e internacional. 

De otra parte, el consumo no sólo depende del nivel esperado de las rentas salariales. Una parte de los consumidores dispone de otras fuentes de ingresos, procedentes de valores mobiliarios o rentas inmobiliarias. El retroceso de las cotizaciones bursátiles y de los precios del mercado inmobiliario trasladan la percepción de una pérdida de riqueza sobre los propietarios de tales activos; un efecto que se convierte, a continuación, en un freno sobre su demanda de diversas gamas de servicios y bienes de consumo.

Sean cuales sean las fuentes de renta, no debe sorprender que, junto al retraso de determinadas decisiones de consumo, esté creciendo el ahorro de las familias que pueden permitírselo: un indicador habitual de la presencia de incertidumbre y de la reacción preventiva que ésta alienta. Una reacción curiosamente contraproducente ya que, siendo percibida como prudente tabla de salvación por la persona ahorradora, avanza en contra de la recuperación global de la economía al reducir la dimensión del consumo agregado.

Una parte del consumo doméstico se encuentra relacionado con los hábitos de los consumidores y se moldea de forma distinta a tenor de estos últimos. Pensemos en los cambios aportado por el teletrabajo. Se ha reducido el transporte, tanto público como privado, y la única movilidad que se ha intensificado es la proporcionada por las redes de comunicaciones. Los teletrabajadores no han precisado un fondo de armario amplio para salir a trabajar ni recurrir a los lugares tradicionales en los que desayunaban o almorzaban. Parte del anterior consumo, o bien ha desaparecido, o se ha desplazado al comercio y la restauración de proximidad y al comercio electrónico, pero no necesariamente con la misma intensidad. 

El sopor del consumo ofrece, finalmente, un valioso objetivo investigador. Resulta inédita, en nuestra historia reciente, la implantación de un estado de alarma provocado por la irrupción de un tipo de incertidumbre que depende de fuerzas biológicas. A consecuencia de ella hemos experimentado una situación de confinamiento que nos ha obligado a revisar nuestras pautas de consumo y, en general, nuestro estilo de vida. Nos hemos enfrentado al por qué de ciertas costumbres que formaban parte de nuestro ser cotidiano. Hemos podido testar nuestra sensibilidad ante lo desconocido. Hemos constatado que, prescindir de ciertas cosas, no alteraba nuestro nivel de bienestar. El tiempo y el escrutinio científico nos dirán si la reacción individual y social frente al consumo han experimentado algún tipo de cambio estructural vinculado al modo de vida forzado por la pandemia. Lo suficiente como para demostrar con fundamento que ya no todo es igual que antes del COVID 19.