Sánchez ha mostrado con su profunda remodelación de Gobierno el nivel de crueldad y frialdad que se da en la política. Es uno de los pocos ámbitos profesionales donde se castiga la lealtad, la entrega y el sacrificio, en aras del beneficio propio. A los políticos se les puede reprochar muchas cosas, pero la mayoría tienen una capacidad de entrega 24/7.
Sánchez se ha hecho el harakiri cargándose a su núcleo duro, a los que estuvieron con él a las duras y a las maduras, los que le auparon a la secretaria general del partido contra todo el aparato, instigaron la moción de censura contra Rajoy y le ayudaron a coser un gobierno de coalición con Podemos para llegar a la Moncloa.
Todo para sobrevivir a sí mismo. Y así, con este inesperado exterminio, Sánchez deja atrás el Sánchez del pasado para construir el nuevo Sánchez del futuro, empieza la era del postsanchismo.
Con este reseteo de sí mismo quiere dar un revulsivo, ser más institucional, alejar los histrionismos. Con un gobierno más joven, un perfil que conecte con la sociedad actual: más verde, más feminista y más social. Enfocado en vender la recuperación y una nueva etapa de prosperidad con la llegada de los tan ansiados fondos europeos que generen un buen clima económico y emocional, que le permita adelantar las elecciones antes de que vengan los ajustes que exija Europa por los fondos prestados.
Para ello, también necesita la estructura del partido. Moldear un PSOE acorde a los tiempos del postsanchismo. Un partido a su imagen y semejanza que acoja el nuevo mantra de la recuperación y le ensalce como líder indiscutible.
Para aunar este proyecto político que se reduce a él, tiene al nuevo jefe de Gabinete, Óscar López, un histórico socialista que sustituye al ex todopoderoso Iván Redondo.
Hay especulaciones diversas para explicar la salida del spin doctor, pero parece que se trata de una profecía autocumplida, y ha acabado “tirado por el barranco por su presidente”. Hasta el último minuto ha mantenido su halo de estratega y de guionista de series de intriga política, dejando una nota manuscrita para dejar plasmado el relato de su salida.
Con el adiós de Iván Redondo se va el gran estratega e impulsor del marketing político del Gobierno, lo que el tiempo nos dirá es si era realmente él, el Maquiavelo de la Moncloa.
Otra de las salidas más llamativas ha sido la de José Luis Ábalos, uno de los ministros más cercanos al presidente que también llevaba las riendas del partido. La falta de afectividad y las prisas en despedirle son un enigma que se desvelará con el tiempo. Desde luego, no es acorde con la confianza y la cercanía que parece que se profesaban desde que recorrieron en coche las corporaciones socialistas de España para recuperar el poder de Ferraz.
La salida de Ábalos ha sido acogida con disimulada alegría en el ámbito orgánico de los socialistas valencianos. Los afines al exministro amenazaban con presentarle una alternativa a Ximo Puig en el congreso. Conocen bien las estructuras del partido y saben presionar para negociar puestos destacados en el partido. Es verdad que con la caída de Ábalos pierden fuerza, pero no creo que sea su fin. Desde los 90, el abalismo está manteniéndose en primera línea, con sus altos y bajos, pero han sobrevivido a todas las familias del PSPV. Lo que parece que se acaba es esa resistencia sanchista a Puig. El President se muestra más que satisfecho por la entrada en el Consejo de Ministros de una de las suyas, Diana Morant. La ex alcaldesa de Gandía es un valor al alza con recorrido político a largo plazo.
Un contrapeso que es más evidente en el caso de la manchega Isabel Fernández y la aragonesa Pilar Alegría frente a los barones García Page y Lambán. Un aviso a navegantes porque la sombra de la Moncloa es alargada.
El nuevo escenario ya está en marcha. Veremos cómo avanza sin sus estrategas de cabecera y sin sus fontaneros, en definitiva, veremos si es capaz con su Manual de resistencia de apuntalar al postsanchismo. Porque ha realizado un ejercicio arriesgado que le puede salir mal o le puede salir Redondo.