Ayer se constituyó el Congreso de los Diputados con los clásicos rifirrafes verbales y hasta físicos. El gran Agustín Zamarrón volvió a presidir la mesa de edad de manera impecable y la socialista Meritxell Batet salió elegida presidenta de la cámara baja.
La constitución del Congreso de los Diputados, la cámara de representación de la soberanía popular es siempre un buen momento para fijarnos en los protocolos y las normas que impone el correcto funcionamiento de las instituciones en un estado de derecho. El acto supone el inicio oficial de la legislatura y aunque podría (quizá debería) ser un acto formal y algo aburrido, se ha convertido en una pequeña representación entre teatral y circense. Desde los empujones para ocupar uno u otro escaño, pues en esa primera sesión los asientos no están designados, hasta los accidentes como el que sufrió la socialista Adriana Lastra que tuvo como consecuencia un esguince.
Las formas para asumir el cargo siempre han tenido dos versiones: el juramento, la más tradicional vinculada a la tradición religiosa que nos indica que sólo se jura ante Dios y la promesa, con un tinte más laico, pero igual de válida y que simboliza la promesa por cumplir con las obligaciones propias del cargo que se asume. Pero en los últimos tiempos se han introducido tal variedad de fórmulas y discursos a la hora de acatar el cargo ante la asamblea de representantes y por tanto ante el pueblo español, que se pierde toda seriedad, toda formalidad, todo sentido. Porque la vida está hecha de forma y fondo, de ser y parecer, de conceptos e imágenes y en este tipo de situaciones de manera destacada.
El reglamento regula que en este acto de constitución del Congreso de los Diputados y antes de que se elijan a los miembros de la mesa del mismo y por tanto al presidente de la Cámara Baja, la sesión sea conducida guiándose por un criterio ancestral y cargado de sentido común. La persona de mayor edad preside temporalmente la mesa del Congreso junto a las de menor edad. Lo de que sean los más mayores del lugar quienes dirijan una asamblea, moderen un debate o gobiernen un pueblo es algo que ha sucedido a lo largo de la historia en muchas culturas, y tiene mucha lógica porque se presupone que el conocimiento y la experiencia es mayor. De hecho, la etimología entre senectud y senado nos da muestra de ello.
En esta ocasión, y como ya sucediera en la constitución de Congreso tras las recientes elecciones antes del verano, la persona de mayor edad ha sido el diputado socialista natural de Burgos, Agustín Zamarrón, el que las redes sociales bautizaron como Valle-Inclán por su innegable parecido físico con el gran dramaturgo gallego. En aquella ocasión pronunció varias frases que se destacaron en medios por su originalidad y erudición, algo poco frecuente en esa cámara y que en parte denotaba (y denota) el bajo nivel en la oratoria parlamentaria y en la urbanidad de sus señorías.
Esta nueva ocasión de ver al diputado Zamarrón en acción como presidente de la mesa de edad del Congreso no ha defraudado, es más, ha dignificado, aunque fuera por unos minutos la figura de la tercera autoridad de España, tras el Rey y el presidente del gobierno. Puesto que el diputado burgalés ha comenzado su tarea con una frase que transmite respeto institucional, responsabilidad política y seriedad personal: “Desde la dignidad institucional, que por casualidad represento ahora y aquí, pido perdón al pueblo español por el incumplimiento en la XIII legislatura del trascendente mandato constitucional de otorgar un gobierno a la nación”.
Los tiempos cambian, las formas cambian, todo cambia y son muchos los que consideran que no sólo es natural, sino que es bueno, es positivo y que siempre evolucionamos a mejor en todos los ámbitos. Pues lo siento mucho, me acojo a la tradicional nostalgia navideña reforzada en estos días grises de frío y lluvia. Hay cosas que antes se hacían mejor, y una de ellas sin duda es la formalidad, la oratoria y la estética de los diputados, senadores y en general de los representantes públicos que además de cobrar lo suficiente para cumplir con un razonable y recomendable protocolo, no deberían olvidar que representan a toda la nación y de ahí que exigirles una actitud digna en sus funciones públicas, sea algo necesario.