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EL CUDOLET / OPINIÓN

Entre los vándalos: dolor y gloria

1/02/2020 - 

Fines de semana de dolor y gloria. Dolor interno, intenso, sacudido por los daños ocasionados por el maléfico temporal, a las personas, a nuestro litoral (para seguir erre que erre negando el cambio climático). Paciencia sostenida y contenida por las imágenes exhibidas del músculo irreflexivo de cientos de jóvenes en València y Barcelona, enfrentándose como unos valientes guerreros sajones, a mamporrazo limpio, por las calles de la ciudad castigando al mobiliario urbano. Mucha gloria para el cineasta Pedro Almodóvar por los triunfitos cosechados en los Goya, premios nacionales del séptimo arte, ese cine, el español, que no ve ni Dios, como la 2, por una cuestión de autoodio. En nuestro país solo se acude a las salas de cine a reírse del chiste fácil. Estas, las comedias, suelen ser las películas más taquilleras. Podría extenderme más de lo inimaginable respecto al asunto que nos atañe en la primera parte del enunciado de la columna, el de los vándalos, no el del séptimo arte. De hecho, tengo un ensayo escrito y terminado, sin publicar y que, con la mayor seguridad, nunca verá la luz (La vieja general), sobre este fenómeno del futbol casado con sus hinchas. 

El pasado sábado, a eso de las seis, recibía en casa la visita de unos amigos. Marta y Jordi. Tras el clásico recibimiento, los consentidos abrazos y las habituales presentaciones, entablamos la conversación de la hora del bostezo, derivando en una  tertulia de dires y diretes, saliendo a relucir los incidentes de la mañana, ensañados por unas virales, vistosas y jugosas imágines de incomprensión total entre la ciudadanía. Marta me preguntó en reiteradas ocasiones porqué se zurraban, es más, llegó a  afirmar desde el intelecto si eran seguidores de un equipo de fútbol, visto lo visto, no entendía porque en el fragor de la contienda no se identificaban unos y otros con los símbolos característicos de los colores del equipo de sus amores o de sus colores. Todo tenía su lógica, evitar ser identificado antes de cazar a su presa. Y en efecto, así fue, porque llegar a una ciudad como la de València, entrar por la puerta norte, sin ser vistos, en un partido de alto voltaje, y no identificar el incendio que provocaron más de cien jóvenes en los aledaños de un estadio de fútbol, es que algo había fallado en la cadena de mando, tal vez un whassap no leídoY ustedes, me imagino que se preguntarán lo mismo.

Seguí con mi experimentada disertación de que la violencia es una acción intrínsecamente mecánica en todos los albores de la vida. Que Stanley Kubrick la había retratado como nadie en La naranja mecánica, con sus drugos para arriba y para abajo sacudiendo palizas y tratando a golpes a la sociedad. Tal fascinación por dicho argumento generó que un grupo de seguidores adolescentes de hinchas de la Juventus de Turín entre otros, inmortalizaran grupalmente el nombre con orgullo y algún prejuicio que otro. La práctica de la violencia es una cuestión de honor, de vanidad. Debe entenderse así porque si no, no tiene lógica dentro del algebra. Les dije que para intentar comprender tal despropósito, debían recurrir a la literatura. A la buena literatura ¿Literatura de qué? Del gamberrismo ¿Existe? Sí, y no precisamente la de los textos académicos o filosóficos elaborados por los eruditos que estudian con entusiasmo desde hace décadas las conductas de los inductores de la violencia gratuita en los estadios de fútbol. Sobre el mismo hecho seguimos interactuando esa dolorosa tarde a pocas horas, antes de que Dolor y gloria recibiera a una cansada estatuilla al grito de ¡Pedrooo! Este país, berlanguiano, va cediendo terreno cada vez mas a la escena manchega, y eclipsando hasta al mismísimo  Miguel de Unamuno. 

Entonces me acerqué a la biblioteca donde conservo la cosecha de libros relacionados con la temática de la violencia en el fútbol y que despertaron gran interés en mi adolescencia. Con una rebanada de polvo extraía de la fiel estantería Entre los vándalos del periodista Bill Bulford. El magistral libro de la editorial Anagrama, con una portada aguerrida y abanderada por los colores de la Union Jack es un viaje al corazón del gamberrismo. El escritor viajó a la vera de la “empresa” de los seguidores del Manchester United durante la década de los años ochenta. Con alguna telaraña que otra, aún conservaba a lápiz en sus primeras páginas la fecha de adquisición y el precio (9-6-1992 y 2.500 de las antiguas y duraderas pesetas). A modo de presentación y para abrir apetito, era hora de la merienda, leí  en voz alta algunas reseñas “Vio apuñalamientos, escenas de violencia extrema, en uno de los casos solo pudo detenerse con la llegada de un tanque del ejército”. Les presté el libro para que pudieran situarse en el origen de la actual deriva callejera. ¡Ah! por cierto, con algún fallo que otro, no sé si del autor o de su compañero de viajes, el grande Mick, València aparece en varias ocasiones en la primera parte del libro mal ubicada. Martin Amis escribió sobre la obra de Bulford  convincente, inteligente y supone una implicación absoluta por parte del autor. No perdió precisamente el tiempo, viajando por ahí, entre los vándalos. ¡Hasta la próxima!

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