VALÈNCIA. El mantenimiento no da votos. Nunca se ha visto a un alcalde inaugurando una obra de mantenimiento, quizás sí una reforma, que no es lo mismo. Sería el hazmerreír –la risa nos permite sobrellevar a la clase política– un ministro cortando la cinta en una carretera reasfaltada inaugurada hace 30 años o un conseller haciendo lo propio en un hospital en el que se han hecho trabajos de mantenimiento para que no se hundan los falsos techos ni revienten tuberías que obliguen a cerrar la UCI y a trasladar a un lugar seguro –¿seguro?– a quienes no están para muchos trotes.
Hace un año cuando se desplomó un techo en el Hospital de La Vila Joiosa, la consellera Ana Barceló ordenó obras de urgencia y anunció que no permitirá "estas situaciones en nuestros centros sanitarios". En una semana hemos tenido dos 'incidentes' en el Arnau y en Llíria, con dos heridos y una UCI desalojada.
Si hablamos del subsuelo, la rentabilidad política de tales inversiones es nula. Ya lo decía Rita Barberá, que presumía de invertir mucho dinero en alcantarillado: "Esto no da votos porque no se ve". Esa inversión de la que presumía la alcaldesa se hundió en 2012 cuando llegaron los recortes por la crisis y ya no se recuperó. El pasado mes enero, los técnicos municipales de València, tras denunciar que hacía años que no se ejecutaban las medidas planteadas por ellos, alertaban en un premonitorio informe de "previsibles daños medioambientales e higiénico-sanitarios a la población" y advertían de que "la no ejecución de los proyectos podría generar consecuencias penales para el consistorio".
En un verano en el que los vertidos fecales han obligado a ordenar decenas de cierres de playas en una comunidad autónoma que vive en gran parte del turismo, uno no puede evitar fijarse en el reverso del recibo del agua potable, al menos el de València, que está inundado de tasas y cánones municipales y autonómicos destinados a financiar el mantenimiento en buenas condiciones de las redes de saneamiento para que no pase lo que ha pasado.
Casi 280 millones de euros recaudó la Entidad Pública de Saneamiento de Aguas (Epsar) y unos 40 el Ayuntamiento de València, que para financiar los parches ya está pensando en subirnos los impuestos a los vecinos mientras sigue sin aprobarse una tasa para los turistas –productores de aguas fecales y usuarios de las playas en la misma medida que cualquier valenciano–, no se vayan a enfadar los hoteleros.
Ojalá el problema fueran solo los colectores. Las caídas de falsos techos en colegios, polideportivos, ambulatorios y hospitales se han visto acompañadas este año por los desplomes en el Palau de la Música de València, que estará al menos un año cerrado. Accidentes a veces con heridos –o con 43 muertos– tras los que nunca hay dimisiones porque la culpa no es de nadie –y de todos– de tantos años que hace que no le dan ni una mano de pintura. Al menos, de la rotura de la tubería de la UCI del Hospital de Llíria le podrán pedir explicaciones a la constructora, que el centro se inauguró en 2015.
Cada infraestructura pública que se inaugura requiere un mantenimiento que cuesta mucho dinero. Lo pagamos con tarifas, cuotas, tasas y cánones en las facturas de suministro –hasta seis en la factura del agua en València, sin contar la tasa de tratamiento de basuras–, aeropuertos, puertos y ferrocarril.
También en las autopistas, pero no en el resto de carreteras. Es curioso que el anuncio del ministro Ábalos de que habría que estudiar un método de pago por el uso de carreteras de alta capacidad, cuyo mantenimiento cuesta al Estado 1.100 millones de euros al año, haya levantado tanto revuelo cuando en el resto de infraestructuras públicas de transporte los usuarios pagan para contribuir a su mantenimiento. Otra cosa es que es dinero luego no se invierta. Y claro, Ábalos se la envainó, que vienen elecciones. Entre eso y el rechazo a la tasa turística, solo nos falta ponerles a los viajeros que entran por La Jonquera la pulserita de gratis total, que ya pagamos los españoles con nuestros impuestos. Hospitalidad.
Se le va a hacer muy largo a Pedro Sánchez este mes de septiembre, hasta el día 23, porque ya nadie se cree que está buscando la investidura y no otras elecciones generales de las que saldrá con mejores números que ahora. Es político, es humano, quiere ganar. El hastío de los españoles es un daño colateral y apenas le pasará factura por mucho que su relato, su paripé, ya no se sostenga.
El Consell guarda silencio mientras Andalucía protesta porque se da "más dinero a los más ricos y menos a los más pobres"