VALÈNCIA. De Nules a París hay cerca de 1300 kilómetros (dependiendo del medio de transporte que se elija para llegar a la capital francesa). Es la distancia que podría recorrer Fran Canós (Nules, 1989) si su proyecto para reconstruir Notre Dame fuera finalmente el elegido. El joven ingeniero de diseño industrial se presentó sin mayores expectativas al concurso auspiciado por Arch Daily y Designboom para reconstruir uno de los monumentos más icónicos de Europa tras el terrible incendio que asoló buena parte de su estructura. Hoy, este proyecto que impulsó desde su propio estudio se encuentra entre los cincuenta mejores, y medios como el británico The Independent lo sitúa entre los diez finalistas.
Frente a ello, Canós mantiene la calma; es más, se confiesa presa de la vergüenza al pasear con su maqueta por el centro de València. En un momento determinado, entre fotografía y fotografía, un hombre, desde una terraza, le lanza un contundente mensaje: “¡Buena suerte!”. El joven diseñador se sorprende y, ante su estupefacción, este se explica: “Ya decía yo que me sonaba tu cara y, después de ver la maqueta, más todavía”. “Seguro que ganas”, coincide su acompañante. “La verdad es que solo quiero guardarla en el coche”, se escuda Canós, tímido, mientras sostiene su maqueta 3D de la orgullosa catedral.
Algo tendrá su proyecto para haber superado la dura competencia y situarse como un digno rival de los renombrados profesionales que no dudaron en postularse para la reconstrucción. Frente a otras de las propuestas, el diseñador insiste en que su principal propósito ha sido mantener la esencia de la catedral. Para ello, el único elemento que ha incorporado es un elegante trenzado que protege el monumento de manera simbólica y se erige sobre la cubierta.
La idea surgió, de alguna manera, de la propia noche del incendio. “Recuerdo que estaba cenando. Me quedé anonadado con las imágenes. Quizá sea un poco exagerado, pero la situación me recordó a las Torres Gemelas. No me lo podía creer. Normalmente me acuesto bastante pronto, pero recuerdo que ese día me quedé hasta las tres de la madrugada”, cuenta Canós, que confiesa que la semilla del proyecto comenzó a brotar en aquel instante.
Hasta mediados de septiembre, el joven no averiguará si su proyecto es uno de los que, finalmente, viajarán hasta las puertas del gobierno galo. Preguntado si, durante la espera, le gustaría formar parte de la historia de algún edificio, revela encontrarse en la fase de “admiración” más que en la de “ejecución”.
Tras unos segundos de reflexión, sin embargo, el joven sonríe con ilusión: “Quizá la Sagrada Familia, porque conozco muchísimas historias alrededor de ella. De hecho, el escultor de una de las puertas de la Sagrada Familia y también encargado de las obras, es un japonés que llegó allí y abandonó todo para ponerse a trabajar en ella. Es una historia increíble. Además, siempre me ha encantado Gaudí”. Mientras tanto, y hasta que se desvele la resolución final, guardaremos el pico y la pala a buen recaudo.
-Has comentado que tienes una relación muy especial con las catedrales, ¿qué te atrae de ellas?
-La verdad es que no lo sé. En tercero de primaria, pinté el Kremlin de Moscú. Unos años después, dibujé la Sagrada Familia. Al estudiar historia del arte y diseño, supongo que me acabó por llamar del todo la atención. Lo que más me interesa es el lenguaje, la simbología, el ocultismo, los estilos… Y de ahí, el frikismo por las catedrales [ríe].
-¿A qué te refieres con “el lenguaje”?
-A la manera en la que se representan gráficamente escenas que antes se transmitían de forma oral. San Pedro con una llave, por ejemplo. De alguna manera, las catedrales eran los libros de la época: se podía saber muchísimas cosas “leyendo” lo que había pintado o retratado en ellas.
Por ejemplo, la cara vieja y la cara nueva de la Sagrada Familia. La cara vieja es la que está más recargada (recordemos que la gente no sabía leer en aquella época); y la nueva es más “cubista” (con esculturas más cuadradas). Aquí la gente ya sabe leer y no hace falta recargarlo tanto. Se aprecia claramente la diferencia.
-Teniendo en cuenta tu juventud y la más que segura competencia a la que ibas a enfrentarte, ¿qué fue lo que te empujó a hacerlo de todas maneras?
-En primer lugar, la energía que sentí una vez se estaba quemando la catedral. En segundo lugar, el frikismo que ya profesaba hacia este tipo de monumentos. Y, por último, la pasión: el pensar que podía aportar algo al monumento europeo más visitado del mundo.
-¿Qué es lo que propones exactamente en tu reconstrucción?
-Propongo reconstruirla como estaba antes del incendio, respetando, sobre todo, la cubierta en forma de cruz románica y la aguja de Viollet-le-Duc del siglo XIX.
Notre Dame tiene 28 contrafuertes; yo propongo subir por cada uno de ellos un trenzado por encima de la cubierta en forma de cruz románica y generar una armadura de piedra que simbolice la protección de Notre Dame ante el incendio. Mediante la tecnología actual, con máquinas de mecanizado, la técnica para hacerlo sería de una precisión milimétrica. En el siglo XII no se podría haber ejecutado, pero sí ahora. Defiendo, por tanto, conservar los mismos materiales (piedra y madera) pero con la tecnología actual del siglo XXI.
-¿Cómo está siendo el proceso? ¿Cuándo se sabrá algo sobre el resultado?
-En el gobierno francés hay dos facciones: una es la de Macron, que es la que pretende aportar algo. Recordemos que, en el siglo XIX, Notre Dame ya se quemó, y tomaron la misma consideración: reconstruir y aportar. En esa ocasión, fue el arquitecto Viollet-le-Duc quien incorporó la famosa aguja. La aguja, pese a lo que se pueda pensar, es un elemento del siglo XIX. Sería maravilloso que, dentro de unos siglos, se mirara atrás y vieran cómo nosotros fuimos capaces de aportar algo también.
En cualquier caso, como dentro del gobierno francés no se ponían de acuerdo, la plataforma GoArchitect, auspiciada por Arch Daily y Designboom, organizó un concurso independente para recoger proyectos. De ahí, han destacado los cincuenta mejores, que serán enviados al gobierno francés a mediados de septiembre. El funcionario Philippe Villeneuve es el que está al frente de la reconstrucción, e imagino que, de ser seleccionada, nuestra propuesta se integraría dentro de su plan y equipo. Pero él seguiría siendo la cara visible del proyecto.
-Muchas restauraciones han sido objeto de polémica porque no se ha respetado la arquitectura y diseño original. ¿Qué opinas tú? ¿Hay que ser lo más fiel posible al original o hay casos en los que tiene sentido llevar a un edificio al siglo XXI?
-La verdad es que en mis diseños siempre intento romper… pero no en Notre Dame. Hemos visto propuestas algo descabelladas para su reconstrucción: cristaleras, una piscina, plástico, placas solares… Y puede estar bien o que tenga sentido en algunos casos, pero no en Notre Dame.
Creo que es lo que pasa cuando se intenta mostrar tanto la firma del autor: el sello. Pero, en este caso, creo que hay ir a la esencia. Si se usaban piedra y madera, deberíamos seguir usando piedra y manera (no cristal o cualquier otro material). Y te puede gustar más o menos la propuesta (eso es otra cosa), pero al menos debe ser fiel con el espíritu de la catedral.
-¿Crees que se peca de egocentrismo en algunas ocasiones en la arquitectura?
-Sí, totalmente. Y ojo, porque yo también lo he hecho: he puesto mi sello personal en algunos proyectos. Ese sello no deja de ser tu firma como autor. Pero insisto: creo que en este caso pesan más otro tipo de factores.
En mi caso, he incorporado el trenzado, pero siempre manteniendo una armonía estética; es prácticamente una continuación de los elementos arquitectónicos que ya existían. De hecho, algunas personas miran mi maqueta y me dicen: “Pero ¿qué es lo que has incorporado tú?”. No se nota siquiera. Eso me alegra.
-De hecho, en una entrevista a la periodista, escritora y comisaria Anatxu Zabalbeascoa esta señala que “en las escuelas se enseña a ser arquitecto estrella en lugar de arquitecto”, ¿crees que es así?
-Sí, prevalece más el diseño conceptual que la funcionalidad. En algunos restaurantes, por ejemplo, parece que prime más la fotografía del local que la propia arquitectura o funciones de este. Prevalece la firma.
-Es lo que sucede con los lugares que solo existen en Instagram: aquellos que han sido tan editados que no se asemejan en nada a la realidad. ¿Qué opinas de este fenómeno que afecta directamente a los monumentos y al retoque fotográfico que se hace de ellos?
-En el mundo de la imagen todo puede convertirse en una farsa. Luego vas a ver un monumento y te decepcionas. Les hacemos un flaco favor a nuestro patrimonio material tratándolo así.
-La catástrofe de Notre Dame puso en el punto de mira a otras catedrales españolas y sus posibles carencias a nivel de seguridad. ¿Cómo valoras el estado de las catedrales de España?
-No he estudiado tanto el tema para saberlo. Sí me atrevo a decir que la catedral de Santiago la restauraron hace un tiempo y quedó muy bien. Y aquí, en València, me parece que pasó lo mismo con la Iglesia San Juan del Hospital. Hasta creo que se llevó un premio.
A mí me preocupa más lo siguiente: los plazos de tiempo. Macron dijo algo así como: “Reconstruiremos la catedral en cinco años”. Pero ¿por qué en cinco años? Notre Dame se construyó a lo largo de cuatrocientos años. El factor del tiempo no importa: lo que importa es que se haga bien.
Es como si se quemaran Las Meninas, y se quisieran rehacer en dos meses. No: eso no vale, ni es ni viable ni sensato.
-La Sagrada Familia es una de las catedrales que más polémicas ha generado últimamente: en primer lugar, porque amenaza las viviendas de algunos vecinos en sus planes de expansión; y, en segundo, porque se han hecho obras incontroladas durante muchísimo tiempo. ¿Cómo ves tú la situación?
-Es complejo. Creo que lo importante es el equilibrio. Me parece que cuando la Sagrada Familia se termine, todo el mundo se sentirá impresionado y orgulloso de lo que se ha hecho. Pero, eso sí, creo que los planes de expansión de la catedral no deberían chocar con las personas que ya viven en la zona. Me parece estupendo que se siga expandiendo, pero creo que no debe perjudicar por ello a los vecinos. Puede que haya otras soluciones intermedias.
-La FAVB (la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona) ha puesto en marcha una campaña contra la “turistización” de la ciudad frente a la Sagrada Familia. Consiste en repartir dípticos entre los turistas explicando el aumento de precios de la vivienda y la transformación de barrios por “su culpa”; situación que es extensible a otros monumentos históricos situados en barrios de ciudades. ¿Cómo lo valoras?
-Es un tema sobre el que reflexionar. Sí, está claro lo que se comenta al respecto, pero también pienso que quizá alguien que tenga un piso en esta zona, con el aumento de turistas y demanda, puede incluso llegar a revalorizarlo. Supongo que dependerá de cómo se mire.
Al final, que haya monumentos tan visitados como la Sagrada Familia me parece positivo. Creo que perderíamos más si no lo tuviéramos que teniéndolo accesible y visible para todos.
-Ante el reciente incendio en el Amazonas, mucha gente comparaba la situación con Notre Dame: ¿por qué no hay la misma indignación y movilización social que sí hubo ante el incendio de la catedral?, se preguntan. También se comparaban las donaciones más que generosas a la catedral frente a la impasibilidad con la que nos enfrentamos, por ejemplo, a la crisis de los refugiados. ¿Crees que existe una doble vara de medir?
-Es una pregunta que me han hecho muchísimo. Incluso me han insultado por todo este tema. Y sí, por supuesto, en parte tienen razón. Pero creo que no se puede juzgar lo que cada uno hace, apoya o respalda. En mi caso, he invertido muchísimo dinero y tiempo en hacer este proyecto. Y he perdido. He perdido porque a mí nadie me ha pagado nada. He rascado de mis fines de semana y he puesto todo de mí porque he querido hacerlo. Pero no me he lucrado con esto para nada.
Creo que se estimaba que las pérdidas de Notre Dame giraban entorno los a los 180 millones de euros. ¿Qué hay dos familias francesas que han aportado muchísimo para la reconstrucción de Notre Dame? Sí, es cierto. Pero, en parte, también pienso que haciendo esto no lo están gastando en yates o barcos. Creo que es muy fácil criticar. Mucha gente se escandaliza ante estos temas, pero a la hora de la verdad tampoco se decide a hacer nada para darle un empujón a nada en ningún sentido.
Naufragios, obsesiones infantiles y criaturas marinas se dan cita en Ballenas invisibles (Barlin), el ensayo en el que Paula Díaz Altozano aborda la fascinación por los grandes cetáceos a lo largo de los siglos