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Game over Hong Kong

Foto: Keith Tsuji /ZUMA
19/07/2020 - 

Esta es una historia triste. Incluso doblemente triste. Por la realidad, que es tozuda, y por la complicidad de todos, de los intereses económicos (también legítimos) que contribuirán a que se quiebre la aspiración de algunos hombres y mujeres buenos que simplemente querían vivir en libertad y que, me temo, que van a sacrificarla a cambio de bienestar material. En la libertad que, por otro lado, vivimos en nuestras democracias, siempre imperfectas y a veces ineficientes, pero libertad al fin y al cabo. Libertad que no valoramos, que no defendemos con la fuerza que deberíamos hacerlo y cuyo precio pagaron muchos de los héroes anónimos que nos precedieron. Muchos de nuestros abuelos. Seguimos viviendo de rentas pero si no nos ponemos manos a la obra las rentas inevitablemente se acabarán.

La Ley de Seguridad Nacional tiene como objetivo pacificar Hong Kong y pulverizar a la oposición

China con un golpe de mano maestro, entre astuto y oportunista, con coronavirus y nocturnidad ha decido, acelerando un proceso probablemente inexorable, resolver su problema en Hong Kong. Para ello ha promulgado una norma demoledora, aprobada el pasado 30 de junio, cocinada en el máximo secreto, llamada la Ley de Seguridad Nacional. Esta decisión de Pekín también implica dinamitar la exitosa fórmula, hasta el momento, de “un país, dos sistemas” que se implantó a raíz de la devolución a China por el Reino Unido de Hong Kong en 1997. Durante el año 2019 de forma reiterada se produjo un levantamiento muchas veces violento por una parte de la ciudadanía de la ex-colonia contra una mayor injerencia de Pekín en su destino. Supone también la contundente respuesta del Gobierno de China a unas protestas que le habían infligido el mayor de los insultos que se le puede hacer a un chino: la pérdida de rostro o mianzi.  En efecto, el rostro en China está íntimamente ligado a la dignidad, estatus y prestigio que se pueda tener socialmente. Los demás son un elemento fundamental para delimitar la propia identidad. Por lo tanto hacer perder el rostro o mianzi a un chino es peor que lo que es para un español el insultar a su madre. En este sentido, los chinos son muy cuidadosos entre ellos para tratar de no perjudicar a esa imagen externa frente a los demás que es el mianzi por lo que muy rara vez se presencian insultos en público ni se exterioriza que alguien pueda estar ofendido. Los efectos sociales de la pérdida de mianzi  puede llegar a situaciones radicales como la exclusión e incluso el suicidio. Así, las protestas, y las imágenes de actos de vandalismo que dieron la vuelta al mundo, dañaron severamente la reputación de sistema estable, de orden total y eficiencia de Hong Kong. Y, eso es algo que China, como gran potencia en ascenso, no podía permitir.

En pocas palabras, esta ley tiene como objetivo pacificar Hong Kong y pulverizar a la oposición al Partido Comunista de China que tantos quebraderos de cabeza le ha suscitado en los últimos tiempos. Y está nueva regulación va directa al corazón. La Ley de Seguridad Nacional en sus 66 artículos tiene un alcance omnímodo caracterizándose por una redacción calculadamente ambigua y diseñando un sistema de represión eficaz, potente y severo muy semejante por otro lado al que está en vigor en China continental. La nueva ley regula principalmente y de forma vaga cuatro delitos: separatismo, subversión, terrorismo y colusión con potencias extranjeras. Además atribuye a las autoridades unas herramientas muy poderosas y discrecionales para aplicarla. Las penas son draconianas. A título de ejemplos especialmente ilustrativos, alterar el transporte en la ciudad se considera como una acción terrorista castigada con la prisión de por vida (en pocas palabras, cadena perpetua) siempre y cuando provoque daños relevantes en propiedades públicas o privadas y perjudique a otras personas. O provocar daños materiales a edificios gubernamentales tiene la naturaleza penal de actos de subversión siendo igualmente punibles con la cadena perpetua en los casos que revistan especial gravedad.

Foto: Jayne Russell /ZUMA

Para garantizar el cumplimiento de la nueva ley se habilita específicamente medios materiales y humanos que comprenden la asignación a una oficina de seguridad nacional ubicada en China continental de la gestión de estos asuntos así como la creación en el propio gobierno de Hong Kong de un comité de seguridad nacional. Además la Ley de Seguridad Nacional goza de extraterritorialidad por lo que cualquier persona que la vulnere incluso en el extranjero podrá ser objeto de detención tan pronto como pise suelo chino. Algunos analistas consideran el nuevo aparato normativo como una ley marcial de facto destinada a restringir hasta la mínima expresión los derechos de libertad de expresión y de acción política de disidencia. Por ello su reacción no se ha hecho esperar. Dada las gravísimas consecuencias que se pueden derivar de la aplicación de la Ley de Seguridad Nacional, tras su entrada en vigor, la disolución de importantes movimientos de las protestas ha sido inmediata. Así Joshua Wong uno de los activistas pro-democracia más prominentes procedió a desmantelar su movimiento por los tremendos riesgos que implicaba. Asimismo el partido pro-democracia Demosisto ha seguido idéntico camino.

La respuesta internacional a estas medidas ha sido tibia. China ha sabido jugar muy bien sus cartas ya que ha hecho coincidir la entrada en vigor de la norma con la distracción generalizada que ha provocado  la crisis sanitaria internacional generada por la covid-19. Pero es cierto que, en primer lugar, la consolidación de China como gran actor internacional y el incremento de su poder y fuerza hace muy difícil una reacción contundente de la opinión pública internacional, siempre temerosa de los poderosos.  En la actualidad, por decirlo coloquialmente, nadie se atreve a toser a China. En segundo lugar, el momento era especialmente propicio con unos Estados Unidos en fase de dejación de sus responsabilidades de potencia global y con un Reino Unido embrollado en el calamitoso Brexit. La supresión de los privilegios comerciales y a los viajeros anunciada por Donald Trump solo va a contribuir a hacer la vida más difícil a la ex-colonia. Y la respuesta de Boris Johnson de ofrecer la nacionalidad británica a unos 3 millones de ciudadanos de Hong Kong (siendo moralmente generosa especialmente al provenir de un político escéptico con la inmigración) es claramente insuficiente y poco realista ya que China probablemente no permitirá los viajes y muchos ciudadanos de Hong Kong quieren seguir viviendo allí. Se queda pues en la esfera de las buenas palabras. 

Por otro lado, la forma en que China ha resuelto esta situación puede suponer un precedente claro para gestionar el “problema con Taiwán”. Aunque Taiwán a 90 millas de las costas de China, con su vibrante democracia, es caza mayor y expresaría claramente por dónde se mueve la política de China y si la Comunidad Internacional está dispuesto a permitírselo. Es cierto que desde la perspectiva China tanto Hong Kong como Taiwán son cuestiones de estricta política interna. Algunos halcones en China, como Li Su, Presidente del Modern Think-Tank Forum, contemplan como justificada una solución armada a la situación en Taiwan para conseguir la reunificación. Es cierto que el Presidente Xi Jingping no ha sido tan beligerante pero en su discurso de 1 de enero de 2019 manifestó ambiguamente que China siempre mantendría la opción de tomar “las medidas que fuesen necesarias” respecto de Taiwán.

Foto: Alda Tsang /SOPA

Volviendo a Hong Kong, y de ahí la doble tristeza mencionada al principio, la realidad es que será un lugar diferente a lo que ha sido hasta ahora pero va a sobrevivir y además, en lo económico, está destinado a continuar siendo un éxito. En efecto, aunque los derechos y libertades individuales se vean seriamente restringidos con la nueva norma, lo cierto es que también muchos ciudadanos de Hong Kong y legítimos intereses económicos estaban seriamente preocupados por la inestabilidad social y política creada por las protestas en el último año. Han visto su seguridad y prosperidad económicas amenazadas. Aquí nos encontramos con el debate ya clásico y que tampoco nos es ajeno (y que no tenemos resuelto) en nuestras democracias entre libertad y seguridad en aras a una gestión política más exitosa. Al fin y al cabo, la política no es más que la forma de gestionar y dirigir la sociedad. Y aquí no hay nada bueno en sí mismo si carece de suficiente respaldo social y si no funciona por mucho que esté inspirado en admirables principios. 

Para China es muy importante que Hong Kong continúe siendo la puerta de capital global. Esa es su función esencial: ser el punto de conexión financiera entre China y el mundo. Y esto funciona en los dos sentidos. Y para ello China sabe que en el aspecto económico y comercial tendrá que dar total seguridad a los inversores para garantizar que se cumplan sus expectativas de beneficios. Por lo que es de capital importancia que el entramado institucional funcione de forma eficaz y alejado de cualquier discrecionalidad. Nos vamos a encontrar entonces paradójicamente con un sistema en el que las libertades individuales estén profundamente restringidas pero que se garantice eficaz y exitosamente los derechos comerciales y económicos. China ya está haciendo todos sus esfuerzos para transmitir este mensaje. Y le va a funcionar. Hay precedentes históricos incluso muy cercanos. Recordemos que en España, durante la dictadura franquista, tras la puesta en marcha del Plan de Estabilización en 1959, se consiguió este objetivo: a pesar de que el sistema era claramente represor de la disidencia se garantizaron los derechos económicos de forma que se convirtió en un destino especialmente atractivo para la inversión, primero internacional y luego de capital nacional. Al final, no pueden menos de resonar con crudeza aquellas palabras que se le atribuyen al General Franco: “Usted hágame caso y no se meta en política”.

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