La cuestión de los "allegados" ha demostrado cuán inmadura es la sociedad española, tan acostumbrada a recibir órdenes como a buscar la forma incumplirlas mientras critica en el bar a quienes también se las saltan; necesitada de que lo que no esté prohibido sea obligatorio; incapaz de ir más allá de las indicaciones de los que mandan; irresponsable, en definitiva, porque la culpa siempre la tiene el Gobierno porque no me dijo lo que tenía que hacer, porque se quedó corto, porque se pasó, porque no vigiló que se cumplieran sus órdenes, porque llueve... porco Governo!
Cuando Salvador Illa pronunció la palabra "allegados", después de haber pedido a los españoles que, en la medida de lo posible, no saliéramos de casa en Navidad, fue como si echara un flotador en el mar en el que se estaban ahogando nuestras fiestas más familiares. ¡Salvados! Podremos ir donde nos dé la gana porque todo el mundo tiene allegados, y si te para la Guardia Civil, a ver cómo demuestra que no vas a ver a un allegado, porque además no va a ir la Policía en Nochebuena a comprobar si somos diez o doce y bla, bla, bla… Los grupos de Whatsapp, las redes sociales y hasta las tertulias mediáticas se llenaron de debates sobre qué es un allegado, con vistas a poder viajar a otra comunidad autónoma en Navidad en lugar de seguir la recomendación de no moverse.
El ministro de Sanidad está siendo estos días bastante claro para quien quiera entenderlo. También Fernando Simón o, en la Comunitat Valenciana, Puig y Barceló. Lo que están diciendo es que las Navidades hay que pasarlas en casa sin juntarse con nadie no conviviente, porque la experiencia reciente nos dice que cuanto más nos movamos para celebrar las fiestas en familia, más muertos habrá en enero y febrero. Pero demasiada gente está queriendo entender otra cosa y se masca la tragedia.
Apuntan los expertos una posible causa, la llamada fatiga pandémica: con el paso de los meses, vamos relativizando el drama de los muertos y bajando la guardia. Según la última ronda de la encuesta sobre percepción social de la enfermedad del Instituto de Salud Carlos III, solo un 36% de los ciudadanos considera que un contagio tendría consecuencias graves o muy graves sobre su salud —frente al 43% y al 39% de las dos rondas anteriores de septiembre y julio— y solo un 26% cree que sus probabilidades de contagio son "elevadas o muy elevadas". Tampoco ayuda que el ruego de que nos quedemos en casa de las autoridades se acompañe de mensajes contradictorios, como los continuos anuncios sobre la vacuna, la apertura del ocio nocturno o la posible entrada de público en los estadios en enero.
El Gobierno no se ha atrevido a decretar para Navidad un estado de alarma duro como el de marzo, a pesar de las evidencias, al menos cronológicas, del efecto que han tenido los puentes festivos o la semana del Black Friday —o el Día de Acción de Gracias en EEUU— en el aumento de contagios, que se traducirá en unas semanas en un repunte del número de muertos. No se ha atrevido, y hasta ahí llega la responsabilidad del Ejecutivo de Sánchez, que no es poca.
Ahora nos toca a nosotros, a los ciudadanos, demostrar nuestra responsabilidad. El Gobierno valenciano ha adelantado el toque de queda y ha limitado la entrada y salida de la Comunitat y las reuniones a un máximo de seis personas con la recomendación de que no se junten más de dos núcleos de convivientes. Y al mismo tiempo, Puig pide encarecidamente, nos suplica, que nos quedemos en casa porque sabe que esas medidas no van a ser suficientes para evitar una tercera ola que será un maremoto.
"Si está embarazada o cree que puede estarlo…". Esta advertencia que vemos en algunas instalaciones y en los prospectos de medicamentos es suficiente para que ninguna mujer con dos dedos de frente arriesgue la salud de su futuro bebé. Con lo fácil que le sería ocultar un embarazo en sus primeros meses y saltarse la recomendación.
Con la covid, no. Con la covid se percibe la recomendación como un semáforo en ámbar; no es una obligación y, por tanto, no hay que seguirla. Se percibe que es fácil saltarse las normas en Nochebuena porque la Policía no va a ir a ninguna casa, que las multas no se pagan y que todos tenemos que cumplir pero es que nosotros somos diez y mi madre está sola y a mi hermana que vive en Madrid hace mucho que no la veo, bla, bla, bla. Por cierto, si alguno de los 200 que el viernes por la noche estaban otra vez de fiesta en el Colegio Mayor Galileo Galilei se ha contagiado, el positivo llegará justo a tiempo para la cena familiar.
Así que, si estás pensando incumplir las normas/recomendaciones en Nochebuena, Navidad, San Esteban, Nochevieja, Año Nuevo o Reyes, ten claro que no estás engañando a Illa ni a Puig porque eres más listo que ellos. Eres más tonto. Te estás engañando a ti, a tu familia y a tus amigos, porque quienes van a enfermar y a morir sois tú y los de tu entorno. A Illa le da lo mismo que tú te mueras. Entiéndase, el ministro no quiere que se muera nadie, pero después de casi 50.000 fallecidos oficiales y otros 18.000 también oficiales (INE), su preocupación es evitar más muertos, no quiénes son los muertos. La nuestra debe ser no entrar ni meter a nadie en esa estadística.
Por eso, cuando entre enero y febrero se colapsen los hospitales —Dios no lo quiera— y haya que volver a elegir quién entra en la UCI y quien no tiene sitio, antes de criticar a Illa y a Puig por no tomar medidas suficientes en Navidad pregúntate si tú tomaste las tuyas.
Por si no ha quedado claro, lo diré más alto: ¡QUÉDATE EN CASA!
¡Feliz Navidad!