Cayó el ladrillo en 2008 y una nueva azada se alzó, la del agricultor Hèctor Molina. La suya es una de las voces más activas (y adictivas) del relevo generacional del campo
En la Muntanyeta de Sant Antoni, en Betxí, hay un algarrobo de tronco especialmente nudoso y oscuro que proyecta su sombra sobre un banquito de ladrillo rojo. Allí estuve horas hablando de soberanía alimentaria, nutrición, transgénicos, productos ecológicos, post-covid y políticas agrarias con Hèctor Molina, agricultor, divulgador y promotor de proyectos de educación nutricional.
-La primera vez que te entrevisté me dijiste que tu paso del sector del ladrillo a la agricultura surgió de un «caos psicológico». ¿Qué ocurrió?
-En el 2007 viví meses de mucho estrés. Sabía que el sector del ladrillo era un trabajo temporal. Ganaba mucha pasta pero no sabía qué hacer. Una tarde de mucho agobio dije: "hasta aquí". Quería un trabajo sin jefes. Veía lo mal que lo pasaban los clientes por los problemas de impagos. Pensé en 0 inversión, 0 créditos. Después de hacer un listado de qué sí y qué no, solo salió agricultura. Empecé vendiendo cítricos online cultivados en las tierras que tenía abandonadas mi familia. De pequeño odiaba el campo. Salías de fiesta y después a ver quién se despertaba a las 6 de la mañana para trabajar. Ahora del campo no me sacan ni con agua caliente.
En el año 2011 me presenté al concurso de Joven Agricultor Innovador de la Unión Europea. Pensé: "Esto es el proyecto de mi vida, que tengo en la cabeza y que no lo plasmo por falta de tiempo y por no poder invertir en él". Estuve todo julio trabajando 15 horas diarias en el proyecto. No me levantaba ni para comer. Lo presenté en Bruselas, tuvo una acogida brutal. Pensé que era una pena que se quedara en power point y lo puse en marcha, el concurso me puso en los medios de comunicación. Mi trabajo empezó realmente en ese momento, cientos de sensaciones. Cogí seriamente mi azada y transformé el campo como lo quería transformar.
"Que en el año 2030 que únicamente el 25% de la superficie del continente europeo sea respetuosa con el medioambiente es un fracaso estrepitoso"
-¿Qué te parece el 25% de agricultura ecológica que ha marcado la Agenda 2030 de la Unión Europea y el resto de políticas agrarias contempladas?
-Me parecen una auténtica vergüenza. Se oponen a un entorno sano y limpio para el agricultor. Esto lo dice gente descerebrada que no mira por lo que comemos. Por la parte de la gente que sí promueve una agricultura sana, creo que se conforman con migas de pan. Que en el año 2030 que únicamente el 25% de la superficie del continente europeo sea respetuosa con el medio ambiente es un fracaso estrepitoso que vamos a pagar.
-¿Qué líneas crees que deberían seguir las políticas agrarias en la Comunitat Valenciana?
-Meter pasta a ciegas para proyectos de gente joven. Hay muchas trabas y papeles para subvencionar. De 237 millones solo un 10% se destinó para jóvenes menores de 40 años. La Comunitat Valenciana es la peor región europea con cambio generacional. Necesitamos que aparezcan miles de proyectos y que un porcentaje fracase, es que eso es la vida. El que sobreviva será el ejemplo a seguir. La Comunitat Valenciana tiene el 25% de su suelo cultivable abandonado y las ayudas van a los grandes grupos, que es cierto que son las que manejan un PIB importante y generan empleo, pero ¿de qué calidad?
-¿Son realmente mejores los productos bio, eco u orgánicos?
-Hay mucho producto con sello bio o eco que puede contener hasta un 70% de azúcares no naturales. Azúcar puro y duro. Luego está el producto bio con venga de plástico, y no debería llevar sello ecológico. No hablamos solo de la alimentación, sino también del proceso. Luego está el de dudoso origen que ha sido producido en Perú, Marruecos o China y que sigue teóricamente unos controles sanitarios, pero que se cruce medio planeta para mí no tiene nada de bio. Producto eco sí, pero que sea controlando el etiquetado.
-¿Podríamos hablar de que el problema es el envasado? ¿No hay una buena regulación del etiquetado?
-La normativa está bien clara, la marca Europa, el problema está en la trampa que permite el Gobierno. Muchas veces se omite el origen del producto. Si lleva una transformación mínima en el país de envasado ya no es necesario indicar el país de origen de la materia prima. Los gobiernos no deberían permitir la trampa, aunque no eximo de responsabilidad al consumidor. La ignorancia por parte del consumidor me preocupa más que las triquiñuelas de los estados al etiquetar. No es que no queramos saber, es que no nos paramos a leer.
"La confianza nos la debe dar conocer la trazabilidad del producto. A mí me la da comprarle a mi vecino una lechuga con caracoles"
-¿Viene un remember de los plásticos de un solo uso por el escenario post-covid? ¿Hay una percepción de que ahora el plástico es salud?
-Esa teórica confianza que nos pueda dar un plástico es un error. La confianza nos la debe dar conocer la trazabilidad del producto. De Asia o África entran a Europa una gran cantidad de alimentos que tienen unas permisibilidades de producción que están prohibidísimas en Europa, usan hasta 30 pesticidas que aquí están prohibidos. Si un plástico tiene que darnos confianza y seguridad apañados estamos. Además, ese plástico se está utilizando para alargar la vida útil de una fruta. A mí la confianza me la da comprarle a mi vecino una lechuga con caracoles.
¿Los transgénicos han desaparecido de la conversación mediática?
-Hubo una época en la que se hablaba mucho del aceite de palma y ahora no se sabe nada. Debería hablarse de ellos y mucho. Cada vez hay más sin que lo sepamos. Una persona puede decir por voluntad propia que no se quiere alimentar con transgénicos y lo está haciendo a diario solo con comer un trozo de pollo que no sea de agricultura ecológica, solo porque este pollo puede haber sido alimentado con piensos transgénicos. Cultivar una superficie con plantas transgénicas conlleva una mayor erosión del territorio, uso indiscriminado de pesticidas y un mayor uso de recursos naturales. Cuando nacieron los organismos genéticamente modificados argumentaron que iban a erradicar el hambre en el mundo y cada vez hay más hambre en el mundo. Me opongo rotundamente a los transgénicos para uso humano y lógicamente los veo bien para avances dentro del mundo de la ciencia.
-¿Hay lugar para la explotación agraria de cultivos tropicales en la Comunitat?
-Sí. Por un lado, hay que diversificar el cultivo. En una época mal dada podríamos perder el 100% de la cosecha si seguimos solo con los cítricos; por el contrario, si hay kiwi o aguacate podríamos salvar la campaña. El cambio climático supone que hay que pensar en un cambio del tipo de cultivo a promover. Se endemonia a algunas frutas diciendo que usan mucha agua para su producción, pero producir un kilo de carne de ternera usa más de 15.000 litros de agua. El problema es el exceso de carne, no del vegetal.
-¿Vamos a aprender algo de la crisis del covid respecto a la soberanía alimentaria y la nutrición?
-Esto es una oportunidad para que abramos los ojos. Covid o no, la especie humana tiene fecha casi de caducidad. En el año 1986 el tratado de Roma exigía que los países tuvieran derecho a elegir nuestro propio alimento. El 90% viene de un lineal de supermercado y básicamente todos son hijos de las mismas corporaciones. El planeta está consumiendo 1,6 planetas al año. El covid debe ser un punto de inflexión para que paremos y reflexionemos.
-¿Sería posible un comité regulador de acuíferos y aguas de riego en cultivos a modo de certificado del CAECV (Comité de Agricultura Ecológica de la Comunitat Valenciana)?
-Estamos en el país europeo con mayor índice de contaminación de ríos, barrancos y cualquier tipo de aguas naturales. Nuestras aguas de riego están contaminadas de pesticidas y fitosanitarios. En un cultivo ecológico los estamos consumiendo. Para que tuviéramos 0% de restos deberíamos prohibir el uso, pero está la industria. No digo que estén vertiendo directamente. Lo único que podríamos hacer es como Bután, donde no se usan pesticidas, que es viable, pero ve tú y haz un cambio tan radical. Claro que estás regando con agua contaminada, es la que tenemos.
"Este confinamiento ha fomentado el consumo de las grandes superficies. Las empresas que más daño están haciendo a la salud de este país son las que más beneficio están sacando"
-¿De la pandemia saldrá un cambio en la restauración que promueva la gastronomía valenciana?
-Vendemos un modelo con Kiko Moya, una María José San Román, Raúl Resino, Dacosta o Camarena, pero que no es el modelo. El modelo es ir al lineal de un supermercado al por mayor y llenar la cesta con judía de Marruecos, chía de Perú para el rollo healthy y el producto asiático que toque. Pero es igual en casa. Si como consumidores no exigimos no va a haber ese cambio. Este confinamiento ha fomentado el consumo de las grandes superficies. Las empresas que más daño están haciendo a la salud de este país son las que más beneficio están sacando. Leía en el confinamiento a cocineros diciendo que ayudáramos a tal productor local, pero era ayuda en forma de limosna. ¡Qué coño comprarle por limosna! Hay que comprarle a un agricultor local porque le encomendamos nuestra salud. El agricultor se deja su pasta en la economía circular, arregla la maquinaria aquí, compra los plantones aquí. Vendamos que ese tiene que ser el modelo para quedarse. ¿Se va a quedar? No. ¿Que habrá pequeños cambios? Claro, igual que a quien le empiece a dar más confianza el plástico y vuelva a la gran superficie.
-¿Cómo le exigimos a las grandes superficies que tengan producto local?
-No comprando. Si en el supermercado hay cesta de la Comunitat, arrasemos. Y el resto que se les quede en el lineal. Hay que volver a esa cocina que es nuestra identidad y nuestra cultura, pero viene el marketing y mete la chía y la quinoa, que acabamos comprando a siete euros el kilo. Y son dos productos que crea la FAO en los Andes peruanos porque la gente no tiene qué comer. Pero llega el teórico primer mundo y mata a los peruanos de hambre. El 70% de nuestra despensa es de Marruecos. A la Administración pública, que yo consuma un tomate que viene de África le cuesta un euro paliar los problemas medioambientales y otro euro paliar los problemas de salud humana. Ese tomate cuesta tres euros, uno a mí y dos a todos.
-¿Falta educación en alimentarse? ¿Y cómo nos reeducamos?
-Falta educación en alimentarse y en todo. Comer bien y sano es barato. En la cultura del no tengo tiempo lo primero que perdimos el tiempo fue la cocina, cuando debería ser nuestra prioridad del día. Con pocos consejos se puede hacer: leer bien el etiquetado, empaparse de la temporalidad de los alimentos, buscar los alimentos en el lugar más cercano. Con cada paso más ético, más feliz vas a ser y más te vas a enganchar para estar más sano, para seguir mejorando como ser humano.