Las elevadas temperaturas, la lenta vacunación, la apertura gradual del ocio, la reclamación de una financiación justa, más obras y los indultos hasta en Europa. Esto se pone un poco ingobernable
La semana en que llega el esperado y ansiado verano de 2021 y también de 2020, porque no vamos a negar que la esperanza e ilusión tanto a nivel profesional como personal y social, es poder disfrutar de una temporada estival más normal que la pasada, y sí, lo normal es lo que sucedía antes del 14 de marzo de 2020. Justo esta semana se aprueba contra el criterio de los máximos organismos judiciales y también la opinión de grandes y sensatos juristas, los indultos a los políticos catalanes juzgados y sentenciados en firme por graves delitos contra la nación. Hechos que, pese a no contar con penas de sangre de manera directa, socavan y destrozan la razonable convivencia y paz social que debe regir una democracia plena. Cataluña, como en tantas otras cosas se convierten motu proprio en ejemplo de lo que no hay que ser ni que hacer como clase política y como sociedad. Me decía un buen amigo empresario que sigue la actualidad con preocupación: “¿Dónde está la antaño sensata burguesía catalana?”
El asunto está siendo analizado desde mil puntos de vista, espero que la mayoría bienintencionados buscando la hipotética solución a algo que hace un siglo Ortega ya reconoció que habría que convivir con ello. Las declaraciones, actitudes y gestos durante estos días del entorno nacionalista e independentista son la perfecta demostración de que la decisión del ejecutivo español es indigna, vergonzosa e inadecuada, pero ya sabemos que por ahora hasta el Rey ha tenido que firmar ese indulto cumpliendo escrupulosamente su mandato constitucional. Jamás el monarca toma partido en las decisiones políticas, de ahí lo complejo y delicado de su figura como jefe del estado que sólo debe arbitrar y moderar.
La cantidad de noticias que afectan a los ciudadanos se solapan unas sobre otras como si fueran hojas que salen de una impresora que nadie recoge y unas ocultan sucesivamente a las otras. Ya hemos olvidado la salvaje subida de la luz, la cantidad de trabajadores en ERTE que esperan un verano normal para recuperar su empleo, pero no sabemos como será la vuelta en septiembre, la vacunación avanza pero no al ritmo que prometió el inquilino de la Moncloa, de hecho hay gente esperando la segunda vacuna y mientras tanto las consecuencias de un año y tres meses con gran parte de la actividad a medio gas, se van notando y nuestros políticos, especialmente en la ciudad de Valencia siguen centrado y preocupados en convertir la ciudad en Disneyland.
Quizá deberían empezar una campaña de publicidad, que eso les gusta y siempre hay un diseño ultramoderno para explicarlo de manera transversal, plurilingüe y binaria, donde expusieran que todos los proyectos urbanísticos iniciados y proyectados tiene por objeto dejar una ciudad inhabitable para los autóctonos y especialmente para las familias. Una ciudad perfecta para los turistas que lógicamente no vienen en coche y no viven en ella más de una semana. La última noticia sobre el aniquilamiento del tráfico rodado en la ronda interior de la ciudad, es una muestra más del odio irracional hacia los habitantes de la urbe. ¿O es que la gente que vive en Valencia nadie tiene coche? ¿O nadie quiere tenerlo? Tampoco tienen derecho a relacionarse con gente que utilice un vehículo a motor privado, algo que se ha convertido para la corporación municipal en un arma de destrucción masiva.
Las inmobiliarias y los parkings se frotan las manos, la gente cada vez más se verá obligada a vivir fuera de la ciudad para disfrutar de aquellos antiguos placeres: libertad de movimiento, conducir tu propio coche, salir a cenar y volver a casa en tu vehículo, ¡que barbaridad! Ojalá algún día, la normalidad total y plena vuelva a nuestras vidas. No pierdo la esperanza porque la cantidad de aberraciones y ridiculeces como todo en la vida, llegarán a su fin, no les queda duda. Mientras esto se está volviendo ingobernable.