VALÈNCIA. Si al periodista Javier Gallego (1975, Madrid) le preguntaran cómo prefiere la carne, puede que su respuesta inmediata fuera “cruda”. Es solo una suposición, pero nada descabellada teniendo en cuenta que este adjetivo le acompaña desde hace la friolera de diez años. Incluso a veces se ha convertido en parte de su identidad: en su segundo apellido.
Carne cruda, el programa que le ha valido tal sobrenombre y que capitanea con firmeza, es un formato radiofónico que inició su andadura en el año 2009 y que, tras un accidentado camino (primero en RNE y después en la SER), hoy se emite de forma independiente y asociado a eldiario.es gracias a la financiación de sus oyentes. Es el primer programa de carácter profesional que se nutrió, a través de crowdfunding, de las aportaciones de sus seguidores (o, mejor dicho, sus oficialmente “productores”).
Ganador de un Premio Ondas en 2012 por el programa, Gallego no cree que los oyentes financien el programa porque quieran “exclusividad”, como sí prometen otras plataformas periodísticas que han nacido con el apoyo de la ciudadanía, sino porque “quieren que el medio exista”. El también músico y poeta admite la responsabilidad que ello conlleva: “Te debes a los oyentes. Son ellos los que establecen una especie de contrato con nosotros, los que nos sostienen y nos protegen frente a las injerencias del poder, una de las grandes amenazas del periodismo”.
El periodista madrileño viaja mañana hasta València para hacer, en vivo y en directo, su particular “carnicería sonora”. Lo hará en la sala La Mutant invitado por el festival La Cabina. Mientras afila los cuchillos, le preguntamos sobre periodismo, radio, ideología(s) o cultura underground. Nos contesta claro, rotundo, “crudo”. Que sus palabras (y la radio) os acompañen.
-Carne cruda es solo uno de los formatos que está funcionando gracias a las contribuciones de sus oyentes (eldiario.es, infoLibre y otros medios también están apostando por este modelo). Parece impensable que esto esté sucediendo en España, donde hace unos años nos vanagloriábamos de bajarnos contenidos de Internet y no pagarlos. ¿Qué (nos) ha pasado?
-Ha habido un cambio de mentalidad en la ciudadanía, y no solo a nivel periodístico, sino también social, de toma de conciencia. Si uno quiere que la sociedad sea de una manera, tiene que implicarse, debe responsabilizarse también de ello. Los políticos, al fin y al cabo, los escoges tú; la vida social de tu país depende tu acción. Y los medios de comunicación serán mejores si tú exiges que así lo sean. Si te comprometes en la medida de tus posibilidades.
Es cierto que en España hemos sido el país de la piratería, pero, a partir de cierto momento, ciudadanos, consumidores, clientes y lectores se han dado cuenta de que la información cuesta; de que la cultura tiene un valor. Algunas de estas fórmulas de financiación permiten que la gente ponga el precio que quiera pagar, el que considere; eso también ha facilitado el intercambio entre productores y receptores.
Creo que el mayor cambio es que la gente es consciente de que para que existan esas voces y miradas sobre el mundo que quieren leer, ver o escuchar, deben pagar por ello. No existiría de otra manera, porque ni los medios mayoritarios, ni públicos ni privados, han querido apostar por ello.
Incluso ha pasado con la música y el cine. Nos hemos acabado dando cuenta de que, si queremos una mejor cultura, una mejor música, un mejor cine, tenemos que financiarlo. Si no, será el mercado el que impondrá sus gustos y su discurso hegemónico, porque evidentemente es el que tiene mayor poder. Y sí existen pequeños discursos contraculturales que, sumados, configuran una realidad diferente.
-¿El futuro de la radio es el podcast?
-El directo seguirá existiendo. En cuanto a inmediatez, la radio es el medio que responde con mayor velocidad. Si sucede algo rápido e importante, acudes a la radio. Es cierto que la prensa digital también está ocupando este espectro; pero, además, la radio tiene esa cercanía tan viva que la hará perdurar siempre. El podcast no viene a sustituirla, sino a potenciarla, pues es un formato que permite un mayor sosiego, y da lugar a contenidos que no están tan pegados a la urgencia de las noticias. Por eso están resucitando o renovándose géneros que dábamos por desaparecidos: documental, ficción sonora, debates especializados…
En España, la radio generalista es muy pobre, plana y monocorde. Tenemos parrillas clónicas que reproducen información deportiva, política y social, y magazines de contenidos variados. Sin embargo, no hay programas especializados en ciencia, literatura, deportes de motor, ciencia ficción… Hay una paleta enorme de temas que tienen cabida en los podcasts, que precisamente están ampliando la oferta y las posibilidades radiofónicas. Además, creo que son un buen gancho para las generaciones más jóvenes que no están acostumbradas a la radio convencional.
-¿Información y entretenimiento se distinguen cada vez menos?
-Sí. No sé si es ahora cuando ocurre con más fuerza, pero sí venimos padeciéndolo desde hace mucho tiempo: ese género que convierte la noticia en espectáculo que los norteamericanos han potenciado tanto. Y la espectacularización de la noticia lleva al morbo y la pornomiseria; a una serie de fenómenos que se alejan del periodismo y se acercan al negocio.
Lo vemos en los debates políticos. Enturbia la discusión pública porque no son realmente debates de ideas o de profundidad: son debates emocionales, de enfrentamiento. Y eso es caldo de cultivo para los fenómenos políticos más ultra y fanáticos que estamos viendo; para el regreso de los fascismos y estos nuevos populismos que buscan ideas muy simples y soluciones fáciles a problemas muy complejos.
-¿Es más fácil mentir ahora que antes? ¿O es la sociedad la que ha perdido el sentido crítico?
-El nazismo prendió en la sociedad más formada y civilizada de Europa y, probablemente, del mundo: Alemania. Son fenómenos complejos que no se pueden reducir a una sola causa.
Los fascismos surgen en momentos de enorme crisis en todos los sentidos (social, política, económica) y, ante la desesperación, la inseguridad y la precariedad, aparecen los “salvapatrias” con soluciones fáciles que, además ahora, pueden transmitir a través de altavoces de difusión masiva muy poderosos. Las redes sociales, los teléfonos móviles, son una forma de infección vírica asombrosa.
Quizá es eso, más que el que seamos más crédulos ahora. Creo que, porcentualmente, la sociedad está más informada. El problema es que tenemos tal saturación de noticias y mensajes que estamos “infoxicados”. Hay tal sobrealimentación informativa que no la podemos digerir.
Y ahí las redes sociales también juegan un papel. A veces lo reducimos todo a unos cuantos caracteres, pero la realidad es más compleja que un tuit. Para eso también estamos los periodistas: para matizar, complementar y aportar contexto, veracidad y criterios para, por lo menos, poder argumentar.
-La periodista y presentadora María Rey, que ha recibido recientemente un premio Iris, señalaba en su discurso: “No es verdad que los periodistas debamos tener un posicionamiento ideológico y estar en la trinchera”. ¿Hasta qué punto se puede pronunciar el periodismo sobre ciertos temas? ¿Te has autocensurado en alguna ocasión?
-Cada periodista debe tomar su decisión en su forma de entender la profesión. Respeto que cada uno se coloque en el lugar que cree que debe ocupar.
Dicho eso, no estoy a favor de las trincheras… pero tampoco creo en la neutralidad informativa. Cada uno tenemos una mirada subjetiva, una posición como ciudadano. Yo, como periodista, he asumido ciertas responsabilidades que creo que me corresponden, y me gusta hacerlo expreso porque defiendo posiciones que me parecen muchas veces minoritarias y necesitan voz. Pienso que esta sociedad necesita cambios radicales y, a veces, hay que serlo e ir a la raíz de los problemas y buscar soluciones atrevidas y audaces.
Eso sí, eso no afecta (y, de hecho, intento que no afecte) a mi pluralidad a la hora de mirar la realidad; por eso invito a voces ideológicamente distintas a las mismas, sobre todo cuando hacemos debates políticos, donde intentamos que todo el arco político esté representado (excepto la extrema derecha).
Respecto a si me he autocensurado alguna vez… a la vista está que no [ríe] dadas las consecuencias que he sufrido por no hacerlo. Además, en el momento en que decidí tomar un camino y ciertos pasos arriesgados porque, efectivamente, en los medios hay ciertos mensajes que no son fáciles de “colocar” porque hay muchos intereses, supe que no había vuelta atrás.
Lo que sí he hablado con compañeros y es algo que defiendo, es la necesidad de que estemos más unidos; y no hablo desde el corporativismo, solo por el hecho de ser compañeros de profesión, sino por la profesión misma. Porque es un valor fundamental para mantener una democracia. Deberíamos defender al compañero que es atacado ante presiones, que es censurado, sea de la ideología que sea. Defiendo un corporativismo con la profesión, no con los profesionales, para que una democracia pueda gozar de buena salud.
-Carne Cruda nació como un programa que también buceaba (y lo sigue haciendo) en la cultura underground. ¿Existe todavía esa cultura, o todo ha pasado a etiquetarse como mainstream?
-Sigue existiendo y es muy poderosa. La contracultura no desaparecerá nunca: irá mutando. El sistema pretende atraparla y fagocitarla, pero esta inventa nuevas formas para escapar del cerco. Por eso en Carne cruda también intentamos darle voz a esa cultura y discursos que no vemos reflejados en los medios de comunicación masivos, para que pueda ser encontrada por creadores, artistas y agentes culturales que se mueven en las “catacumbas”.
Es verdad que tenemos un mercado muy poderoso que aplasta todo y nos da a entender que solo existe el mainstream, la corriente mayoritaria, pero también existe la alterna. Además, ahora hay más caminos y lazos para llegar a esa otra cultura: más acceso. El trabajo de los periodistas también es encontrar esas joyas en las profundidades y difundirlas: aprovechar ese altavoz.
-Resulta complejo. Pienso en el caso de Cristina Morales, que con su libro Lectura fácil, definido como “antisistema”, ha recibido un galardón concedido por el propio sistema. O las obras de Banksy, que han pasado de considerarse actos vandálicos a venderse por elevadas cantidades en galerías y museos. ¿El sistema acaba absorbiéndolo todo?
-Es un debate muy interesante y complejo, pero Cristina no tiene la culpa de que le hayan dado el Premio Nacional, ni su obra deja de ser antisistema por ello. Lo que quiere decir es que, a veces, los discursos contraculturales se filtran por las grietas del sistema y, a veces, llegan a un público mayoritario.
Ahora mismo está aceptadísima un tipo de música que antes era minoritaria. El trap, por ejemplo, que es ahora la música del momento, empezó siendo una música de barrio hecha por cuatro chavales en sus casas con medios muy precarios. El mercado trata de asimilar todo lo que le puede alimentar, todo lo que es negocio, para convertirlo en mercancía. Ahí está la lucha de los creadores y artistas por mantener su independencia, autenticidad y mensaje, como se desprende de las declaraciones de Cristina Morales en las entrevistas: “Me parece estupendo el premio y lo acepto con gusto, porque me viene muy bien para poder seguir escribiendo con libertad, pero eso no quiere decir que vaya a cambiar mis mensajes”.
Pero el riesgo, es cierto, está. El caso de Banksy que ponías es muy interesante. Creo que él hace una negociación constante con el mercado y con el propio mundo capitalista que critica en muchas de sus obras; al mismo tiempo, sin embargo, le nutren, le dan una fama y, en última instancia, lo convierten en un producto. Creo que él juega en esa fina línea: a veces forma parte del sistema y lo afianza, y otras veces lo desafía. Es inevitable, quizá, en un mundo como el nuestro tan interconectado y donde el panóptico capitalismo lo aplasta todo.
Carlos García Gual, catedrático de Filosofía y experto en los filósofos griegos, dice que, si hoy existen los cínicos, como Diógenes (que dormía en un barril), no los conocemos. Están escondidos en sus “cuevas”, completamente al margen de todo. Ahí están verdaderamente los cínicos de hoy. Todos los demás, de una forma u otra, estamos participando del sistema.
-El reciente galardonado con el Premio Cervantes, Joan Margarit, decía que la libertad es “hacer el amor en los parques”, que la libertad es “una librería”, entre otras preciosas definiciones. ¿Qué es la libertad para Javier Gallego?
-Primero, quiero felicitar a Margarit. Me parece un poeta exquisito, muy fino, con una profundidad y sencillez arrebatadora. Ese poema que citas es una demostración de ello.
Es una pregunta muy difícil. Para mí, la libertad es la posibilidad de vivir según la propia conciencia. Es muy complicado: si hubiera sabido esta pregunta, me habría preparado mejor respuesta más [ríe]. Pero sí, eso es lo más cercano a ese concepto para mí: la posibilidad de vivir según la propia conciencia.