VALÈNCIA. El periodista y crítico cultural nos ofrece una explicación personal y en detalle del recorrido que siguió la contracultura española hasta caer -o quizás no tanto- bajo una ráfaga biempensante de fuego amigo.
-¿Hay margen o espacio para la contracultura en la España actual?
-Jordi Costa, autor de Cómo acabar con la contracultura. Una historia subterránea de España, Taurus, 2018: La contracultura, tal y como se describe en el libro, como fenómeno más o menos acotado, como esta especie de confluencia de deseos de crear una realidad utópica, que de alguna manera en el libro yo circunscribo del sesenta y ocho al setenta y siete, que es una fecha también arbitraria, porque se puede decir que la contracultura no necesariamente muere con la imposibilidad de articularse políticamente en la Jornadas Libertarias sino que de alguna manera se prolonga un poco más, ahora mismo no tendría cabida porque estamos en una realidad en la que todo está regido por la fragmentación; yo creo que ahora mismo se pueden hacer muchas cosas pero lo que había en esos tiempos que era la voluntad de que todo se comunicase entre sí, de crear un espacio común, ya no está.
-¿Y qué sobrevive?
-Lo que sí está en el aire todavía son muchas de las ideas que manejaba la contracultura. Eso es algo que cuento en el libro con una cita de Pau Riba, que decía que la contracultura no había nacido para llegar al poder, y que simplemente consistía en dejar en el aire una serie de propuestas; desde el momento en que seguimos hablando de feminismo, de drogas, de los derechos de la comunidad LGTBI, podemos decir que sigue existiendo un espíritu contracultural. Hay quien dice que la contracultura estaría ahora en lo que no está en las redes. En los espacios invisibles, en las intersecciones. Lo que veo ahora mismo es una imposibilidad de que eso se articule en un discurso común, porque en esos años lo interesante era que los músicos estaban interesados por los historietistas, por los filósofos, el movimiento hippie lo impregnaba todo. Ahora por ejemplo el mundo del trap es un mundo absolutamente endogámico, y el mundo de la historieta independiente también.
-¿Ha evolucionado o degenerado el Gusto Socialdemócrata del que hablas en el libro a una especie de Disgusto Censor sin tapujos?
-El elemento diferencial es que cuando tú hablas de censura en realidad lo que tenemos es un momento en el que de repente parece que se imponen nuevos límites, pero creo que el Gusto Socialdemócrata como idea de sentido común y de lo que está bien se sigue manifestando. Por ejemplo, algunos tópicos como el gusto por las series de ficción como un objeto cultural de calidad y que te inviste a ti como consumidor de un cierto prestigio, o la idea de llamar a los tebeos o a las historietas novela gráfica, creo que son pervivencias del Gusto Socialdemócrata. No estoy de acuerdo en que todas esas voces que ahora se alarman por determinados cruces de línea se puedan llamar censura, actualmente se puede expresar de todo. Censura por ejemplo es lo que ha pasado con Valtònyc, que tengamos a un creador huido. Cualquier polémica que se forma en Twitter simplemente es que de repente hay una serie de voces al otro lado que se manifiestan.
-Me refería a una censura más institucional y punitiva.
-Esa censura institucional y punitiva aparece muy puntualmente, en este caso se han enterado de Valtònyc y hay diez mil cosas de las que no se enteran. Hoy estaba en una librería un momento y veía ahí unos fanzines donde había uno en que...
-Ojo a ver si nos escucha la Fiscalía.
-En que los personajes eran etarras, y todo eso no ha entrado en los radares, ¿no? Y existe. Sí, vivimos tiempos un poco peligrosos y extraños, pero creo que no podemos hablar de una censura monolítica como tal e intrusiva como existía antes.
-¿A tu juicio cuál es el matrimonio más extraño que produjo la contracultura española?
-Pues el hecho de que el considerado primer hippie español fuera hijo de Vallejo-Nágera, doctor del franquismo, y se definiera como legionario y hippie, sería un buen ejemplo. La proximidad entre Julio Matito, que era una figura puramente contracultural, y alguien como Felipe González; Julio Matito vive la experiencia del desencanto de una manera absolutamente acelerada, ese sería otro buen ejemplo. También el hecho de que la persona que nos sirvió el monólogo interior de una hippie fuese José María Carrascal, a quien luego tendríamos encasillado en la figura del señor conservador que presentaba los informativos de Antena 3 con ese soniquete.
-Por último: ¿ha sido en algún momento contracultural el trap?
-Ahí no me siento muy autorizado porque no tengo demasiado conocimiento, pero hay cosas del trap que sí me parecen contraculturales, como apropiarse de esos discursos sobre la ostentación y la riqueza desde la posición casi del yonqui de extrarradio; eso sí me parece relativamente molesto y transgresor. No conozco la escena lo suficiente como para entrar a fondo en ella, pero creo que desde el momento en que se generan fenómenos que no están regidos por el mercado, sino que surgen espontáneamente, y se crean esta especie de círculos muy articulados y de vías de comunicación que son puramente subterráneas, sí se podría considerar que en el trap hay una chispa contracultural igual que en la cultura yotuber cuando no perpetúa el discurso neoliberal. Cuando me hablabas antes de censura pienso también que quien vigila el patio del colegio ahora justamente quizás ya no son los gobiernos, sino que es Mark Zuckerberg y los que deciden de qué puedes hablar y de qué no puedes hablar, qué puedes subir o qué no puedes subir a una red social. De ahí que el único territorio real de libertad sea el territorio de la invisibilidad. Si esto es un entorno más o menos distópico, la vía de escape es sencilla y pasa por reprimir la tendencia a la exhibición y a canalizar tu propio narcisismo a través de la red social.
Candaya publica esta historia que se proyecta desde un volumen de relatos para convertirse en la narración íntima de la búsqueda de una casa a la que poder volver