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La Monarquía no toca... nunca

4/07/2020 - 

Esta semana ha habido una conmoción en el panorama político español. Tal vez algunos de ustedes lo hayan notado: como si millones de personas gritaran al unísono "¡ahora no toca!" y luego callaran.

Llevamos cuarenta años escuchando lo mismo: ahora no toca. No es el momento. Este debate no conviene. Hablo, por supuesto, de la Monarquía. El régimen monárquico llegó en España en circunstancias muy particulares: sucediendo a una dictadura. Afortunadamente, la monarquía tardó poco tiempo en adaptarse al posterior régimen democrático, que en parte alentó o, como mínimo, consintió; una forma inteligente, a su vez, de ganar la legitimidad que no podía conferirle la designación directa del general Franco.

Sin embargo, la legitimidad no es eterna. Y una jefatura del Estado monárquica, por su propia naturaleza, chirría en el contexto de un régimen democrático. Especialmente, con los orígenes de la nuestra. Estos dos problemas fueron gestionados por la clase dirigente española, durante décadas, creando un cordón sanitario férreo en torno a la institución: no se podía discutir la legitimidad u oportunidad de la Monarquía; no aparecían nunca críticas al rey Juan Carlos I en los medios de comunicación; el rey era, y es, inatacable jurídicamente; y, por supuesto, la ya conocida letanía de que "no es el momento", que además han manejado no sólo los monárquicos, sino los que afirman ser monárquicos "accidentalistas", de esta Monarquía; antes juancarlistas, ahora han abjurado rápidamente del rey anterior para volverse felipistas; y conjugan ese compromiso con sus -afirman- férreas convicciones republicanas. 

Es un misterio dilucidar cuál puede ser la diferencia entre un monárquico y un republicano que sólo es monárquico del monarca que manda en cada momento, sea cual sea este, mientras dice que en otro momento y lugar que no es este sería republicano, como el que más; desde mi punto de vista, la diferencia estriba en la coherencia y las convicciones, que sí tienen los monárquicos de verdad, frente a los que dan lecciones de republicanismo "pero no es el momento ahora" desde el sillón de algún consejo de Administración.

El cordón sanitario de la Monarquía vive tiempos duros; el tiempo y los hechos han contribuido a erosionarlo. También el cambio generacional. Cada año que pasa, son más los ciudadanos que han nacido en la democracia. Ciudadanos que ven los debates de la Transición, dirigidos e instrumentalizados por sus popes y exégetas (que siempre hablan de ese período maravilloso cuyos efectos y realizaciones jamás hay que tocar o cuestionar, pues, ya saben, "no es el momento"), como algo extraño a su experiencia política y su visión del mundo. Y eso, poco a poco, se ha ido filtrando a toda la sociedad: también a los medios de comunicación, que desde hace años comentan los excesos, errores y asuntos turbios que involucran a la Monarquía (es difícil no comentarlos, la verdad sea dicha), aunque los escándalos, propiamente dichos, sigan desvelándose en la prensa extranjera (como ha sucedido ahora con las comisiones de Juan Carlos de Borbón y el diario británico The Daily Telegraph). Y también, por supuesto, a la clase política.

Foto: EFE

Por su propia naturaleza, los políticos viven inmersos en un mundo en el que tienen que estar continuamente sometidos a procesos selectivos: internos, en el partido, y externos, ante los ciudadanos. Cualquier político está acostumbrado a votar, a posicionarse, a que los puestos y los cargos puedan perderse en un proceso selectivo; tanto en su partido político como en las instituciones de Gobierno, de la dimensión que sean. Si, además, estos políticos han nacido y crecido en democracia, sin el miedo a los fantasmas (muy reales) de amenazas tan terribles como una intervención militar o una guerra civil, las dificultades para mantener la coexistencia del régimen democrático con la Monarquía se hacen evidentes. Y, por ese motivo, la erosión, aunque sea lenta, de la Monarquía, también se da en el seno de las organizaciones políticas. 

Esto resulta especialmente claro con el actual rey, cuyas apariciones públicas y opiniones hacen pensar que está más escorado a la derecha que el anterior, y que Felipe VI es mucho más el "rey de la derecha española" que su padre, que se habría esforzado para ser el "rey de todos", era amigo de Santiago Carrillo, se llevaba muy bien con González y Zapatero, etc. Ya conocen la historia, sea ésta más o menos producto de la propaganda. 

Puede que esta valoración sea injusta, porque al fin y al cabo a Felipe VI no se le conocen loas a Franco, como sí fue pródigo en hacer su padre. Y no sólo en los años setenta, cuando el recuerdo de Franco era bien patente y su figura tenía mucho peso específico; algo lógico, por otra parte, dado que le había legado el puesto de Jefe del Estado. Pero sí que aparece como un rey más escorado hacia la derecha ante la opinión pública que su padre, como por otro lado parece normal que acabara sucediendo, teniendo en cuenta la naturaleza de la institución monárquica. 

Felipe VI es un rey con el que pueden producirse, y probablemente se estén produciendo ya, roces con un Gobierno de coalición de izquierdas, cuyos principales mandatarios pertenecen a una generación que ya no está tan cautivada por el discurso de la Transición. En particular, porque el presidente, Pedro Sánchez, ya vivió en sus carnes lo que pasa cuando "la Transición" (el aparato histórico del PSOE) intenta -y consigue- birlarte el sillón de secretario general de tu partido; porque el vicepresidente Pablo Iglesias proviene en última instancia del único espacio político nacional que desde los años ochenta es coherente en su republicanismo, Izquierda Unida; y porque sus apoyos parlamentarios son partidos nacionalistas e independentistas enfrentados con Felipe VI y la monarquía que éste encarna.

Sin embargo, con todos estos antecedentes, faltaba que hubiera alguien prominente del PSOE que diera el paso, cruzara el Rubicón, y provocara la mencionada conmoción en la Fuerza de la Transición que comentaba al principio del artículo, la enésima colección de "soy republicano, pero", "ahora no toca", "no es el momento" con que le han regalado los oídos. Esa dirigente ha sido la vicealcaldesa de Valencia, Sandra Gómez, con un excelente artículo que no deja lugar a dudas de que no estamos hablando de una proclama exaltada en un mitin, sino de una reflexión meditada. 

Gómez, una dirigente joven, que ya ha demostrado en anteriores ocasiones que tiene criterio e iniciativas propias, muestra aquí, en mi opinión, no sólo valentía, sino clarividencia. El debate que nunca toca, por más que se empeñen los "republicanos, pero" de este país, ya hace tiempo que está planteado en la sociedad española; sobre todo, si atendemos al criterio generacional. Sandra Gómez ha sido la primera dirigente de peso del PSOE en atreverse a ponerlo abiertamente sobre la mesa; pero no será la última, ni será tampoco el PSOE el único gran partido nacional que se cuestione la institución. También en la derecha surgirán voces discordantes, aunque algunos sean con el afán de conferirle a la Monarquía la legitimidad que sólo puede darle un hipotético refrendo en las urnas, y otros, sencillamente, porque estén cansados de que éste sea un tema sobre el cual en España no se puede hablar, ni cuestionar nada. Que ya toca, la verdad.

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