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La culpa de todo la tiene Charles Manson el paria, el hippie siniestro, ‘El expiador’

El filósofo, doctor en Antropología Cultural e incansable escritor Iñaki Domínguez vuelve a las librerías explorando uno de los grandes iconos de la maldad desde la idea del chivo, pero no satánico, sino expiatorio

19/08/2019 - 

VALÈNCIA. Librarse de ella es casi imposible si no es mediante ciertos ritos de menos o mayor dificultad de ejecución que no siempre funcionan: cuando te agarra se instala en ese compartimento esencial en el que guardas la síntesis de lo que piensas que eres, esa breve descripción -a veces una única palabra, o dos- que te permite reconocerte, y la reescribe con un mensaje tóxico y denso como el plomo que lastra y envenena el sistema y hace que deje de funcionar de un modo sensato, todo debe pasar por su filtro que en lugar de aligerar carga y enrarece hasta alcanzar cotas de distorsión a la que si no se le pone remedio, puede desembocar en un trastorno irreversible, o incluso en la muerte. En el plano colectivo los síntomas son distintos, pero de igual manera se requiere un exorcismo o un sacrificio periódico para que el peso de nuestros aborrecibles pecados sociales se evapore y así podamos seguir viviendo con normalidad, una vez se los hemos puesto sobre los hombros a la percha indicada: no sabemos muy bien hasta dónde se hunden las raíces del sentimiento de culpabilidad y de la culpa, pero cabe suponer que los remordimientos llegaron a nuestra mente hace ya mucho tiempo para definirnos como animales pensantes, animales capaces de desatar sus animosidades para luego meterlas de nuevo en el redil acomplejados por las consecuencias de los actos que han perpetrado. Claro que no todo el mundo se lamenta tras hacer daño: a los que no lo hacen les llamamos monstruos o psicópatas y solemos depositar en sus manos enormes responsabilidades.

Ahora que Tarantino estrena Érase una vez en Hollywood, su esperada novena película, han vuelto a saltar a la primera plana de la actualidad de la que nunca terminan de apearse las figuras de Charles Manson y su Familia y sus archiconocidos crímenes: Manson lo tiene todo para ser un icono facilón del mal, habilidad para escoger individuos a los que seducir y manipular -las primeras víctimas de Manson son muchos de sus acólitos-, una mirada perturbada, perturbadora y oscura muy fotogénica, una filosofía propia bastante original en algunos aspectos, el rechazo inicial de la industria y el establishment y la construcción de una identidad mesiánica, una comunidad y una leyenda como respuesta, e incluso más adelante una esvástica tatuada en la frente y unos movimientos a caballo entre el tai chi y la parodia de las artes marciales. Encima acostumbraba a vivir en el desierto. Manson el hippie siniestro ha pasado a la historia como el reverso tenebroso de una década que vendía y consumía paz y amor al mismo tiempo que sangraba con profusión en guerras y a través de los cuerpos de quienes se atrevían a intentar producir un cambio real, por lo que quizás Manson, como él mismo explicó en repetidas ocasiones, fuese la quintaesencia, el destilado más genuino de la época en la que forjó su mito e indujo a sus alucinados secuaces a asesinar sin compasión y de entre ellos a los más fieles, a inmolarse además en los posteriores juicios tratando de proteger a su depravadísima santidad. Por si fuera poco, una vez fagocitada, la imagen de Manson queda de maravilla en las chapas, tazas y camisetas con las que el sistema que pretendía derribar se lucra desde entonces. Manson es el malo de la película, peor todavía, es el diablo. Caso cerrado.

Con todo, hay quien se empeña en revisar el discurso oficial no para exonerar al demonio, pero sí para catalogarlo dentro del infierno: a Iñaki Domínguez debía rondarle ya la idea de este libro por lo menos desde que escribiese y publicase Signo de los tiempos, que lucía a un flamante Manson en una portada fantástica en la que no faltaban ilustres malos, pero es ahora en El expiador, vida y obras de Charles Manson que también publica Melusina -y que verá la luz el veintiocho de agosto-, cuando este joven y prolífico filósofo, doctor en Antropología Cultural y experto en cultura pop se mete de lleno en el universo mansoniano para entenderlo desde la perspectiva del chivo expiatorio al que transferimos la responsabilidad que consideramos que tenemos -esa culpa o esa culpabilidad que nos martiriza y amenaza [la culpa es un concepto muy relativo, pero el sentimiento de culpabilidad, mucho más básico y visceral, no precisa demasiadas interpretaciones]-, para después alejarlo de nosotros con el fin de así alejarnos nosotros también de aquello que pudiesen acarrear nuestras acciones. Para Domínguez, es evidente que Charles Manson ha servido a toda una generación como cabeza de turco en lo que a personificar la maldad se refiere; condenarlo fue por un lado justicia y por otro una buena manera de aleccionar y pasar página: ¿veis? Esto es lo que pasa cuando se os da u os tomáis demasiada libertad. Habéis invocado al diablo en vuestros lisérgicos aquelarres y el diablo ha aparecido. Pero Manson en realidad nunca le llegó a la suela de sus carísimos zapatos a los verdaderos malos, a esos que ejercen el poder más despiadado sin complejos y hasta a cara descubierta porque ya se sabe, business is business, no es nada personal, o en ocasiones sí, qué más da. Que se jodan, que decía aquella persona.

La cuestión es que como explica Domínguez, Manson cumplía con todos los requisitos necesarios detallados en el manual de chivos -no satánicos sino expiatorios- y estaba pidiendo a gritos que le colgasen el sambenito. A Manson le parecía genial la fama imperecedera de jesucristo loco y a quienes asesinaban a Martin Luther King o a Malcolm X, mejor todavía. Manson, que era un paria, un inadaptado, carne de violencia, internados y prisiones desde pequeño, un greñudo para colmo, había mancillado lo sagrado, había atentado contra lo que es bueno en los blancos palacios de las élites, por eso Nixon no tuvo ningún reparo en condenarlo públicamente antes de que lo hiciese un juez en un proceso irregular que tal y como explica Domínguez, tenía mucho de puesta en escena. El abyecto Manson había sido condenado de antemano, fuese cual fuese su verdadera culpa o responsabilidad en los atroces crímenes de los miembros de su Familia, algo que nadie tenía demasiado interés en dilucidar. Las historias más sencillas, las que menos aristas tienen, son las más fáciles de asimilar: como en este caso del fin de la Era de Acuario, suelen empezar con un érase una vez, y terminar con un colorín colorado. 

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