La reindustrialización se encuentra sobre la mesa de las instituciones comunitarias, aunque, más que de manufactura en sentido estricto, parece apuntarse a una gama de productos que integrarán una elevada proporción de servicios, en especial los digitales. El objetivo reindustrializador forma parte de las agendas europea, española y valenciana, pero levanta suspicacias en parte del pensamiento económico. Así, se teme que la reindustrialización se persiga a costa de acrecentar la altura de la ola proteccionista alimentada por la administración estadounidense; que Europa se constituya en un nuevo pilar de la regionalización económica mundial, constituyendo con EEUU y China tres grandes referentes de un aislacionismo internacional que supondría el retroceso del multilateralismo y la pérdida de las ventajas económicas y pacificadoras que aporta el libre comercio. Incluso, se recela que la atención prestada a otros sectores quede relegada.
De momento, lo que parece suceder en la Unión Europea es el abandono de la posición naif que algunos han atribuido a su política comercial. Una posición estimulada, en primer lugar, por la diversidad interna de la Unión que ha convocado apoyos comerciales a distintos países y áreas geográficas que recogían más el peso de pasadas raíces históricas que equilibrios justificados para el conjunto de la Unión.
De la crítica a las posiciones aparentemente blandas de la política comercial europea tampoco están ausentes los beneficios comerciales concedidos a diversos países del Pacífico, distintos de China. Lo cierto es que, aun cuando se ha disimulado lo imprescindible, aquellos países no han necesitado fingir demasiado la existencia de una doble hélice, -empresarial y estatal-, coordinada e impulsora de sus avances industriales. Un fortalecimiento que ha constituido parte del precio que Europa ha pagado por los intereses geopolíticos occidentales, sobre todo de EEUU-, en aquella área.
Ahora, una vez que China ha emergido, pese a todo, como gigante mundial, disputando a EEUU el liderazgo tecnológico y agitando el proteccionismo americano, ¿qué papel le corresponde a la misión reindustrializadora de la Unión Europea, dada su previsible influencia sobre el tablero comercial internacional? La respuesta está por llegar, pero si la tradición multilateral europea prima sobre otras consideraciones, las instituciones comunitarias previsiblemente no perderán de vista algunos rasgos que caracterizan a importantes mercados mundiales.
Uno de ellos es la existencia de una densa red de cadenas internacionales de valor que constituyen la actual forma de organizarse de grandes sectores productivos. Con su proyecto de reindustrialización la Unión precisará delimitar en qué puntos de esas cadenas de suministro existe una razón estratégica que justifique la mejora de su actual posición. A este respecto, el covid-19 ha mostrado diversas fisuras provocadas por la concentración productiva de algunos bienes sanitarios. Además, según cómo se aborde su control, producción y distribución, la vacuna contra el coronavirus, y la tecnología de las medidas preventivas de otros riesgos, pueden justificar la apertura de nuevos espacios a la presencia industrial europea. Una tarea delicada que, excluidos los bienes y servicios esenciales, -en sí mismos también difíciles de acotar-, previsiblemente convenga abordar más en positivo, mediante la superioridad de las futuras innovaciones europeas frente a las de otras áreas comerciales, que por medio de barreras y prohibiciones estranguladoras de las relaciones comerciales internacionales.
Que la Unión evite el método Trump de entrar como elefante por cacharrería, no significa que, en determinadas áreas, renuncie a una actitud abonada por la firmeza. Por ejemplo, ante las grandes empresas tecnológicas que tienden a restringir la competencia y adoptar posiciones de control, aprovechando que la información digital es un bien peculiar que, por sus características, tiende a estimular la creación de monopolios de oferta y de redes masivas para el control de sus usuarios.
La política de competencia europea está sosteniendo la que es ya una acción diferencial de la Unión frente a las laxas posiciones regulatorias de las restantes grandes áreas económicas, introduciendo una defensa más firme de los derechos de los usuarios de las grandes redes y frenando las acciones de dominio del mercado impulsadas por las principales firmas tecnológicas.
Pero lo anterior no resulta suficiente. Ahora, el objetivo comunitario de reindustrializar mediante la digitalización de los procesos productivos, la transición energética y la creación de empresas que puedan aportar el tejido innovador necesario para ello, es una oportunidad para superar experiencias que, como las de Nokia y Motorola, señalaron un escenario tecnológico europeo que, de vivificante, se tornó en frustrado. Ganar un espacio de especialización con capacidad de liderazgo internacional en la nueva economía, sin más protección que la del talento propio, debería ser el camino dominante.
La utilización concreta de los fondos de reconstrucción europea, más que su cuantía final, tendrán mucho que decir al respecto. ¿Activarán la Comunitat Valenciana y España las empresas y la inteligencia proyectiva necesarias para llevar el agua a su molino o serán espectadoras de que otros países, incluidos los “frugales”, se apoderan del santo y la seña de la reindustrialización europea?