En una cosa tenía cierta razón el exministro Salvador Illa: desde que se certificó que las elecciones catalanas se celebrarían mañana, 14 de febrero, los casos de coronavirus han bajado en España. El escenario apocalíptico que se delineaba entonces no se ha consumado hasta sus últimas consecuencias. Todo lo cual, por supuesto, no exime a Illa y al PSOE de la responsabilidad (o irresponsabilidad, en este caso) inherente a montar unas elecciones en una situación de pandemia como la que vivimos. Porque que los casos hayan bajado no quiere decir que estemos en unas condiciones en las que movilizar a millones de personas, incluyendo a los contagiados de covid, para votar, sea algo mínimamente razonable.
Habrá que ver, de hecho, si esto provoca algún tipo de repunte en los contagios en Cataluña, cuya responsabilidad habría que imputar, exclusivamente, al empeño del Gobierno español y del PSOE por celebrar las elecciones. Como ya señalaban atinadamente en la publicación satírica El Mundo Today, es una contradicción difícil de asumir que la misma persona que lleva meses diciendo a la gente que hay que quedarse en casa, mantener la distancia social, etcétera, se haya dedicado en las últimas semanas a pedir que la gente salga de su casa y deje de mantener la distancia social para votarle a él en unas elecciones.
Sea como fuere, mañana se celebran elecciones en Cataluña. Unas elecciones que serán, previsiblemente, las últimas que tengamos en los próximos dos años, salvo que medie algún adelanto electoral. Las siguientes en el calendario, en diciembre de 2022, serían las elecciones en Andalucía, y después, en 2023, afrontaríamos las elecciones en la Comunidad Valenciana (abril), elecciones municipales en mayo (y autonómicas en la mayoría de comunidades autónomas) y elecciones generales en noviembre. Por tanto, lo que suceda en Cataluña tiene una importancia que excede el marco autonómico catalán, porque la fotografía electoral que establezca condicionará no poco la estrategia de los partidos políticos a partir del lunes.
El PSC comenzó la campaña con unas expectativas muy elevadas, que incluyen ganar las elecciones y formar Gobierno, bien sea con el concurso de ERC o bien únicamente (esto sonaba desde el principio a ciencia ficción) con En Comú Podem. Sin embargo, las encuestas y el devenir de la campaña han comenzado a esbozar un panorama menos triunfal: un triple empate entre el PSC y las dos principales formaciones independentistas, JuntxCat y ERC, en el que está muy claro que habrá mayoría independentista si éstos suman sus escaños a los de la CUP, y que, en cambio, el PSC no puede aspirar a gobernar aunque integre en una hipotética investidura todos los votos "constitucionalistas" (incluyendo en el "constitucionalismo", sí, a Vox).
Quedaría la opción de pactar con ERC, pero dicha opción ha quedado cegada merced a una iniciativa muy del gusto de los partidos catalanes: montar cordones sanitarios en torno a otros partidos. En este caso, en torno al PSC, en un ejemplo de que, a la hora de la verdad, a ERC le resulta imposible disociarse de JuntsxCat y el independentismo más intransigente. Sin embargo, está en el interés de ERC tender puentes con PSC y Comuns, porque es a costa de éstos como puede crecer electoralmente. De hecho, esto mismo es lo que viene sucediendo en los últimos años. Y sin ese vector de crecimiento es muy difícil que los independentistas logren una mayoría clara.
Naturalmente, un pacto con ERC también interesa, y mucho, al PSC. Y, sobre todo, al PSOE. Dicho pacto permitiría vertebrar el bloque de la investidura, y con los votos de ERC convertiría al Gobierno en invulnerable hasta las próximas elecciones. Este es el tipo de cuentas que sin duda harán en Moncloa, y que justificarían montar estas elecciones y dilatar decisiones drásticas en la contención de la pandemia en pro del supremo interés electoral. Pero, hoy por hoy, dichas cuentas se antojan altamente improbables. Con el cordón sanitario el PSC se ve abocado a obtener, como mucho, una victoria comparable a la de Ciudadanos en 2017, sustituyendo a este partido como principal formación del bloque "constitucionalista". Lo cual no es poco -es asumir de nuevo la posición electoral histórica del PSC y recuperar Cataluña como granero electoral-, pero no es suficiente. No lo es, sobre todo, si tenemos en cuenta que el PSOE habría sacrificado a su ministro de Sanidad en mitad de una pandemia para obtener... ¿qué, exactamente? ¿Cuatro o cinco escaños más que con Iceta?
Si lo que dicen las encuestas se confirma, el escenario en Cataluña podría mantenerse, a grandes rasgos, en el bloque independentista (incluyendo la mayoría para gobernar); quizás, incluso, podrían soñar con el 50% de los votos, teniendo en cuenta el previsible desplome de la participación. Esa sí que sería una victoria relevante para el independentismo. Si mantienen el Gobierno, sería lo previsible; que, igual que sucede con el PSC, no es poco. Habrá que ver, en todo caso, cuál de los dos partidos, JuntsxCat o ERC, vence en votos y/o escaños.
En cuanto a los restantes partidos, que tienen en común que todos ellos apuestan, con diversos grados de implicación, por permanecer en España, es precisamente ahí donde puede haber mayores cambios. Con consecuencias muy importantes a largo plazo. Por un lado, el previsible desinflamiento de Ciudadanos en su principal granero electoral, unido al descenso que tal vez padezca también En Comú Podem, podría certificar la continuación de un proceso que llevamos observando desde 2019: que las dos grandes alternativas al bipartidismo siguen su desplome y ocupan posiciones cada vez más claramente subalternas, propias del CDS e IU a principios de los años noventa... y ya sabemos cómo acabó el CDS (desapareciendo) y qué techo encontró IU en época de Anguita (en torno al 10% de los votos y los veinte escaños).
Un escenario que beneficiaría sobre todo al PSOE, porque podría recuperar electores de ambos partidos. El PP, en cambio, afronta unas elecciones con muy mal pronóstico, que ha empeorado con la enésima reaparición de los papeles de Bárcenas en plena campaña. Si en Cataluña rigiera una barrera electoral del 5%, como la valenciana, es muy posible que el PP no obtuviera representación parlamentaria. Pero, aunque sí la consiga, puede hacerlo en una posición subalterna frente a Vox. Y eso, con dos años sin elecciones por delante, puede desatar (o incrementar, más bien) una lucha a muerte entre sendos partidos por la supremacía en la derecha. Mañana saldremos de dudas.