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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR 

Lo que aprendí leyendo revistas underground en los años setenta

21/06/2020 - 

VALÈNCIA. Hubo una época en la que las revistas eran un escaparate instalado en mi habitación, que me mostraba dimensiones que yo no sabía que existían o de las que tenía un conocimiento más bien vago. Anarquía, cómics, punk, drogas de todo tipo, cine underground. La revolución de la mente y el espíritu estaba en aquellas publicaciones que iban dictando una vía cultural alternativa a medida que el dictador Franco se iba consumiendo y podíamos ir desincrustando la capa de mierda con la que había intentado barnizar a todo el país. Los años setenta fueron aquí un periodo extraño. Lo que ocurría fuera nos marcaba lo justo. ¿Qué glam podía haber en un país en el que la libertad estaba prohibida? ¿Hasta dónde podía penetrar el punk en un contexto que sobre todo exigía canción política? Pero ahí estaban las revistas, con los reclamos de sus cabeceras. Ozono. Star. Ajoblanco. Disco Express. Vibraciones. Popular 1. Todo estaba mezclado y veces confundido, pero al ver ahora muchas de esas portadas y contenidos reunidos en el libro Todo era posible -hermoso título- soy consciente de que esto no podía ser de otra manera. No éramos Estados Unidos, ni Inglaterra. Ni siquiera éramos Francia. España respondía a sus propias necesidades sociales y políticas. La fórmula para el antídoto más extremo a los efectos culturales de la dictadura. Aquellas revistas me vigilaban insistentemente desde los expositores del quiosco cuando me acercaba a comprar las historietas de Los cuatro Fantásticos.

Manuel Moreno y Abel Cuevas han recopilado fragmentos de muchas de esas publicaciones en ese libro que lleva como subtítulo Revistas underground y de contracultura en España: 1968-1983. Portadas, páginas, pósters, contraportadas, historietas, fotografías, manchetas. Para quienes no vivieron aquella época, abrir este libro será  como asistir a una lección de historia. Porque es cierto que, en aquellos tiempos a los cuales yo me sumo al mundo como mente pensante y en busca de mí mismo, todo era posible. A veces no había ni que proponérselo, el reto venía en alguna de aquellas portadas o en las tripas de papel que estas protegían. Cubiertas que estaban hechas para llamar la atención de adolescentes y jóvenes díscolos, que necesitaban desmarcarse de los adultos con demasiado apego por un presente muy poco prometedor. ¿Le ofrecerías un porro a tu madre?, inquiría la portada de uno de uno de los primeros ejemplares que tuve de la revista Star. Ajoblanco y El viejo topo estaban demasiado politizadas como para resultarme atractivas; si hay algo que ya entonces me producía rechazo es la condensación de teoría política. Ya entonces estaba más a favor de aplicar el sentido común que de dejarme enredar en dogmas y proclamas que siempre terminan por defraudar. Para mí, ser de izquierdas era y es posicionarse en contra del fascismo y la injusticia, estar a favor de la libertad y la igualdad. Me parecía mucho más efectivo apostar por mi propio cambio. Y las revistas que leía fueron una gran ayuda. Me ayudaron a seguir siendo individualista aunque tuviese conciencia social, me ayudaron a seguir llenándome por dentro y hoy sé que, sin todo eso, no habría llegado a ser quien quiera que sea hoy por hoy.

Aquel escaparate me ayudó a transformar mi habitación en una humilde y estrambótica biblioteca. Las páginas de aquellas revistas me iban indicando posibles caminos a seguir. Leer a Burroughs, escuchar a un grupo llamado Television y, si alguna vez la pusieran en un cine de arte y ensayo, intentar ver las películas de Philippe Garrel, salga o no Nico en ellas. Eso tardó bastante en ocurrir, pero sí pude ver -creo que fue en el València Cinema- algunos de los títulos legendarios de Kenneth Anger o sea que sí, al final casi todo era posible. Todo lo que importaba a ese nivel se acumulaba en Barcelona. València se parecía un poco, sólo un poco, a todo lo que yo intuía que debía ser Barcelona. Ambas ciudades tenían en común la reivindicación de una identidad propia que a mí, en aquellos momentos, me preocupaba bastante poco. ¿Por qué empeñarse en mirar hacia casa cuando puedes mirar hacia Nueva York? Hoy sé que el equilibrio necesario se encuentra entre lo local y lo universal, pero a mí entonces lo que me obsesionaba era cualquier noticia sobre Lou Reed o Johnny Rotten, los cantautores, cantasen en catalán o castellano, no estaban componiendo para alguien como yo, que desde siempre he preferido operar desde mi propio terreno, desde los márgenes. Algunas de aquellas revistas combinaban a veces muchas más opciones a la vez, la políticas libertarias, la contracultura como credo, el cómic y la música pop como vías contestatarias. Las revistas que se mencionan en Todo era posible fueron mi guía, tanto para saber lo que me interesaba como lo que no. 

Nunca le ofrecí un porro a mi madre. Porque, entre otras cuestiones, nunca he logrado que me gusten los porros, que no me producen más que lipotimias. Y, en cualquier caso, a mi madre no le hacen falta porros para nada. En cambio sí puedo decir que algunas de aquellas revistas llegaron a casa en manos de mi padre, que pensaba que aquella información podía iluminarme, y supongo que también satisfacer su curiosidad por determinados temas que a él se le habían pasado de largo. A mí, en cambio, todo aquello me impactó de lleno. Supuso una preparación que me sirvió para empezar a hacer el trabajo que llevo haciendo desde hace prácticamente cuatro décadas. Ahora que ya casi nada es posible, aunque a nosotros nos pueda parecer lo contrario, me satisface saber que una de esas posibilidades era construirme a mí mismo. No fui, ni mucho menos, el único adolescente que creció leyendo estas revistas. Pero sí que me permitieron tener una mente propia y reafirmarme en la idea de que nunca iba a pertenecer a ninguna tribu ni a ningún rebaño.

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