ALICANTE. Había una vez un profeta y un eremita, un faltosu y un ermitaño de insulto culteranista, un tipo que adora y abomina de Diosle y la Divina Providencia y un tipo que escribe hacía frío a mayores. Ambos eran coetáneos y residentes en la periferia de los Distritos del Gran Consumo. Había una vez Santiago Lorenzo (Portugalete, 1964) y Pablo García Díaz, aka Pablo Und Destruktion.
“Se busca a Pablo Under Construction vivo o muerto. Asesino, mujeriego, secuestrador de famosos, ladrón de gasolineras, dementófilo, esclavista, ultranacionalista asturiano y, lo que es peor, neocristiano defensor del amor, la belleza, el cortejo, la bondad y la Santina de Covadonga. Es el enemigo público número uno. Se le busca vivo o muerto, insistimos. La recompensa consistirá en una vacaciones en Barcelona y un cambio de sexo gratuito”.
Pero esta vez no se trata de un breve encuentro fortuito, sino de la intuición trastornada de que los textos que acaban de publicar ambos interfectos se habrían de barajar, siendo leídos com una gran novela a dos cerebros despechados y cuatro manos callosas de sexo verborrágico.
“Quería estar sin tratar con nadie, refractario a las bobadas que le propusieran para él considerar, impermeable a las líneas de perforación que le ofrecieran para la ilación, hermético a que le bruñeran las orejas con paquetes de frases para oír, cotejar, adoptar o comprar. [...] La cosa era vivir arrinconado, sin más palabras ni pautas que las propias. Todas las deudas son con la gente. No hay gente, no hay deudas”.
El uno cura su enfado siendo cruel y sádico en la ficción, el otro desbarra desde la erudición nacionalcatólica. Ambos nos previenen de la llegada del Maligno en forma de rebajas blackfraidei y “paquetillos verbales a base de fraseo prestado, brotes de caca semántica consensuada que se recambia década a década, pero constituyendo siempre la señal oral del lerdo”.
Los asquerosos, de Santiago Lorenzo, editada bellamente por Blackie Books. La Bestia Colmena, de Pablo Und Destruktion, editada bellamente por Hurtado & Ortega. Ambas editoriales con sede en la ciudad de Barcelona, Babilonia, Sodoma y Gomorra, Sin City de la pasta de papel.
Manuel acuchilla a un policía antidisturbios que quería pegarle. Huye. Se esconde en una aldea abandonada. Sobrevive de libros Austral, vegetales de los alrededores, una pequeña compra en el Lidl que le envía su tío. Y se da cuenta de que cuanto menos tiene, menos necesita. Si la novela deviene en social, Santiago Lorenzo la pervierte en individual, en un mundo ya poblado por fuerzas del desorden en uso continuamente arbitrario de la fuerza, por la defecación humana del pelotazo, la recalificación o el trafullo, por una especie que transita hacia su desaparición a expensas de la sobreprotección de sus vástagos.
“Dejaban las luces encendidas por todos sitios. Daban la luz hasta para buscar el interruptor de la luz. Sin embargo, traían un perro al que sacaban a pasear por el campo con dos bolsitas de recoger cacas. En eso consistiría básicamente ser un fulano. En ir por el bosque con los paquetitos del remilgo. Pero estar de día y de noche quemando combustibles fósiles para la generación eléctrica como norma de civilización”.
Ante eso, la desconexión paulatina de los placeres superfluos y el goce de la soledad. Al fin y al cabo, solos nacemos y solos hemos de morir.
“Vivir varado en Zarzahuriel debía tener sus débitos, sus incomodidades y sus sevicias. Pero mejor aquello que estar donde los teleoperadores, trabajando a favor de que a un ciudadano comunitario le sorbieran el dinero por la vía de la fraudulencia descarnada”.
Un animal infernal, la Bestia Colmena, está encerrando a la Humanidad en su interior mientras los hombres parecen ignorar las celdas virtuales que los aprisionan. Una batalla regada con sangre, sidra y un cafetín antes de ir a dormir, librada por una especie de Equipo A de desharrapados, una suerte de orden de caballería asardinada, que bajo la dirección del Lidercillo, libra a la Humanidad de la catástrofe malthusiana echando mano del más efectivo medio de control de población, la Guerra.
“Una lucha con la que por fin podremos acabar con la mentira, la traición, las falsas adulaciones, el mal gusto, la música electrónica, populista y barata pero hecha con máquinas caras, y demás bajezas de espíritu que han convertido a una maravilla de la creación, como es el ser humano, en una bestia inmunda. ¡Con la belleza que hay en el mundo!”.
De fondo, el sinuoso quejido de Julio Iglesias como liberador endorfínico y masajeador de la procreación, con el límite puesto en las 144.000 almas.
“Se parece a un cerdo, pero tiene cuernos. Tiene cuernos de arcoíris y en la cola tiene un tridente con un emoticono clavado en cara uno de los pinchos. Tiene patas de cerdo, pero están llenas de tatuajes con motivos estúpidos. En su mano izquierda tiene un smartphone con el que se está haciendo un selfie. No hay duda. Es el demonio de demonios. Es el Gran Satán. Es la Bestia Colmena”.
Podéis tomarlo a risa, podéis (debéis) reir, esto es como en los tebeos de Mortadelo y Filemón, si nadie escucha vuestras carcajadas mientras estáis leyendo, es que estáis leyendo mal. La risa es catártica, no os preocupéis. Al pasar de la página 221 y 238, respectivamente, el inframundo volverá, escuchareis de nuevo a vuestros vecinos, al tipo del telediario, a la voz del podcast, al comentarista deportivo, a Ana Rosa, al de Gran Hermano, al gran líder mesiánico… la vida sigue igual.