MADRID. Durante esta pandemia se ha comprobado que las palabras se han devaluado y las cifras en cambio han impuesto su hegemonía con rotundidad. Lo que hoy dice el presidente, la ministra, el asesor o la portavoz, mañana es desmontado sin paliativos por el número de contagios o de ingresos en UCI. Las cifras han atropellado ya a más de uno. Y de una.
Otro confinamiento domiciliario como el que se decretó en marzo no se contempla en España. Por ahora. Dicen. En principio. Parece ser. De momento. En fin. Nadia Calviño, vicepresidenta tercera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, aseguró esta semana que ve "imprescindible" el estado de alarma de seis meses, pero no un "confinamiento severo". La fórmula escogida por tanto ha sido el toque de queda y el confinamiento perimetral, pero a nadie escapa que a lo lejos se ven nubes negras que amenazan tormenta. Al vecino francés ya le están cortando las barbas. Alemania, tres cuartos de lo mismo. Las señales que indican que estamos abocados a un nuevo encierro son cada vez más numerosas y la palabra CONFINAMIENTO, así con mayúsculas, ya se ha instalado en todas las conversaciones y en todos los grupos de WhatsApp. Ese runrún cansino y agorero lleva días sonando. Hay incluso quien ya cree escuchar los primeros acordes del “Resistiré” del Dúo Dinámico. Aplauso solidario.
En este contexto, conviene adelantarse para prever el posible impacto nocivo que tendría ese aislamiento para los más débiles, entre los cuales se encuentran los menores. ¿Cómo está afectando esta pandemia a su salud mental? ¿Qué secuelas les dejó el primer confinamiento? ¿Cómo encajarían otra situación parecida? Unicef ha detectado un "fuerte" deterioro mental y físico de los niños en la pandemia. El 88,9% de los padres ha advertido cambios en el estado emocional de sus hijos. Casi 9 de cada 10 niños. Son datos ofrecidos por Unicef en su último informe, ‘Impacto de la crisis por covid-19 sobre la infancia’.
El valenciano Pascual Palau, psicólogo clínico, es una de las voces más autorizadas en España para abordar este tema. Es presidente y fundador de ASMI (Asociación para la Salud Mental Infantil desde la Gestación), una sociedad científica de ámbito nacional que surgió para aunar los esfuerzos de un grupo de profesionales de la salud y la educación infantil, y que fue declarada de Utilidad Pública en 2019 por la gran labor que llevan a cabo.
Palau, un apasionado de su profesión, “es muy gratificante trabajar con niños, estimula nuestra sensibilidad y empatía”, se muestra firme a la hora de señalar los peligros que tendría otro confinamiento como el decretado en marzo: “la ansiedad y angustia que vivieron los menores en el primer confinamiento se puede reactivar fácilmente, debemos estar muy atentos”. Escuchar al doctor Palau es una buena manera de prevenir daños mayores en los niños.
¿Cómo afectaría a la salud mental de los menores otro confinamiento severo? ¿Sería traumático?
Hay que aprender de lo vivido. Las familias tienen que tener una información suficientemente clara y coherente, para que los padres trasmitan el menor nivel de alerta y alarma posible a los niños. Si hubiera otro confinamiento, a los niños habría que comunicarles de nuevo las consignas con calma, procurando limitar la angustia, porque la ansiedad se reactiva en ellos con facilidad.
No diría ‘traumático’, pero sí hay una sensibilidad previa, los niños han sufrido mucho, y hay una reactividad. Los daños en su estado de ánimo pueden volver. Si se decretase otro confinamiento, habría que vigilar en qué condiciones lo hacemos para cuidar el equilibrio de las familias y que los niños experimenten el menor nivel de estrés posible.
¿Para los niños, cuáles son los riesgos de confinar?
El confinamiento supone una experiencia de privación de los estímulos que nutren a los niños. Estímulos ambientales, naturales, sociales, familiares. Cuando todo eso desaparece aumenta la ansiedad y el estrés. Hemos comprobado que esos estímulos alimentan sensorialmente al niño y le permiten mantener su equilibrio emocional.
De hecho, ustedes ya aconsejaron que se aliviara el anterior confinamiento que empezó en marzo…
Nosotros en su momento promovimos un manifiesto porque nos parecía que el confinamiento era excesivamente rígido con la infancia porque estábamos observando el enorme daño que estaba provocando en la salud de los niños. En ese manifiesto pedíamos que se relajaran las medidas para aquellos menores que tuvieran una vulnerabilidad especial.
¿Sirvió de algo ese manifiesto?
Sí. Al cabo de unos 20 o 25 días de sacar el manifiesto, el Gobierno facilitó la salida de los niños a la calle en aquella famosa hora diaria. Previamente, nosotros, junto con pediatras, ya facilitamos certificados para que algunos niños con alteraciones muy importantes pudieran salir porque era insostenible el agravamiento de su estado mental.
¿Tan grave es la situación como indica el informe de Unicef?
Nosotros hablamos desde nuestra experiencia, no desde un estudio, pero sí que coinciden los datos. Hemos visto que en torno al 80% de los niños han sufrido alteraciones emocionales. Es un dato que nos tiene que hacer pensar en la alta sensibilidad de los niños.
¿Qué tipo de alteraciones han sufrido los menores?
Alteraciones del sueño, de la alimentación, también del humor. La ansiedad es el estado que sobre todo han experimentado. Eso provoca irritabilidad, conductas de oposición, de negarse a aceptar las normas, o conductas regresivas. Por ejemplo, un niño o niña más mayor que ya controlaba esfínteres, de pronto deja de hacerlo.
¿Así ocurrió en marzo?
Efectivamente. Y muy rápido. Ya en la segunda o tercera semana de confinamiento comenzaron a aparecer alteraciones de la conducta, humor, alimentación y sueño. En unos niños fue sobreactividad y en otros, retraimiento. Disminución del apetito, aparición de miedos. Fue muy importante la alteración que se produjo. Incluso en bebés de corta edad por la experiencia de los padres, por el estrés de ellos. En bebés de 2 o 3 meses apreciamos alteraciones por ejemplo en la piel, como dermatitis atópica.
¿Cómo puede afectar tanto a los bebés?
Porque los bebés son extraordinariamente sensibles a los estados de ánimo de los padres. Hay padres que se han encontrado sin trabajo o con situaciones familiares duras por la enfermedad o el fallecimiento de algún familiar. Situaciones que elevaron el estrés. Los bebés eso lo perciben. El equilibrio psicosomático de los bebés depende de ellos mismos, pero también de los padres.
¿Qué secuelas dejó en los niños el anterior confinamiento?
Cuando terminó el confinamiento y los niños volvieron a salir a la calle desaparecieron muy rápido los síntomas, pero la calma y el sosiego tardó más en llegar. Los niños han tardado tiempo en recuperar el equilibrio emocional que tenían antes. Han quedado secuelas sobre todo en la población más vulnerable. Hubo niños que hasta ahora no presentaban síntomas, pero el confinamiento fue un precipitante de una sintomatología que previamente no había hecho su aparición. Esos niños van a necesitar un seguimiento especializado a medio y largo plazo.
¿Podrían recaer con relativa facilidad?
En general debemos estar muy atentos porque las ansiedades experimentadas en una época se pueden reactivar en otra época. A mi entender, habrá que cuidar muy bien y evitar que se produzca una privación tan sistemática de estímulos para los niños. Hemos aprendido algo muy importante: la salud de los niños se deteriora en muy poco tiempo confinados. Hemos comprobado lo enormemente sensibles que son.
¿Qué consejo le daría en estos tiempos a los padres?
En este momento los padres tienen que disfrutar del día a día dentro de sus posibilidades. Los niños deben seguir sintiendo que sus padres se encuentran bien, que los vínculos familiares están ahí, que nos podemos seguir escuchando y comunicando. Los niños tienen que sentirse incluidos en el contexto grupal, todo lo contrario del efecto de aislamiento y de corte de la comunicación.
¿Y las pantallas?
Se ha observado que el uso de pantallas y tecnología ha aumentado de forma considerable este año. Algunos niños se han quedado enganchados. Desde ASMI desaconsejamos que tengan acceso a las pantallas niños por debajo de 2 años. Y por encima de 2 años hay que controlarlo muy bien, a ser posible incluyendo a los papás, que sean actividades en las que los padres estén participando con el niño.
¿Estáis preparados en ASMI para lo que pudiera venir?
En su momento habilitamos un teléfono de ayuda al que llamaron familias y también pediatras. Montamos un equipo de 8 personas para atender esas llamadas. Si hiciera falta armar de nuevo un grupo de apoyo y atención, lo haríamos inmediatamente.