CASTELLÓ. Si ya resulta fascinante encontrar a gente que ha nacido con un don, mucho más lo es si se tienen dos. Marcelo Díaz (Toledo, 1950) es un reconocido poeta en Castellón, pero también es escultor. Desde bien joven tuvo bien claro que estas eran sus armas para mostrarse al mundo y no había razón por la que elegir. “Ni la poesía es la explicación de la escultura, ni al revés. Son dos procedimientos para expresar algo”, deja claro el mismo. Así, su relación con este híbrido empezó en el 84 cuando participó en una feria provincial junto a otro ceramista. Rápidamente comprobó que no era tan mala idea juntar ambas disciplinas.
Ahora, más de treinta años después el artista ha publicado Los aleros bermejos, un libro de poemas donde también incluye algo de escultura y artes plásticas. Trabajo en el que el autor ha invertido, además, cerca de una década. “La poesía no es solo leer columnas de versos, eso está muy superado. Este libro implica al autor, porque me gusta que se sienta propietario y que las sensaciones de cada uno sean diferentes”, explica Díaz, quien reconoce además que su obra no tiene “un nivel o condición de poeta”. En estos momentos lo que le parece interesante es buscar otros lenguajes para que sea el autor quien haga la puntuación, y no las columnas de versos. “Una hoja agujereada, un collage que describe una parte del poema… Los aleros del libro vuelan porque tú das un pequeño vuelo con el papel”.
-¿La poesía llega de manera vocacional?
-Sí, primero te llega por un sentimiento y después falta claro, el oficio y la exigencia. Cuando preguntan a escritores prestigiosos qué aconsejan para escribir bien, todos dicen que hay que leer mucho, no te dicen nada de escribir más. Es un oficio en el que has de aprender mucho de todos y si puede ser sin imitar a nadie, que parta de la riqueza interior.
-¿Está justamente tratada?
-Hace un par de años tuve la suerte de hacer un informe sobre la poesía en la Comunitat Valenciana para el Institut Valencià de Cultura, por lo que tengo contacto con todas las opciones que la representan y es abundante su presencia. No estamos al nivel por ejemplo de Vitoria que la han incorporado a sus valores culturales de tal manera que en el presupuesto municipal hay una partida destinada a la poesía. Es una excepción positiva, pero aquí también vemos como están aflorando encuentros como el Pera (festival de Poesia en Espais Rurals Oberts) en Els Ports de Castelló, con el que se está llevando la poesía hasta las mismas masías. Estamos en un momento muy plural en el que no hay una moda que descarte a otras. Conviven todas las alternativas.
-¿Ocurre lo mismo con la escultura?
-Sí, la escultura, al igual que la pintura y el arte plástico, está muy bien tratada y aceptada. Siempre ha sido un valor diferenciador del poder adquisitivo. Era un bien cultural y burgués de nivel que servía para unir a las personas de alta clase. Ahora bien, es cierto que con la crisis -a la que llamo mejor la reordenación que han hecho los ricos entre ellos para ganar más- está desapareciendo la escultura como actividad artística. En la actualidad está más vista como un bien especulativo. Por eso en Madrid casi el 70% de las galerías están cerradas. Más de la mitad es muchísimo.
Otra cosa son las esculturas públicas. Nadie se para por la calle a mirar de qué autor son, es triste. Es una gran fuente de inversión para el ciudadano, aunque este no lo tenga en cuenta.
-Su compromiso por el arte no se desliga de sus sentimientos y, en consecuencia, de su compromiso social. ¿Cuándo no se hace así se puede caer en un arte vacío y neutro?
-Claro, estamos rodeados de ello. El arte y la poesía han tenido siempre un compromiso social, aunque sea muy matizado. Pero, ¿crees que el montón de hierros desordenados que el viento tiró de la escultura de Ripollés en Castellón tiene contenido social o es un masivo de falta de estética? El compromiso social va ligado a la sensibilidad.
-Lo cierto es que no noté en esos años previos la falta de expresión. No llegaba hasta los escritores de Castellón. Pero la poesía nació llamándose la otra sensibilidad y la otra sensibilidad no era ni más ni menos que una reacción, un movimiento social, de denuncia sobre cómo estaba España.
-¿Hay censura hoy?
-Sí. A mi hace meses me quitaron parte de obra del Museu d’Art Contemporani de Vilafamés. Retiraron el libro Criar la luz, sin explicación. Al final, lo pudimos solventar. Pero sigue habiendo una censura ligada básicamente al género y a la condición sexual. De hecho, ha habido premios de poesía en los que se ha abierto la placa y al ver que el autor que había detrás era una mujer, se le quitaba el galardón. No hay que irse muy lejos, esto sucedió en los Premios de Poesía de València con Ana Rebeca Martínez. Y estaba de jurado uno de los mejores lingüísticos de la época. La censura no es tan explícita como en otras épocas, pero todavía sigue habiendo.