VALÈNCIA. De Marina Abramović (Belgrado, 1946) se ha escrito mucho. Tanto que uno no sabe con quién se va a encontrar al otro lado de la mesa. En este caso, de la pantalla. Un qué tal nunca falla para romper el hielo. "Estoy en Londres, en cuarentena durante dos semanas. No es mi cosa favorita, pero hay que hacerlo, como todo el mundo". La persona que aparece se muestra distinta a la que en ocasiones han dibujado, teoría de la conspiración mediante, asunto que ella misma pone sobre la mesa. A València la trae -de nuevo, virtualmente- el estreno en España de Homecoming. Marina Abramovic and her children, del cineasta serbio Boris Miljkovic. La cinta, que abre una nueva sección en La Mostra de València, relata el regreso de la artista a su ciudad natal, con motivo de la exposición The Cleaner, una proyección que el festival acompañará con una selección de piezas audiovisuales dirigidas por ella misma. Además, completará la programación una clase magistral en el Centre del Carme conducida por la profesora titular de Historia del Arte en la Universidad Autónoma de Madrid, Patricia Mayayo. Aunque confiesa que el confinamiento no ha sido especialmente inspirador, en estos meses ha trabajado en su nuevo espectáculo, 7 Deaths of Maria Callas, en el que aúna performance, ópera y videoarte; en The Life, que la próxima semana se convertirá en la primera subasta de una obra de arte creada con realidad mixta Christie's; y un proyecto televisivo junto a Sky Arts. "Todo en 'cautividad' [ríe]". Hablamos con Marina Abramović.
-Dice que ver a Josip Broz 'Tito' hablando de Marx y Engels fue, en cierta medida, la primera vez en la que experimentó una performance, ¿qué supuso?
-Recuerdo sentir esa electricidad cuando era una niña y no sabía qué me estaba pasando. Era algo que no podía controlar ni entender. Esta electricidad volvió la primera vez que hice una performance, sentí lo mismo que cuando escuché a Tito. En ese momento supe que este era mi medio, me hizo sentir completa. Es por esto que dejé de pintar. Nunca volví al estudio. No era suficientemente para mí trabajar en algo bidimensional cuando puedo tener la oportunidad de hacer lo que quiera con elementos como el agua, el fuego o mi cuerpo. Cada vez que hago una performance esta energía vuelve.
-Homecoming gira en torno a su regreso a Belgrado pero, con esta vuelta, ¿hablamos de una reconciliación, liberación, redención, etc?
-Estuve esperando 46 años para regresar. Tuve sentimientos encontrados. Realmente mi razón para volver fue la de reconectar con el público joven, esto era muy importante. Para ellos soy una especie de figura mítica, nunca habían visto mi trabajo en persona. Fue eléctrica esa unión de 6.000 personas. Quizá soy el artista en reunir a más gente, normalmente somos más tímidos [ríe] Estaba muy estresada, era como el Woodstock del arte. Fue increíble ese ejercicio de concentración durante dos horas, el público me dio esa tensión, esa energía. Fue muy poderoso, muy emocionante. Sentí que estaba devolviendo algo a mi comunidad.
-¿Sintió ese momento como una suerte de 'pico' en su carrera?
-No lo veo como el mejor momento de mi carrera, no desde ese punto de vista, pero sí fue la mayor conexión que he sentido nunca con el público. He recibido a casi un millón de personas en la exposición del MoMA, pero es diferente cuando están concentrados en un mismo momento. He trabajado con grupos de 3.000 personas, pero esto era el doble. Son muchas personas. Sientes como todo vibra, te sientes viva, deseada, escuchada. Me siento responsable, también. Cuando la gente dirige su mirada hacia ti tú debes transmitir bien el significado de tu trabajo, debe ser entendido.
-¿A qué se refiere con responsabilidad?
-Cuando estoy creando, sea lo que sea, toda la concentración está puesta en dar lo mejor de mi misma. Después al público le puede gustar o no, pero tengo que asegurarme de dar más del cien por cien. En estos momentos el cien por cien no es suficiente. Debes dar ese mágico veinte por cien extra. Cuanta más energía des, más energía recibes. El público, después, puede aceptarlo o rechazarlo.
"No quiero comprometer mi arte por la pandemia. Debemos esperar, sin más"
-En distintas ocasiones ha hablado de la necesaria energía del público en el arte de la performance. Ahora, sin embargo, a causa de la covid-19 museos y galerías ven limitado el acceso, ¿cómo cree que va a afectar?
-Creo que la epidemia viene y se va. No quiero comprometer mi arte por ella. Debemos esperar, sin más. Odio comprometer mi creación. No me interesan esas actuaciones por Zoom. En la música, por ejemplo, el sonido es terrible, la calidad no es buena, ¿por qué comprometer el trabajo y no esperar a un mejor momento?
-En el documental dice: "Todo lo que siempre quise ser es libre", ¿Qué es la libertad para Marina Abramović?
-Libertad para crear, libertad de expresión, etc. Lo que pasa ahora es que hay una corrección política en el mundo... los trabajos que hicimos en los 60 o 70 no serían posible hoy por la corrección política. La corrección política es peligrosa. Quiero que mi espíritu sea libre. Esto es lo que hace que las cosas sean posibles, que el mundo esté en un mejor lugar.
-Sobre la corrección política de la que habla, ¿cómo diría que afecta a su trabajo?
-En los 70 la performance estaba crucificada, recibía las peores críticas que podrías imaginar. Todos mis trabajos que ahora se consideran históricos y forman parte de los libros de Historia del Arte fueron criticados muy duramente. Si hubiera leído a los críticos en ese momento no habría salido de mi casa. He leído un libro maravilloso que decía que algunos críticos describieron la Sinfonía nº5 de Beethoven como una de las peores piezas de música que compuso. Cuando se construyó la Torre Eiffel también se dijo que era la peor obra de arquitectura, que iba a dañar la imagen de París, aunque después se convirtió en su símbolo. En estos casos debemos mirar en lo profundo de uno mismo, confiar en tu intuición. Esto es lo que he hecho durante 50 años. Si hubiera hecho caso a los críticos, a esa corrección política, nunca habría logrado lo que hecho. Uno debe seguir, a pesar de todo.
"En los 70 la performance estaba crucificada, recibía las peores críticas que podrías imaginar"
-¿Siente que, de alguna manera, debe seguir demostrando a los críticos que están equivocados?
-Tengo un gran problema con las teorías de la conspiración. Soy el objetivo de una teoría que dice que soy satanista, que hago magia negra porque uso la estrella de cinco picos, que es un símbolo comunista, o por la pieza con la que gané el León de Oro en la Bienal de Venecia, que vinculan al exorcismo. Cualquier cosa que haga que se pueda trasladar en negatividad... es una visión muy americana vinculada a la política de Trump. Nunca acabas de estar aceptada, esta mierda nunca termina.
-En el documental hace numerosas referencias al miedo.
-Todo el mundo siente miedo, pero para liberarme de él debo confrontarlo. Actúo como un espejo para el público: si yo puedo hacerlo con mi vida, tú también. Es un mensaje muy directo. Por eso mi biografía se llama Walking Through Walls (Derribando Muros, Malpaso Ediciones). Nunca me quedo frente al muro, lo derribo. Después llega el siguiente. Y lo derribo. Y así con el siguiente.
-Hace unos días se publicó una conversación suya con Arca en la revista Interview...
-Lo primero que le preguntaba era: ¿eres feliz? [ríe]
-¿Usted lo es?
-Sí. Me ha costado mucho llegar a este punto. Ser feliz cuesta trabajo. Ahora tengo la sabiduría que te da la edad, no la puedes conseguir de otra manera. He entendido tantas cosas y me he enfrentado a tantas cosas que ahora estoy muy feliz. Estoy tranquila. Me levanto con una sonrisa, algo que no hacía antes.