El dibujante barcelonés Albert Monteys firma junto al guionista Ryan North la adaptación de este clásico de la ciencia-ficción y obra de culto de la contracultura literaria de la segunda mitad del siglo XX
VALÈNCIA. El eco de Kurt Vonnegut (1922-2007) sigue resonando con fuerza en el siglo XXI. En apenas unos meses hemos conocido que la editorial Blackie Books publicará sus sobras completas, y que Astiberri es la primera editorial en el mundo que adapta al cómic su novela más celebrada, Matadero Cinco. Algunos dicen de hecho que su obra -profundamente humanista, y al mismo tiempo muy desencantada con el género humano- es ahora más pertinente que nunca. En su último libro, el ensayo Un hombre sin patria, Vonnegut se expresaba de esta manera: “Por mí, la evolución se puede ir al carajo. Menudo error que somos. Hemos herido de muerte a este planeta dulce y sustentador de vida (el único de toda la Vía Láctea) en un siglo de euforia por el transporte”.
El pasado 11 de abril se cumplieron 14 años de fallecimiento de este escritor norteamericano de ascendencia alemana, al que muchas conocimos por primera vez a través de Matadero Cinco (1969). Mediante una insólita mezcla de fantasía sci-fi, relato antibelicista y humor negro, Vonnegut canalizaba el horror de su propia experiencia en la Segunda Guerra Mundial. Él fue uno de los pocos supervivientes del vergonzoso bombardeo de los Aliados a la hermosa y tranquila ciudad alemana de Dresde entre el 13 y el 15 de febrero de 1945, pocas semanas antes del fin de la Segunda Guerra Mundial. Por aquel entonces, Vonnegut era un soldado de infantería de tan solo 22 años. Los nazis le habían capturado y trasladado como prisionero a un antiguo matadero cuya cámara de refrigeración subterránea le sirvió de refugio mientras Dresde quedaba reducida a ceniza.
Kurt Vonnegut, que había inaugurado su trayectoria literaria en 1952 con La Pianola, quería escribir una novela sobre la guerra. Pero quiso despojarla de cualquier trazo de romanticismo. Quería explorar el sinsentido de la violencia sin camuflarla bajo galones y tramas heroicas. Es decir, con una prosa concisa y clara, sin florituras. Matadero Cinco es, además, una novela accesible y corta. Decía su autor: "Si es tan corta, confusa y discutible es porque no hay nada inteligente que decir sobre una matanza. Después de una matanza solo queda gente muerta que nada dice ni nada desea: todo queda silencioso para siempre. Solamente los pájaros cantan".
Paradojas del destino, resulta que esa novela cocida en el estrés postraumático fue la que le encumbró. Acudimos, de nuevo, a sus palabras: “La atrocidad de Dresde, extraordinariamente costosa y meticulosamente planeada, fue en última instancia tan inútil que solo una persona de todo el planeta sacó algún provecho de ella. Esa persona soy yo. Escribí esta novela, que me hizo ganar mucho dinero y con la que labré mi reputación, sea cual sea. De un modo u otro, obtuve dos o tres dólares por cada persona asesinada. Menuda profesión la mía”.
En el anaquel del buen lector contracultural contemporáneo, Matadero Cinco tiene asegurado un lugar junto a las obras de Kerouak, de Bukowski o Henry Miller. Son “fondos de armario” que suelen descubrirse durante la adolescencia, y que se redescubren de nuevo durante la edad adulta. Una, o muchas veces. Ese fue el caso del dibujante Albert Monteys (Barcelona, 1971), conocido como historietista de humor en la revista El Jueves y autor, entre otras, de las series Tato y ¡Para ti, que eres joven!, así como la serie digital de ciencia-ficción ¡Universo! en Panel Syndicate -cuyo primer volumen, recopilado en papel por Astiberri (2018), obtuvo el premio a la mejor obra de autor en español en el Salón del Cómic de Barcelona 2019, y cuyo segundo volumen está previsto para 2021-.
Monteys cuenta que leyó por primera vez Matadero Cinco a los 22 años, y se obsesionó con la obra de Vonnegut. Tan entrañable, tan trágica, tan satírica. El encargo de adaptarla por primera vez al formato de novela gráfica, con los textos del canadiense Ryan North -guionista del cómic Hora de Aventuras, así como de La Máquina de guerra y La imbatible Chica Ardilla (Marvel)-, era un regalo, y a la vez un “marrón”. Y no tanto porque los textos y dibujos que vemos hoy en el volumen que ha editado Astiberri tuvieron que ser supervisados por los herederos de Vonnegut -al parecer no pusieron muchas pegas-, sino por la responsabilidad del cometido.
El caso es que Matadero Cinco, a pesar de su lenguaje sencillo y sus párrafos escuetos, es una novela de ciencia-ficción con una estructura temporal compleja. Y eso confiere una ventaja de partida a la novela gráfica. El protagonista, el soldado Billy Pilgrim, no es que viaje en el tiempo. Más bien se “desprende” en el tiempo, sin controlar nunca a dónde se dirige. “Vive en un estado continuo de pánico escénico, porque no tiene ni la más remota idea de qué parte de su vida va a tener que representar a continuación”. Billy tiene 40 años, es optometrista y está en la cama junto a su mujer en una cómoda casa de clase media norteamericana. Se despierta, camina por el pasillo, y aparece en un sucio barracón de prisioneros en 1944. Ha entrado por una puerta en 1955 y ha salido por ella en 1941. Ha vuelto a traspasar esa puerta y se ha encontrado en 1963. Ha visto su nacimiento y su muerte muchas veces, según dice, y viaja al azar hacia cualquier momento de su vida.
Una de las peculiaridades de la novela de Vonnegut -que ya hemos dicho que no quería ni medio héroe en su historia- es que el protagonista es un pobre pelele que está siempre perdido y no toma ninguna decisión. Monteys tardó meses en dar con la fisionomía adecuada para Pilgrim -al que además tiene que representar con diez edades diferentes-. Optó, claro está, por una figura delgaducha y enclenque. Como el trasunto de la marioneta que somos todos, al fin y al cabo. Siempre a merced de las decisiones de poderes fácticos, gobernados a su vez por una maldad absurda y sin sentido. Matadero Cinco fue la respuesta de calado filosófico de Vonnegut ante esa extraña pulsión de muerte que lleva a la humanidad a destruirse a sí misma.
Para acabar de enrevesar la trama de la novela, se cierne sobre Pilgrim la mirada entomológica de unos seres extraterrestres, los trafalmadorianos, que lo secuestran y lo meten junto a una mujer en una especie de zoológico para observar el comportamiento de los humanos -y reírse de ellos-. El aspecto ridículo de estos seres -que Vonnegut describía como “un desatascador con una mano en la punta del palo y un ojo en medio de la mano- se nos presenta ahora en dibujos a todo color. Tanto Monteys como North han convertido esta novela gráfica en un complemento perfecto -que no un sustituto- de la obra original. Ayudan a que se entienda mejor, a disfrutarla más, y a empatizar con el pobre pelele.
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Es uno de los mejores cómics aparecidos en los últimos diez años. En 2014 se publicó el primer tomo y en 2023, el último. Se trata de la autobiografía del autor, hijo de un sirio y una francesa, y es caústica, descarnada... No busca ninguna medalla y carece de todo tipo de coartadas ideológicas. Aunque empleé el humor para limar las aristas, se trata de una visión impagable de la Libia de Gadafi, la Siria de Assad y la Francia de Chirac