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los recuerdos no pueden esperar

Mi cuerpo se compone de un 70% de agua: el resto es un disco de Talking Heads

28/07/2019 - 

VALÈNCIA. ¿Cómo se reconoce la importancia que proyecta un disco sobre la propia vida? Porque cuantas más veces lo escuchas más te pareces a él. La magia estriba en esa posibilidad de reconocimiento que va más allá de la familiaridad o la costumbre. Hay discos que escucho para alegrarme o ponerme más triste de lo que estoy, para escapar o para colocarme justo en el ojo del huracán. También escucho música para inspirarme. No hablo de encontrar un estado de ánimo adecuado para escribir o de que me hagan compañía. Los escucho para que me hablen. Para que me den respuestas. Para que me enseñen un posible camino a seguir. Para que me ofrezcan algo a lo que aferrarme. Puedo confiar en ellos a ciegas porque, después de décadas escuchándoles, es como si se hubieran disuelto y mezclado con el resto de química que discurre por mi cuerpo. Fear of Music es una de esos álbumes, quizá uno de los más importante en ese aspecto, porque el modo en que hablan las canciones se parece mucho a lo que acabo de exponer.

Según mis notas, Talking Heads publicaron su tercer álbum el 3 de agosto de 1979. La primera vez que lo escuché fue en casa de mi amigo Quique. Se lo había prestado otro amigo común y allí estábamos los dos, en uno de esos dormitorios adolescentes sobrecargados de información, analizando el encarte que contenía los créditos y las letras. Quique tenía una curiosidad especial porque dos de sus músicos favoritos estaban involucrados en la grabación. Eno producía y Robert Fripp tocaba la guitarra como invitado en algunos temas. La portada del álbum era hipnótica. Un relieve de figuras negras con forma de pepitas sobre un fondo también negro. El título y el nombre de la banda estaban impresos en el extremo superior izquierdo, en un color verde fosforescente. Uno de los motivos por los que tardé un  tiempo en comprar el disco fue por esa portada. Hispavox, la compañía que distribuía el sello Sire en España tenía la mala costumbre de abaratar costes a la hora de imprimir, especialmente si se trataba de lanzamientos que serían deficitarios, como este que nos ocupa. Contraportadas que originalmente eran a color pasaban a ser en blanco y negro. Fundas interiores con textos e imágenes desaparecían o se convertían directamente en encartes. Aquí, una portada tan costosa de fabricar como la de Fear Of Music estaba condenada a terminar afeada y maltratada. Para colmo lucía el espantoso laminado que hacía reconocibles a kilómetros los discos fabricados en España.


Me grabé Fear Of Music en un casete y lo escuché una y otra vez hasta que al fin tuve mi ejemplar de importación. La simbiosis con Fear Of Music fue instantánea. Cada canción evocaba nuevas posibilidades para una música, el rock, que empezaba a mostrar señales de algo que hoy, cuatro décadas después, se puede asegurar que no otra cosa que una enorme fatiga. Las composiciones se plasmaban casi siempre de forma osada, rozando a veces la epilepsia. Las letras ofrecían enfoques fascinantes. La voz de David Byrne, casi siempre al borde de la histeria, cantando como un mantra necesito algo que cambie tu mente. Los redobles de batería de Chris Frantz en ‘Paper’. Y Byrne de nuevo cantando piensa en Londres / una ciudad pequeña / oscura, oscura durante el día / la gente duerme durante el día / si quiere, si quiere. Recuerdo que fantaseaba con cambiar Londres por Valencia. A veces me sentía tan completamente fuera de lugar en mi propia ciudad que disfrutaba mucho inventándome traslaciones de ese tipo. Fear of Music sonaba en conjunto como si una mente con el don de la telequinesia hubiera alterado caprichosa y violentamente lo que hasta entonces era un disco de música pop más o menos convencional. Las letras no estaban protagonizadas por personas sino por los elementos con los que se relacionaban de uno u otro modo en el transcurso de la canción. Drogas. Papel. Mente. Animales. Ciudades.  Aire. Paraíso. Guitarra eléctrica. Sobre todos esos conceptos saltaba continuamente la voz enloquecida de Byrne, su guitarra haciendo solos asesinos. Fear Of Music sonaba esquizoide, sonaba afilado.


‘Life During Wartime’, una de las canciones más populares del disco, contaba con una historia nítida. Un urbanita neoyorquino narra en primera persona la vida cotidiana durante un conflicto bélico que tiene lugar en nuestros días. Termina con un fade out que se traga la música y la voz de Byrne, que sigue cantando, haciéndonos saber que la historia continúa aunque se nos prive de su final, quizá porque carece de él, porque la guerra continúa. También posee una narrativa más o menos convencional ‘Heaven’, que conforma una estampa típicamente warholiana. El paraíso, canta Byrne es un lugar en el que nunca ocurre nada. Es una fiesta la cual todos los invitados abandonan exactamente en el mismo momento. Es un bar en el que el grupo toca su canción favorita una y otra vez durante toda la noche, y donde un beso se repite una y otra vez de la misma manera. Un nirvana en el que la belleza viene dictada por el tedio y la felicidad es la certeza de que lo que es perfecto nunca dejará de serlo. ‘Air’, que se abre con las angelicales voces de las hermanas Weymouth –Tina era la inconfundible bajista del grupo y luego todas formarían parte de Tom Tom Club-, habla del aire que respiramos como si fuese una agente tóxico, un elemento del que desconfiar o un entre ante el cual medirse. “Algunas personas dicen que no hay que preocuparse por el aire / algunas personas nunca han tenido experiencias con el aire”. El aire del que habla el protagonista de la canción es, como Fear of Music, un elemento ligado a nuestra cotidianeidad transformado por la subjetividad de quien escucha.

Fear of Music es un disco cerebral, sin embargo, su apertura era una invitación al baile cuando los grupos de rock no se ensuciaban haciendo funky. ‘I Zimbra’ está construida sobre un poema de Hugo Ball, autor del manifiesto dadaísta. Un juego rítmico de ecos africanos alimentado por la musicalidad del idioma inventado por Ball. Gadji beri bimba glandridi laula lonni cadori. Así, partiendo de un ángulo imprevisto, comenzaba el disco. Era como si alguien abriera una puerta, te dejara escuchar la música que sonaba en el interior y tuvieses que decidir si querías entrar o no. Yo entré. Jamás he querido salir. Fear of Music toma como título una enfermedad real, y antes que eso estuvo a punto de llamarse ¿De dónde vienen las ideas? Aunque no se convirtiera en el título definitivo, me parece muy adecuado. Estos sonidos, estas letras además de ser un fin en sí mismo son señales para descodificar la realidad. Hace cuatro décadas que estoy siguiéndolas. Están conmigo desde que soy adolescente. Han crecido en mi interior como un cartílago invisible a los rayos X. Me han proporcionado una visión, una brújula, una forma de catarsis a la que le debo mucho. Que esta sección se llame como una de sus canciones no es una simple casualidad.


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