VALÈNCIA. Hubo un tiempo en que el efecto que tenía mi trabajo era una especie de misterio. Las ocasiones en las que hice radio me dieron la oportunidad de hablar y conocer a algunos oyentes. Obtenía algo de eso que llaman feedback y que a mí siempre me suena raro porque no es un término que asocie con las relaciones personales sino con el ruido. Aunque me temo que ambos conceptos están mucho más próximos de lo que quisiéramos.
La mayor parte de mi labor se ha desarrollado a través de lo escrito. Artículos, reseñas, críticas, reportajes, entrevistas. Se ha publicado en revistas, periódicos, libros y fanzines. Como soy un periodista centennial, mis raíces están en el siglo XX. Si no se presenta ningún contratiempo, viviré más de la mitad de mi vida a lo largo del presente siglo, pero los cimientos de los que soy están enterrados en una época que ya es historia. Una gran parte de mi trabajo –y en muchos casos, una parte importante- pertenece a esa etapa. Los años donde lo que publicaba no tenía versión digital porque el mundo digital no existía o era simplemente una posibilidad incipiente. Entrevisté a Madonna pero eso, si no te compraste el número de la revista Los 40 en la que apareció, es muy posible que alguien que me lee ahora no lo sepa, aunque lo cierto es que esto tampoco tiene porque saberlo nadie, no es un dato trascendental más allá de este texto. Es decir, seguramente apenas lo sabe nadie porque sucedió hace 13 años. También entrevisté, en 1995, a Scott Walker, una proeza que a muchos compañeros periodistas de todo el mundo les hubiera gustado llevar a cabo. ¿Alguien lo sabe? Seguramente lo recuerden algunos de los lectores de Ruta 66, los lectores que han seguido con asiduidad lo que escribía en un medio o unos medios determinados, o durante una época determinada. Épocas en las que este tipo de trasiegos informativos eran vividos casi con fervor. Lo sé porque yo también vivía así lo que escribían mis críticos admirados.
En aquellos tiempos, obtener opiniones acerca de lo que escribías no era lo habitual. Alguien te hacía algún comentario cada tanto. Alguien que te encontrabas en un bar o en un concierto te decía que le había gustado esto o aquello. Escribir entonces sobre Sonic Youth, Nick Cave, Lydia Lunch, Einsturzende Neubauten o The Jesus & Mary Chain no era algo normalizado. Eran tiempos en los que alguien durante algún periplo nocturno te daba las gracias por haber escrito sobre artistas que por aquí apenas gozaban de atención. Habías hablado sobre algo que llegaba muy adentro y que no se podía compartir con otros así como así. No era música que sonara en la radio, ni siquiera en las radios alternativas. Esos lectores, bichos extraños como uno mismo, agradecían que les mostraras que no estaban solos y que había otros como ellos. Lo popular en el terreno alternativo, independiente o como se le quiera denominar, a finales de los años ochenta, eran bandas como The Smiths o nombres ya consagrados como The Cure o Depeche Mode. Seguía habiendo un abismo entre ellos y estos a los que me refiero y muchos otros más.
Internet ha hecho posible que uno sepa lo que piensan los lectores de su trabajo sin necesidad de que aparezca en la sección de cartas al director de la publicación de turno. Esta coyuntura posibilita que intuya para qué sirve lo que hago. Lo que escribí en el pasado me parece interesante como ejercicio global, pero en lo formal no me reconozco o me cuesta un gran esfuerzo hacerlo. Lo que escribo en la actualidad refleja mejor –o eso intento- la madurez de mi relación con la música y los artistas de los que hablo, y también la visión de quién soy y dónde creo que me encuentro. Sin embargo, lo que escribo ahora ya no tiene el efecto que tenía antaño. Llega a un espectro mucho más amplio de gente, pero la gran mayoría de esa gente ya no está necesita una firma especializada en música con la que identificarse. Somos gente adulta, ya sabemos quiénes somos. Ya estamos hechos. Hasta es posible que, por más que nos esforcemos, la música nueva que nos llegue ya no nos resulte vital, simplemente porque ya no nos queda espacio interior para ello.
La gente más joven no necesita leer a un crítico para saber qué les puede gustar. Tienen sus propios canales y, sobre todo, cuentan con un universo de información a su alcance. A la gente de mi generación o de generaciones próximas, el entusiasmo por lo nuevo le llega a borbotones. Demasiada información, demasiadas distracciones y la amenaza –inevitable- del cansancio: el eso ya lo he oído yo antes. Y cuando es diferente a lo que ha hemos oído, nos cerramos en banda y no queremos –quizá hasta con algo de razón- saber nada de eso porque no nos habla a nosotros y nos corrobora que estamos viejos. Así pues, cuando pienso en el sentido que puede tener mi trabajo pienso que este yace en dos cuestiones. Una: mantener la curiosidad activada e intentar que esa curiosidad contagie a alguien. Dos: que la música se convierta en la excusa para que, mientras hablo de ella, pueda hablar de otras cosas; o para que, mientras hablo de ella, esté ejercitando el placer de la escritura en sí misma.
Pienso que las redes sociales ofrecen la oportunidad de empatizar e intercambiar información sin necesidad de que cada perfil se convierta en el tempo a un dios al que adorar que sólo puede contestar con emoticonos. Me gustan mucho –y agradezco enormemente– los comentarios en redes de quienes disfrutan con lo que hago, y mentiría –y me sentiría un estúpido soberbio– si me empeñara en aparentar lo contrario. Hoy por hoy me costaría un esfuerzo trabajar sin esa respuesta a la que ya estoy acostumbrado. Y esto me gusta especialmente porque no escribo, y jamás lo hecho, para gustar a nadie. Escribo –siempre que me es posible– de lo que me gusta o me parece interesante. No escribo para molar. No necesito que convencer a nadie de nada. No he de fingir ser lo que no soy. Escribo para sentirme bien yo, por eso me hace feliz que le llegue a otras personas. Lo que leen de mí no es una impostura, es lo que hay. Y sí, a veces echo de menos aquella ignorancia de antaño, pero es porque soy escritor y mi imaginación no me deja en paz y la realidad nunca me parece suficiente.