EL MURO / OPINIÓN

Mover sarcófagos

Querer trasladar el sarcófago que Benlliure realizó para albergar los restos del novelista Blasco Ibáñez al cementerio no parece lo más oportuno. Más aún cuando se anuncia un plan de revitalización de su Casa Museo

24/11/2019 - 

Hace apenas unos días el Ayuntamiento de Valencia anunciaba la neo musealización de la Casa Museo Blasco Ibáñez y su puesta en valor con una nueva reordenación interna, el cambio de colecciones y una oferta complementaria de espacios expositivos. Iba siendo hora porque quienes de vez en cuando nos dejamos caer por allí íbamos comprobando de qué forma el espacio destinado a la memoria de nuestro escritor más universal se iba deteriorando, y hasta perdiendo su identidad inicial y, consecuentemente, quedándose obsoleto, como su jardín. Es lo que solías escuchar de algunos visitantes que no entendían cómo lo que debería de ser un espacio singular de la ciudad y gran reclamo cultural y turístico frente al mar navegaba sin colorido. Y eso que la mayoría de los visitantes parecían ser foráneos, para más inri. Como aquellos que frente al bureau de acceso al Museo de la Ciudad un día se despidieron diciendo que si ese palacete estuviera en Madrid habría colas para entrar. No entendían su languidez.

Yo siempre imaginé que la Casa Museo podría ser un espacio con tanta vida como tienen en otras ciudades escenarios dedicados a sus grandes firmas de escritores o músicos. Y siempre pongo por ejemplo cuando acompaño a alguien a una visita que ya podíamos tener desde hace mucho tiempo un coqueto y competitivo espacio como, por ejemplo, la Casa Museo de Dvorak en Praga, que se asemeja mucho al que fue chalet de Blasco Ibáñez, pero con mucha más vida. O el Museo Sorolla, que la familia donó al Estado.

Aunque llega tarde, o con retraso, está muy bien que el Ayuntamiento de Valencia se tome en serio este asunto, y en lugar de gastar en detalles mínimos o exposiciones de paso destine algo de su presupuesto a memoria cultural y de tanta relevancia. Pero por una vez bien ejecutada, espero, que aporte potencia y sensatez a un lugar que debería o podría ser uno de los espacios idílicos y de real recuerdo y reencuentro con el autor de “Los cuatro jinetes del apocalipsis”. Otra cosa será lo que salga.  

Algo similar debería de suceder con la Casa Museo Benlliure, muy céntrica por otro lado, y que sufre una especie de desmemoria colectiva cuando es la mejor forma de acercarse a una casa señorial de finales del XIX y comienzos del XX y que traslada al mundo de la familia de artistas donde envuelve ese fantástico estudio recuperado en su momento y que parece que te devuelve al pasado cuando accedes a él.

Sin embargo, unas semanas antes nuestro consistorio también desvelaba su intención de trasladar el sarcófago que el propio Benlliure realizó para albergar los restos del periodista, político y novelista por encargo del Cap i Casal para ser ubicado en el Cementerio General de Valencia en una de sus salas vacías, cercana a su acceso principal. 

El sarcófago de Blasco Ibáñez creado para coronar el magnífico y monumental mausoleo que Goerlich diseñó para el camposanto fue hace años restaurado después de un largo almacenamiento -y hasta desmemoriado- en el Museo San Pío V de Valencia. Una vez recuperado del olvido se decidió su traslado al Centre del Carme. Allí permaneció tres lustros en una de sus esquinas del claustro Gótico acompañado de paneles fotográficos sobre su entierro. Hoy los restos del rebelde periodista ocupan un austero nicho cerca del mausoleo familiar que conserva los restos de una de sus hijas y otros familiares, según explica el propio Rafael Solaz en sus documentadas visitas al que él denomina Museo del Silencio.

Resulta una gran contradicción disponer de un sarcófago de bronce que hay que considerar obra de arte ya más que mero sepulcro y que hoy se conserva de nuevo en el Museo de Bellas Artes porque los actuales pobladores del Carmen lo veían como algo anticuado o decimonónico y alejado de su actual línea teórica. 

Y ahora viene mi pregunta. Si nos ponemos a reordenar la Casa Museo de Blasco Ibáñez para darle un nuevo atractivo y recuperar su memoria no sería lo lógico que ese sarcófago, convertido en obra de arte y en el que se narra su propia historia y la verdad de sus novelas estuviera en su Casa Museo como un elemento más de las colecciones. Igual es que en esa casa municipal cada edil va a lo suyo y entre ellos ni se hablan, ni se plantean soluciones, ni tienen un proyecto a defender.

Por mucho que nos lo quieran explicar no sé qué relación puede tener convertir el Cementerio es un añadido del Museo de Blasco Ibáñez con la instalación  de su tumba. Allí se va a otras cosas, aunque en el interior del cementerio se pueda descubrir mucho más arte y arquitectura del que algunos puedan imaginar. Pero situarlo en el acceso principal pues, en momentos de duelo, no parece lo más oportuno. Más bien una simple ocurrencia. Como si nos lleváramos el sarcófago de cualquier gran intelectual o artista a las puerta de un cementerio per se. Es más, colocándolo en un espacio rodeado de cristales y cuya contemplación sería desde el interior y a través de una ventana protegida por una reja. No es que no lo vea, es que resulta una ocurrencia. Más aún cuando Blasco Ibáñez tiene su casa museo y Benlliure la propia. Ambas municipales, por cierto. 

Deberíamos ser consecuentes con la historia y la memoria. El féretro de bronce hoy ha de ser considerado una obra de arte firmada por uno de nuestros grandes escultores y, como tal, qué mejor destino que la que fue su residencia en nuestra ciudad, aunque reconstruida en los ochenta. Todo lo demás parecen improvisaciones de cafetería sin demasiado trellat. Igual es que no dan más de sí. Tiremos de lógica. Pero no de funenaria.

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