Un cementerio no es un “museo”. Todos los sabemos, aunque un camposanto suele estar repleto de obras de arte y sea, como define el investigador Rafael Solaz, un Museo del Silencio y lo enseñe bajo esa denominación y respeto durante las visitas que celebraba los sábados por la mañana y que han sido interrumpidas por los motivos coyunturales que todos conocemos.
Durante siglos, en los cementerios de todo el mundo, sobre todo occidentales, han trabajado los mejores artistas como homenaje familiar a sus moradores o recuerdo de su memoria. No sólo lo han hecho los mejores escultores sino los más grandes arquitectos, tallistas, artesanos y esculpistas. Pero también en silencio y sin algarabías.
Si se recorre un cementerio con otros ojos se descubre un universo de respeto, pero también un mundo de arte convertido en símbolos de la memoria familiar y el recuerdo privado. Si un cementerio se visita bajo los ojos o la mirada del dolor todo ese mundo apenas se descubre, porque la memoria está en el lado opuesto de nuestra imaginación. Más aún en momentos de despedida. Es la vida anónima del arte que vigila el pasado y acompaña el presente.
Hace unos días escuchaba al propio Solaz reflexionar en el programa de la cadena Ser Locos por Valencia, de mis admirados Arturo Blay y Amadeo Salvador, sobre el inminente traslado del sarcófago de Blasco Ibáñez realizado por Mariano Benlliure, uno de nuestros escultores universales, al Cementerio General de Valencia para quedar instalado en el vestíbulo principal del mismo.
Hasta ahora el sarcófago encargado en su día por el Ayuntamiento de Valencia para que coronara el mausoleo del escritor, diseñado por Goerlich, pero que nunca se realizó por culpa de la Guerra Civil, ha estado guardado en el Museo de Bellas Artes de Valencia, San Pío V. Durante más de dos décadas y hasta su encierro en los almacenes del centro ocupó uno de los rincones del Centre del Carme junto a una breve explicación del escritor, su obra y la realización de la impresionante pieza de bronce. No sé por qué un día salió de allí sin una explicación razonable y además al amanecer por una decisión meramente política cuando ya estaba entroncado en el espacio.
Dicen que este gesto futuro será una forma de reconocer a Blasco Ibáñez como uno de nuestros referentes intelectuales y políticos, un personaje incómodo para la derecha y la izquierda por su independencia y rebeldía. Hasta en eso llegamos tarde. Yo añadiría que este hecho ha de ser también un reconocimiento a Benlliure y su maestría y a Goerlich y su talento e implicación en la Valencia urbana de la primera mitad del siglo XX.
El mausoleo dedicado a Blasco Ibáñez de haberse materializado sería hoy una de las grandes obras de respeto, arte y reconocimiento con el que contaría el Cementerio de Valencia, espacio que esconde un sinfín de piezas artísticas de un interés descomunal y con historias de lo más sorprendentes.
No seré yo quien dude que Blasco Ibáñez merezca este homenaje. Al contrario, pero no creo que el Cementerio sea el lugar más adecuado en sí para albergar esta obra de arte realizada por uno de nuestros escultores más importantes, digna de ser exhibida en un museo, pero sobre todo en la propia Casa Museo que el escritor, político y periodista tiene en la Malva-Rosa, un edificio que reproduce su antigua casa de veraneo.y que si algo no ha tenido es la máxima atención institucional durante las últimas décadas, pero que conserva su legado personal e intelectual. Cosas o incongruencias de nuestro destino. Pero hubiera sido un acicate para su visita o descubrimiento.
Dicho esto, lo que está claro es que la obra de Benlliure tiene un alto interés en sí misma y no es de recibo que permaneciera olvidada en los almacenes de un museo cogiendo polvo. Así que al menos que se exhiba. Tenemos demasiados almacenes repletos de obras de arte a las que no podemos acceder los ciudadanos, pero si los políticos y las instituciones que las intercambian con cierto desparpajo al gusto del momento.
Ya que la decisión está tomada espero también que no se convierta su exhibición en un ejerció propagandístico o políticamente propagandista. O sea, la foto o el gesto de rigor. Como también espero que nuestro Ayuntamiento de Valencia, como todas las instituciones dadas a los resultados inmediatos, no nos vengan de vez en cuando aportando supuestos datos puntuales de visitantes al mismo. Que es lo que parece importa por estos lares para sacar pecho o un titular, mucho más que los contenidos.
Este gesto no debería de quedar ahí, ni con Blasco, al que desde hace décadas le homenajea en el cementerio sólo una parte de la sociedad civil, ni con otros prohombres valencianos que destacaron y pelearon por una sociedad más justa, libre y solidaria y cuya memoria también descansa detrás de una lápida o en un mausoleo. Sin olvidar tampoco que la muerte merece un gran respeto más allá del gesto momentáneo. Que se note.