Quien nos iba a decir, cuando inauguramos 2020, que un virus con nombre de covid-19 nos estaría todavía asediando, y de qué manera, cuando estamos ya a punto de cruzar al 2021. Y que el año que ahora cerramos, iba a ser tan duro. Ni en las peores pesadillas.
Hemos ido asimilando, incrédulos, esta anómala sucesión de adversidades, que son cualquier cosa menos ‘normalidad’, pasando del estupor a la preocupación, el miedo y, en demasiadas familias, el dolor.
Así que mis primeras palabras quieren ser para ellos. Allá donde estén. Para quienes no tuvieron información y protección a tiempo. Para quienes fueron abatidos por un contagio letal, dejando un vacío irreemplazable, del que a veces no somos conscientes en toda su crudeza.
Porque el encadenamiento de fríos datos estadísticos, que además escatiman la verdad (algún día la sabremos), acumula ya demasiados dramas sin rostro humano. Por eso es nuestro deber moral mantener su memoria y reclamarles justicia, sin culpabilidades genéricas pero tampoco apresuradas exoneraciones.
Entramos en unas Navidades asimétricas. Porque culminan un año que empezó con negaciones, siguiendo con medias verdades, pretextos y rectificaciones constantes. Porque con la coartada de la ‘cogobernanza’, el Gobierno de España lleva meses eludiendo su responsabilidad de estar realmente al timón frente a la tempestad. Porque se confunde a los ciudadanos con 17 regímenes distintos, plagados de contradicciones y paradojas. Porque nos hablan de segundas y terceras olas, cuando, aunque nos aseguraron con alharacas lo contrario, no habíamos vencido al virus en la primera.
Son también asimétricas emocionalmente. Porque siguen desolando a la población con centenares de muertes cada día y miles de personas ingresando, sin tregua, en hospitales, incluso en UCIs de las que no todos salen. Y con el personal sociosanitario agotado física y psicológicamente, por tantos meses de saturación que parece no acabar nunca.
Y cuando, por fin, van a empezar a aplicarse las primeras vacunas contra el maldito virus, ahora de pronto nos advierten de la multiplicación del riesgo por una “mutación” de origen británico, mientras que, ni aun así (hasta el momento en que escribimos), el Gobierno asume su mando -y deber- suspendiendo vuelos, como han hecho ya los más importantes países europeos. Siempre tarde en esta pandemia. Siempre asimétricos.
Como con la zozobra en los comercios, con las persianas aguantando el pulso para no echar el cierre. En los autónomos con ingresos menguantes y gastos crecientes. En los millones de españoles en ERTE, con pánico a acabar en ERE. Con gobiernos que anuncian reducir por decreto los alquileres privados, mientras suben impuestos, cotizaciones y tasas en lo publico. Es la asimetría de la incoherencia. La disonancia del mucho ruido y pocas nueces.
Y con esta situación, qué quieren que les diga.
Que debemos actuar con más responsabilidad que nunca, porque, literalmente, nos va en ello la vida. Sin condiciones ni trampas que ponen en peligro a los demás, y que, tantos meses después, resultan incomprensibles e irritantes. Que hemos de tener optimismo, porque, aun con pérdidas y secuelas, esto tiene que acabar, así que ya queda un dia menos.
Pero es imposible vivir estas Navidades desencajadas con armónica simetría. Porque nos va a faltar mucho. Y muchos.
Siempre hay una Navidad paralela. Que sufre en las camas de hospitales, en las familias mutiladas, en las cuentas que no salen, en las colas del hambre, en las listas del paro, en los niños sin regalo, en la soledad interior de las residencias... o en la casa de al lado. Pero ésta va a ser, más que otras, una Navidad de sillas vacías y corazones rotos. De dudas y desasosiego. De echar de menos a quienes no podemos abrazar. Así que, lo digo como lo siento: que pasen pronto. Y, eso sí, les envío desde aquí mis mejores deseos. Que razones siempre hay para la esperanza.