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el muro / OPINIÓN

¿No existe proyecto?

Como sociedad, nos reconocen lo individual pero no lo colectivo. Algo falla en el sistema cuando lo público y bien remunerado no funciona más allá de nuestros límites territoriales

6/12/2020 - 

Además de invertebrados, que diría aquel o podría mantener políticamente cualquiera de nosotros frente a la evolución que nos acompaña, también somos una sociedad de individualidades. Pero no, de colectivos. Salvo excepciones. Ni siquiera futbolísticos. Porque, cuando deberíamos habernos unido para sacar a flote lo poco que todavía nos une sentimentalmente más allá de tradiciones y leyendas, dejamos escapar lo que nos pertenecía, aunque fuera un escudo. Ahora, nos arrepentimos. Pero, como buenos meninfots, dejamos en su momento correr el tiempo y las evidencias pensando que otros lo solucionarían, pero sin atender, por el mismo sentimentalismo, que estábamos en manos poco amigas pendientes sólo de sus beneficios.

Lo bien cierto es que llevamos unos años recientes de racha y gloria con los premios nacionales en las diferentes disciplinas culturales que se reconocen desde el estado central. Y ahí sí vamos a piñón fijo: Bellas Artes, Diseño, Música, Arquitectura, Ciencia, Letras, Innovación…pero no premios colectivos, salvo si se trata de bandas de música que como grupo es lo mejor que tenemos y deberíamos cuidar con delicadeza para que no venga el listo de turno y las arruine con una de esas decisiones políticas para también controlarlas o lincharlas a impuestos.  

Esos maravillosos y merecidos premios, por ejemplo, no dejan de ser fruto y constancia individual. Sufrimiento, rigor y dignidad. En muchos de los casos sin hacer demasiado ruido, sólo con esfuerzo. Algo falla en nuestras administraciones públicas para que otras disciplinas colectivas no consigan ser reconocidas de la misma manera. Continúo pensando que en todo caso y desde la esfera pública es consecuencia de políticas de poco desarrollo, más pendientes del rédito inmediato y cortoplacismo que en el reconocimiento de un trabajo a largo plazo, global e irradiado en el resto del país o de los territorios a los que podemos o podríamos llegar y en los que deberíamos estar. 

Todos dicen que tenemos una de las mejores orquesta de España, que por cierto nos cuesta un dineral y está formada mayormente por músicos extranjeros -hablo de la sinfónica del Palau de Les Arts- pero que no sale de su foso, esto es, nadie o pocos la reclaman en giras o actuaciones puntuales en otros territorios más de allá de nuestras propias fronteras geográficas. Algo idéntico ocurre desde hace años con la Orquesta de Valencia. Será por ausencia de márquetin, negociación, disponibilidad, interés…Vaya usted a saber o preguntemos por qué a esos patronatos que lucen adormecidos por el glamour.

Algo así sucede con la parcela teatral. El teatro a gran escala y publicitado hasta cierto sentido en este territorio, por lo general, está controlado económicamente por la parcela pública. No hablo del teatro independiente o hasta semi que se las apaña como puede y hasta con trabas políticas, sino del subvencionado, sobre el que sobrevuela todo el que puede. El teatro más indi es valiente, pero está fuera de los circuitos protegidos por el poder.

El teatral y el audiovisual por muchos apoyos que logren de lo público no cruzan fronteras. Forman parte de ese ombligo que en los últimos años las administraciones públicas han convertido a esta sociedad de cultureta y piruleta.

No hemos conseguido o no han conseguido generar un estilo de producción teatral. No tenemos un centro dramático al uso ni en fondo y menos en forma, y una dramaturgia propia definida, pero por el contrario se contrata lo público y lo privado de otras autonomías. Y lo peor, lo público no deja de ser un café para todos momentáneo ya que no avanza ni salta fronteras. Se queda en casa. Gastamos en grandes producciones miles y miles de euros con enormes equipos y repartos para una serie de funciones que una vez agotadas entierran al propio producto. Ahí está el problema. Teatro de quemar. Es alma fallera.

Sería más interesante crear producciones de mediano formato para no sólo abaratar costes sino tener un tipo de producción exportable, más económica y hasta con sello de identidad. Sería accesible para cualquier sala tanto nacional como autonómica. Pero apostar por grandes producciones imposibles de vender el día después y cuyo coste de mantenimiento es hoy una locura resulta contraproducente. Por no salir, no salen ni nuestras propias producciones líricas pagadas desde lo público. Financiamos durante décadas un ballet estable que para bailar fuera tenía que alquilar escenarios. Hasta que políticamente le dieron la puntilla o lo convirtieron en un elenco de figurantes. ¿De qué sirvió entonces? 

Algo falla en nuestro sistema público que ni avanza ni evoluciona con sentido del siglo XXI por muchos reconocimientos internos que se repartan. Nos miramos demasiado el ombligo. Pero pintar algo más apenas sucede. Y si lo conseguimos es por lo individual que no vive agarrado a la subvención. El Consell, por lo visto, no tiene mucho proyecto. Es una evidencia.

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