La distancia nos va a marcar el futuro. ¿Estamos preparados para escuchar óperas o conciertos con la mitad de una orquesta y la reducción del aforo? ¿Tenemos capacidad financiera?
En este nuevo proceso social que hemos comenzado a recorrer y algunos llaman “desescalada” y otros “nueva realidad” estamos aprendiendo, además de nuevos vocablos y términos fruto del marketing político, un renovado reordenamiento de nuestra realidad. Cambian y están cambiando formas de relaciones personales y vecinales, de procesos reactivos, trabajo, compras, inversión, gestiones ordinarias y económicas y hasta sexuales. Y ese nuevo cambio social nos llega día a día. No de golpe, más bien desde la renovación de nuestros documentos personales a nueva circulación de tráfico y uso de vehículos, asistencia a espectáculos, colegios e incluso culto religioso. Ya llevamos una empanada en la cabeza de nuevos hábitos que cuesta digerir y ordenar en el pensamiento azuzado, además, por el pánico escénico y el hecho de enfrentarse a una realidad desconocida en objetivos y sentidos.
Hoy se ven colas para acceder a bancos, supermercados y mercados, farmacias, hornos, ferreterías, barberías, reducción de aforos... Hasta ya sabemos que los colegios van a reducir la asistencia de niños por aula si no se encuentra una vacuna a tiempo. Como también nos están avisando sobre el acceso restringido a playas y piscinas…Creo que en algunos aspectos se nos está yendo la cabeza, pero hemos sido casi todos muy responsables y estamos cumpliendo las normas a rajatabla. Pero, al mismo tiempo, un miedo interior nos recorre con tantos cambios y advertencias, algo que no está generando también esa sensación de incertidumbre, debilidad intelectual y desconfianza. Ya no sólo miedo sino más bien temor a equivocarnos y dejar o ser conscientes de que nada ya será igual no sólo en nuestra forma de vida sino, lo peor, con respecto a nuestras propias relaciones personales y hasta familiares siendo como somos latinos. No quiero imaginar qué nos puede pasar si el drama se amplifica y los datos de crisis anunciados cumplen las profecías más angustiosas con las que no paran de bombardearnos.
Así que nos vamos enterando por fases porque como nos dijeron hace unos días no existe plan B. Pero nadie pregunta a quienes más saben o pueden aportar ideas si realmente somos capaces de establecerlo o asumirlo. Primer error de bulto, algo que nos deja en un limbo indeseado en el que vamos cambiando en función de las horas y los acontecimientos. Lo único que tenemos claro todos es que nos hemos equivocado mucho e improvisamos. Y que la Arcadia feliz era fantástica pero irreal.
Así que, como vemos, todo va a cambiar hasta que de nuevo recobremos la confianza social y personal. Pero si algo he visto estos días en las caras de la gente es ausencia de felicidad, salvo la que se comparte interiormente o en confinamiento, espacio donde se dispara nuestra confianza más estrecha y se unen lazos de confraternidad.
Hace unos días, por ejemplo, un amigo me sugería un concierto en streaming con motivo del 1 de mayo en el que la Filarmónica de Berlín actuaba con motivo del Día de los Trabajadores –menudo eufemismo hoy en día. Y fue allí donde descubrí que las nuevas normas sociales iban a cambiar hasta nuestra forma de asistir a un concierto o escuchar una orquesta. No ya una sinfonía sino un simple concierto. Sobre el escenario, los músicos estaban separados según los consejos dos metros. Algo atípico.
Cuando Miguel Ángel Gómez Martínez asumió la dirección de la Orquesta de Valencia recuerdo que en una entrevista me confesó que su primer objetivo era juntar mucho a los músicos de la orquesta para crear un microclima de contacto a fin de que todos se escucharan solidariamente. Hoy eso sería considerado una irresponsabilidad. En el concierto de la Filarmónica faltaba la mitad de la orquesta por lo que el propio repertorio en su conjunto sería imposible de interpretar en un auditorio. Ya no hablo de un foso de ópera donde un centenar de músicos pueden llegar a compartir un espacio reducido durante más de tres horas. Es un ejemplo al que nos conducirá en el futuro el distanciamiento. ¿Cambiará hasta nuestra forma de escuchar un concierto o una ópera, por no hablar de un festival del pop rock? Parece ser que sí. Al menos en un futuro inmediato, según se vayan dando las circunstancias.
Comentan, por ejemplo, que los músicos de la Orquesta de Valencia, van a cambiar sus hábitos y actuarán en el futuro en pequeños grupos de cámara en espacios abiertos o reducidos. No sé si habrá óperas en Les Arts en muchos meses y lo peor si los aficionados asumirán los nuevos hábitos sociales y seremos capaces de mantenerlos económicamente. Tengo mis dudas. Si el Palau de la Música no volverá a abrir hasta 2022 o 2023 o 2024 algo habrá que pensar. Como para Les Arts. De momento la función pública está agazapada. Pero existe una responsabilidad social. Igual nuestra nueva realidad sólo será en streaming o “lata”. Habrá que ir asumiendo un nuevo consumo cultural, la vida en cola y sobre todo distanciados antes, durante y después.
Por cierto, ¿qué será de las juntas de vecinos? ¡Bendito alejamiento!