A finales de 2020 se alcanzará el décimo aniversario de la llegada del AVE a València. Tras un extenso peregrinaje de retrasos y primeras traviesas olvidadas, en diciembre de 2010 tenía lugar la inauguración oficial de la nueva infraestructura. Sin embargo, cerca de diez años después, desconocemos el impacto que ha ejercido sobre la economía valenciana. Existe un apagón informativo que, incluso, nos impide conocer cuántos viajeros utilizan el AVE para ir a Madrid y cuántos lo hacen, desde Madrid, para visitar la ciudad u otros puntos de nuestra geografía, sea por motivos turísticos, profesionales o de otra índole.
Este apagón ya fue denunciado por un periódico de Madrid (EL PAIS, 22/05/2016), que se vio obligado a recurrir al Consejo de Transparencia y Buen Gobierno para obtener de RENFE datos detallados. Pese a ello, el último Informe anual del Observatorio del Ferrocarril (2017) sigue abundando en la ignorancia: nos indica que, en este año, fueron 3.695.036 pasajeros los que “subieron y bajaron” en la Estación Joaquín Sorolla; pero, al igual que en la cifra relativa a la estación de Atocha, evita indicar el origen-destino de los pasajeros y los días transcurridos entre la llegada y el regreso que se refleja en los billetes adquiridos.
Resulta plausible afirmar que el primer AVE de la Comunitat Valenciana ha cosechado un avance consistente. Sólo entre 2011 y 2017, la Estación Joaquín Sorolla ha intensificado en un millón de “subidas y bajadas” de viajeros la cifra existente al inicio. El abaratamiento del coste de transporte ha impulsado la reducción del tráfico aéreo entre València y Madrid, beneficiando a los usuarios del tren y promoviendo la lucha contra el cambio climático. La rapidez del servicio ferroviario, unido a su seguridad y enlace de las áreas centrales de ambas ciudades, ha aportado un efecto disuasorio sobre el empleo del automóvil.
La cuestión que aquí se plantea es otra: ¿interesa disponer de información para evaluar el impacto atractivo que, tras el AVE, ejerce València sobre Madrid y ésta sobre València? La pregunta surge porque, entre las ciudades, se emplaza una suerte de fuerza gravitatoria que se intensifica a medida que se reduce el tiempo de desplazamiento. Una fuerza que, a igualdad de éste entre dos puntos, favorece a la ciudad de mayor tamaño. En nuestro caso a Madrid porque, a su población, incorpora la condición de capital del Estado, lo que le otorga una dimensión política, económica y cultural que supera los niveles de la capital valenciana.
Con mayor motivo cuando, en España, la deconstrucción del centralismo se ha canalizado por medio del Estado Autonómico sin incluir la desconcentración de los organismos de la Administración General del Estado (AGE) y las sedes de su sector público instrumental. Por el contrario, la inmensa mayoría de los nuevos organismos públicos dependientes de la AGE ha profundizado la propensión a localizarse en la capital de España. Una circunstancia que contrasta con lo que ocurre en los grandes países federales. Basta asomarse al mapa alemán para encontrar sedes de centros federales en Egestorf, Frankfurt, Bonn, Karlsruhe, Hamburgo, Brunswick y otras muchas ciudades; entre ellos, algunos tan significativos como el Banco Central o el Tribunal Constitucional.
En nuestro caso sabemos que el terreno de juego es bien distinto al estar focalizado sobre una concepción radial de España. Un terreno que favorece la atractividad del espacio madrileño como lugar para la ubicación de empresas y la absorción de profesionales que aportan talento y altas cualificaciones profesionales. Ante ello resulta aún más necesario conocer la diferencia en magnitud e impacto de los flujos presentes entre València y Madrid tras una década de AVE. Sólo midiéndola se podrán conocer las ventajas que ha aportado el AVE a la promoción de la economía urbana de València y su área de influencia. Si existen, por lo tanto, márgenes de acción para reducir los déficits que pudieran proceder de la intensa concentración en Madrid de organismos oficiales, sedes de empresas e infraestructuras culturales y científicas.
Sobre la base de ese conocimiento, tanto desde València, como desde Alicante y Castellón, la Comunitat puede emplear activamente sus propias bazas. Entre éstas, la que le proporciona su renta de situación, de región mediterránea. Un lugar donde trabajar, descentralizar empresas y encontrar un entorno hospitalario, amable y sosegado.
Por lo tanto, parece que es el momento de hacer números. En el décimo aniversario del primer AVE a la Comunitat Valenciana deberíamos estar en condiciones de conocer cuáles son sus beneficios sobre nuestro territorio y sobre la Comunidad de Madrid. En qué medida se está comportando como herramienta del desarrollo regional valenciano y en qué grado se observa la infrautilización de su potencial como activador del tejido económico existente y la generación de nuevas oportunidades empresariales. En el peor de los casos, si las expectativas de 2010 no se corresponden con la realidad actual, antes que flagelarnos podríamos concluir que es momento de reaccionar y actuar en consecuencia.